Luis Guillermo Robayo Mendoza
Homilía 5° Domingo de Cuaresma, 6 de Abril 2025, Ciclo C, Lecturas Dominicales
Homilía 4° Domingo de Cuaresma, 30 de Marzo 2025, Ciclo C, Lecturas Dominicales
Homilía 3° Domingo de Cuaresma, 23 de Marzo 2025, Ciclo C, Lecturas Dominicales
Homilía 2° Domingo de Cuaresma, 16 de Marzo 2025, Ciclo C, Lecturas Dominicales
“Encontraron a María y a José y al Niño. Y a los Ocho Días, le Pusieron por Nombre Jesús”
1. La Maternidad: revela el deseo y la presencia de la vida; manifiesta la santidad de la vida. La luz de la Navidad ilumina el misterio de su maternidad divina. María, Madre de Jesús que nace en la cueva de Belén, es también Madre de todo hombre que viene al mundo. ¿Cómo no encomendarle a ella el año que comienza, para implorar que sea un tiempo de serenidad y de paz para toda la humanidad? El día en que se inicia este nuevo año bajo la mirada y la bendición de la Madre de Dios, invoquemos para cada uno y para todo el don de la paz.
2. El Hijo: “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley”. Además hoy, ocho días después del nacimiento de Jesús, celebramos su circuncisión y la imposición del nombre, pues según la costumbre de los judíos, a los ocho días de nacer un hijo, era llevado a circuncidar. Y ese era el momento en el que se le ponía nombre al recién nacido. El nombre de Jesús nos recuerda que Dios salva, que ha nacido para rescatar al mundo.
3. María Reina de la Paz: queremos que el Señor conceda la paz, su paz, a todos nuestros familiares y amigos, y a todas las personas que quieran recibirla, al mundo entero. Hoy es la jornada mundial de la paz. ¡La paz de Dios! El salmo 84 nos dice que la justicia y la paz se abrazan, se besan. Queremos una paz que sea fruto de la justicia, no una paz impuesta violentamente por la fuerza de las armas o por la fuerza del dinero. No queremos la paz de personas que viven aplastadas por el poder político, o social, o económico. No queremos la paz de los cementerios. Queremos la paz de los cuerpos y de las almas, la paz material y la paz espiritual. Sabemos que esta paz de Dios no la podemos conseguir plenamente mientras vivamos en esta tierra, pero debemos aspirar cada día a acercarnos un poco más a ella. Tampoco la vamos a conseguir con nuestras solas fuerzas humanas, necesitamos la ayuda de Dios. Por eso, vamos a pedirle hoy a Dios que, por intercesión de su madre, Santa María, se fije en nosotros y nos conceda la paz.
REFLEXIÓN
En este día, la liturgia nos sitúa delante de evocaciones diversas, aunque todas importantes. Se celebra, en primer lugar, la solemnidad de Santa María, Madre de Dios: estamos invitados a contemplar la figura de María, aquella mujer que, con su “sí” al proyecto de Dios, nos ofreció a Jesús, nuestro libertador. Se celebra, en segundo lugar, el Día Mundial de la Paz: en 1968, el Papa Pablo VI propuso a los hombres de buena voluntad que, en este día, se rezase por la paz en el mundo.
Se celebra, finalmente, el primer día del año civil: es el inicio de un camino recorrido cogidos de la mano de ese Dios que nos ama, que cada día nos llena de bendiciones y nos ofrece una vida en plenitud. Las lecturas que hoy se nos proponen exploran, por tanto, estas distintas coordenadas. Evocan esta multiplicidad de temas y de celebraciones.
En la Primera Lectura, se subraya la dimensión de la presencia permanente de Dios en nuestro caminar y nos recuerda que su bendición nos proporciona vida en plenitud.
En la Segunda Lectura, la liturgia evoca, otra vez, el amor de Dios, que envió a su Hijo al encuentro de los hombres para liberarlos de la esclavitud de la Ley y para hacerlos sus “hijos”. Es por esa situación privilegiada de “hijos” libres y amados como podemos dirigirnos a Dios y llamarle “abba” (“papá”).
El Evangelio muestra cómo la llegada del proyecto liberador de Dios (que se hizo realidad plena en nuestro mundo a través de Jesús), provoca alegría y felicidad en aquellos que no tienen otra posibilidad de acceso a la salvación: los pobres y los marginados. Nos invita también a alabar a Dios por su amor y a testimoniar el designio liberador de Dios en medio de los hombres. María, es la mujer que proporcionó nuestro encuentro con Jesús, y el modelo de creyente que es sensible a los proyectos de Dios, que sabe leer sus signos en la historia, que acoge la propuesta de Dios en el corazón y que colabora con Dios en la realización del proyecto divino de salvación para el mundo.
PARA LA VIDA
Cuenta la leyenda que la Virgen María bajaba cada mañana al pozo a tomar agua. El niño Jesús la acompañaba y miraba con qué destreza llenaba el cubo y lo apoyaba sobre su cabeza. Muchas veces se preguntó cómo hacía para no derramar el agua. Regresaban tomados de la mano. Cierto día el niño le dijo a María:
‒Déjame que te ayude, porque ya tengo fuerzas. La Santísima Virgen se rehusó al verlo aún tan débil.
‒No, hijo. El cubo es pesado y te puedes hacer daño. Pero como insistía tanto, la Virgen dejó el cubo a medio llenar y lo ayudó a cargarlo sobre su hombro derecho.
Caminaron largo y cuando llegaron, la Virgen María se mortificó porque el niño tenía una llaga en el hombro.
‒¡Hijo, te has lastimado! ¡Te dije que no lo hicieras! ¡Mira qué herida te has hecho!
–No te angusties, mamá‒, dijo el niño. Yo también tengo que irme preparando…
Es necesario que nos vayamos preparando porque un día todos nuestros trabajos y esfuerzos, por ser buenos hijos de Dios, tendrán sus frutos y su razón de ser. La familia es el lugar donde compartimos los momentos de gozo, de gloria, de dolor y luz que conforma el mosaico de nuestra particular historia. Podrá faltarnos todo, menos una familia.
El amor es grande y auténtico no sólo cuando parece sencillo y agradable, sino también y sobre todo cuando se confirma en las pequeñas o grandes pruebas de la vida. Los sentimientos que animan a las personas manifiestan su más honda consistencia en los momentos difíciles. Es entonces cuando arraigan en los corazones la entrega mutua y el cariño, porque el verdadero amor no piensa en sí mismo, sino en cómo acrecentar el verdadero bien de la persona amada.
“El Niño Iba Creciendo, Lleno de Sabiduría”
1. Jesús: iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba. El Hijo de Dios vino a la tierra para salvar a todos los seres humanos, transformándolos profundamente desde dentro, para hacerlos semejantes a Él. El Hijo de Dios vino a la tierra para salvar a todos los seres humanos, transformándolos profundamente desde dentro, para hacerlos semejantes a Él, Hijo del Padre celestial. Para llevar a cabo esa misión, pasó la mayor parte de su vida terrena en el seno de una familia
2. José y María: El Niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba. José y María, para Jesús, quisieron y buscaron lo mejor. en Belén se nos descubre que, la familia, es perdón, amor, comprensión, crecimiento, gratuidad y ganas de salir al encuentro de los demás.
3. La Familia Hoy: La familia de Nazaret se convierte para nosotros en modelo de nuestra propia familia. Ellos nos enseñan cómo vivir en familia, nos descubren la importancia que nuestros padres y familiares tienen para nosotros. La familia nos da seguridad: necesitamos sentirnos incluidos y que nos lo recuerden. Da la impresión de que muchos hijos de hoy sienten que pertenecen más a las abuelas o a su profesor que a los padres, pues ellos suelen pertenecer a su trabajo más que a nadie. Los abuelos, a su vez, tienen la sensación de que son una carga para sus hijos. El Libro del Eclesiástico recuerda la obligación de todo hijo de honrar a su padre, que incluye no abandonarle.
4. La Iglesia: hay otra familia mucho más grande y también muy importante para nosotros: es la familia de la Iglesia. Porque todos somos hijos de Dios por medio de Jesucristo, todos somos también hermanos. Y por tanto, todos los cristianos distribuidos por todo el mundo somos miembros de una misma familia que es la Iglesia. Esta familia se concreta para cada uno de nosotros en nuestra parroquia. Aquí hemos de vivir los mismos valores que vivimos en la familia, como son la solidaridad, la ayuda mutua, la formación… Y como cualquier familia, la Iglesia también se reúne alrededor de una mesa para celebrar los acontecimientos más importantes y para compartir el día a día de la vida de familia.
REFLEXIÓN
Hoy nuestros pensamientos y nuestros corazones se dirigen hacia la Sagrada Familia de Nazaret. Mediante el misterio de la Navidad del Señor, el Hijo de Dios se ha hecho hijo del hombre, viniendo a formar parte de la familia humana. Dios, que es Amor, ha entrado en una familia, queriendo hacer así de ella un lugar particular del amor y una verdadera "Iglesia doméstica".
La primera lectura presenta, de forma muy práctica, algunas actitudes que los hijos deben tener para con los padres. Es una forma de concretar ese amor del que habla la segunda lectura.
La segunda lectura subraya la dimensión del amor que debe brotar de las acciones de aquellos que viven “en Cristo” y aceptan ser “Hombres Nuevos”. Ese amor debe alcanzar, de forma muy especial, a todos los que comparten con nosotros el espacio familiar y debe traducirse en determinadas actitudes de comprensión, bondad, respeto, solidaridad, servicio.
Escuchamos en el Evangelio de hoy la responsabilidad de María y de José como padres de Jesús, en su vida diaria y oculta en Nazaret. Es hermoso imaginar cómo Jesús, desde su nacimiento, iría educándose y creciendo de la mano de María, su madre, y de san José. De ellos aprendería tantas cosas, como cualquier niño, y sus padres irían formando poco a poco la naturaleza humana de Jesús. Dios nace y se educa en una familia, como cualquier persona, pues Dios se hizo hombre con todas sus consecuencias.
En los momentos de crisis económica y de valores, la familia sigue siendo un valor en alza. Es Cristo quien nos enseña el arte de acoger, acompañar y curar. En la cercanía y trato personal se ejercita la paciencia de escuchar a los demás. El fundamento de todo acompañamiento es el deseo del amor verdadero. El cultivo de las relaciones interpersonales, viviendo, conversando, transmitiendo las claves del sentido de la vida y de la felicidad. Pero la familia necesita la protección de los gobiernos y de la sociedad. También el apoyo de la Iglesia…
PARA LA VIDA
Cuenta la leyenda que la Virgen María bajaba cada mañana al pozo a tomar agua. El niño Jesús la acompañaba y miraba con qué destreza llenaba el cubo y lo apoyaba sobre su cabeza. Muchas veces se preguntó cómo hacía para no derramar el agua. Regresaban tomados de la mano. Cierto día el niño le dijo a María:
‒Déjame que te ayude, porque ya tengo fuerzas. La Santísima Virgen se rehusó al verlo aún tan débil.
‒No, hijo. El cubo es pesado y te puedes hacer daño. Pero como insistía tanto, la Virgen dejó el cubo a medio llenar y lo ayudó a cargarlo sobre su hombro derecho. Caminaron largo y cuando llegaron, la Virgen María se mortificó porque el niño tenía una llaga en el hombro.
‒¡Hijo, te has lastimado! ¡Te dije que no lo hicieras! ¡Mira qué herida te has hecho!
–No te angusties, mamá‒, dijo el niño. Yo también tengo que irme preparando…
Es necesario que nos vayamos preparando porque un día todos nuestros trabajos y esfuerzos, por ser buenos hijos de Dios, tendrán sus frutos y su razón de ser. La familia es el lugar donde compartimos los momentos de gozo, de gloria, de dolor y luz que conforma el mosaico de nuestra particular historia. Podrá faltarnos todo, menos una familia.
El amor es grande y auténtico no sólo cuando parece sencillo y agradable, sino también y sobre todo cuando se confirma en las pequeñas o grandes pruebas de la vida. Los sentimientos que animan a las personas manifiestan su más honda consistencia en los momentos difíciles. Es entonces cuando arraigan en los corazones la entrega mutua y el cariño, porque el verdadero amor no piensa en sí mismo, sino en cómo acrecentar el verdadero bien de la persona amada.
“La Palabra se hizo Carne y Habitó entre Nosotros”
1. La Palabra Creadora: Dios crea a través de la palabra, pues según Dios va pronunciado se va formando la creación. La palabra de Dios es creadora. En el Evangelio de hoy, Juan nos dice: “En el principio ya existía la Palabra”. Esta Palabra es Cristo, el Verbo de Dios, que ya existía desde el principio, que era Dios y que estaba junto a Dios. Añade san Juan que todo fue creado por la Palabra, como hemos visto en el Génesis. Por lo tanto, el Hijo de Dios es eterno, existe desde el principio, y ha sido a través de Él como Dios ha creado el mundo. Esta Palabra se ha ido revelando poco a poco a través de la historia. Así, el autor de la carta a los Hebreos nos dice en la segunda lectura de hoy que Dios ha hablado a lo largo de la historia por medio de los profetas.
2. La Palabra se hizo Carne: nos mandó su Palabra para que se encarnase, para que se hiciese hombre, y así viviese entre nosotros. En la Antigua Alianza, la palabra de Dios estaba escrita en dos tablas de piedra, los diez mandamientos. Estas tablas se conservaban en el arca de la alianza que se custodiaba en la tienda del encuentro. Ahora, la Palabra se ha hecho carne y ha acampado entre nosotros, ya no en la tienda del encuentro, sino en la persona del Hijo, Dios hecho hombre, que habita en medio del mundo. Así lo proclama el autor de la carta a los Hebreos cuando afirma: “Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”. La Navidad es por tanto el misterio del amor de Dios que quiere hablarnos personalmente, al corazón de cada uno. Es el misterio de una Palabra tan fuerte, tan de verdad, que se hace carne.
3. La Palabra se hizo Luz: la luz que disipa la oscuridad no es aceptada por muchos que prefieren vivir en la tiniebla. Un ejemplo lo tenemos en estos días de Navidad, que en medio de tanto trasiego, mucha gente vive como si Dios no existiese. Es triste celebrar la Navidad como nos la presenta el mundo, una Navidad sin Dios, en tiniebla, sin hacer caso a la luz.
En este día grande de la Natividad del Señor, estamos llamados a redescubrir el valor de este misterio. Jesucristo, Palabra del Padre, que existe desde siempre, por el que hemos sido creados, ha venido a nosotros para iluminar nuestra vida. Acerquémonos hoy al portal de Belén, asomémonos al pesebre, contemplemos a ese niño recién nacido y descubramos en él a Dios con nosotros. Él nos trae la paz, la felicidad y la luz que ilumina nuestras vidas. Este es el mejor deseo para estas fiestas de Navidad.
REFLEXIÓN
La Liturgia nos lleva hoy a Belén, junto al pesebre, donde reposa el divino Rey, recién nacido. Dejémonos llevar por ella. Una vez ante el divino Niño, postrémonos en actitud de adoración y recitemos el símbolo de la fe y el prólogo del Evangelio según San Juan: «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, Engendrado no creado, de la misma sustancia que el Padre… Descendió de los cielos, por nosotros los hombres y por nuestra salvación. Fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de santa María Virgen…»
Isaías 52,7-10: Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios. Ha cumplido Dios su palabra de consolación. Nos ha redimido, dejándose ver y amar en medio de nosotros. Cristo es la realidad suprema del acercamiento pedagógico de Dios a nosotros. Cristo es el Mensajero que viene a anunciar la Buena Nueva: el Evangelio, de la paz y de la salvación.
Hebreos 1,1-6: Dios nos ha hablado por su Hijo. Cristo es personalmente la Palabra de Dios vivo. En la plenitud de los tiempos el Padre nos ha hablado por su Hijo. Ha habido dos fases en la Revelación: la preparación por los profetas, primero, y en la plenitud de los tiempos la revelación perfecta por medio del Hijo. Son dos momentos continuos, de manera que, ciertamente, en todo tiempo Dios ha hablado a los hombres. Pero en el último tiempo su Palabra se ha expresado de un modo insólito y maravilloso, con un gesto nuevo de infinito amor. Cristo, Verbo encarnado, imagen de Dios y de su gloria es el signo sacramental de una nueva presencia de Dios en medio de nosotros. Es la Palabra eterna que dialoga con nosotros, y así nos regenera. Salva y libra al hombre de la esclavitud del pecado.
Juan 1,1-18: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. El Verbo, que es Luz y Vida divina –Luz que salva y Amor que redime–, se ha hecho uno más entre nosotros. El Hijo de Dios se nos hace presente en la realidad viviente de un Corazón también humano. San Agustín ha comentado este pasaje evangélico muchas veces.
«La Verdad, que mora en el seno del Padre, ha brotado de la tierra para estar también en el seno de una Madre. La Verdad, que contiene el mundo, ha brotado de la tierra para ser llevada por manos de mujer. La Verdad, que alimenta de forma incorruptible la bienaventuranza de los ángeles, ha brotado de la tierra, para ser amamantada por los pechos de carne. La Verdad, a la que no basta el cielo, ha brotado de la tierra para ser colocada en un pesebre.
PARA LA VIDA
Navidad es la historia de un gran amor.¿Qué es el amor? Los niños lo saben mejor que los mayores.
He aquí alguna de sus respuestas.
"Cuando mi abuela tenía artritis no podía agacharse para pintarse las uñas de los pies. Así que mi abuelo se las pinta todos los días a pesar de que él tiene también artritis en las manos. Eso es amor. Rebeca, 8 años.
"Amor es cuando mi madre hace café para mi padre y lo prueba antes de dárselo para asegurarse de que sabe OK". Kart, 5 años.
"Amor es lo que está en la habitación contigo la víspera de Navidad si dejas de abrir los regalos y escuchas". Danny, 7 años.
"Cuando alguien te quiere, la manera de pronunciar tu nombre es diferente. Y sabes que tu nombre está seguro en su boca". Billy, 4 años.
"Si quieres aprender a amar mejor, se debería comenzar con un amigo al que odias". Nikka, 6 años.
"Yo sé que mi hermana mayor me quiere porque me da sus vestidos usados y ella tiene que ir a comprarse unos nuevos". Lauren, 4 años.
"El amor es lo que te hace sonreír cuando estás cansado". Terri, 4 años.
Un año más el Hijo de la Navidad vendrá a nuestro mundo y a nuestras vidas ajetreadas y disipadas. Nosotros, a pesar de todos los ruidos muy musicales, y desde nuestras limitaciones, estamos llamados a vivir con más autenticidad el milagro de la luz, de la paz y de la vida nueva que nos visita.
San Juan 1, 26 - 38
“Concebirás y Darás a Luz un Hijo”
1. María Cree: con la semilla de la esperanza comienzan a crecer en María, al unísono, las semillas de la fe y del amor. La fe de María es una fe activa, que la empuja a confiar en Dios, a entregarse a Él, y su amor es un amor encendido y ardiente, que le da fuerzas para poner toda su vida al servicio de Dios, para ser corredentora de todos sus hermanos. En un golpe de vista privilegiado, María vislumbra y acierta a ver ya cómo el Hijo que bulle en sus entrañas camina por los difíciles caminos de Palestina; lo ve gritando y voceando amor hacia los más pobres y marginados, denunciando las injusticias de los poderosos; ve que esto le llevará a la cruz, una cruz que su hijo llevará con amor y por amor, y lo ve ya resucitando, glorioso, al tercer día. La esperanza arde en el corazón de María, la llena de humildad y coraje, su alma proclama la grandeza del Señor y su espíritu se alegra en Dios su Salvador.
2. María Mujer de Esperanza: esta esperanza cristiana del Adviento, es la que nosotros debemos pedir hoy al Niño que va a nacer en Belén. Sin esperanza cristiana no se puede levantar y sostener el cristianismo. Sin esperanza cristiana nuestra vida camina por un túnel lóbrego y sin luz, una vida que camina hacia la nada, una noche que no amanece nunca. Nuestra esperanza es una esperanza anhelante, una esperanza que creemos y anhelamos que se convierta algún día en realidad. No serán nuestros méritos los que obren el milagro, serán los méritos de este Niño que va a nacer los que quiten nuestros pecados y los pecados del mundo.
3. La Alegría de María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Esta noticia es la que, en estos días, no podemos apagar ni consentir que deje de resonar como fundamento y fondo de la Navidad: ¡EL SEÑOR ESTA CONTIGO! ¡VIENE A ESTAR CONTIGO! Contigo, mundo, que te agitas en un mar de dudas. Cuando piensas que, tus problemas, son mayores que tus fuerzas para hacerle frente. ¡El Señor está contigo! Este anuncio, sintiéndonos ángeles, mensajeros y enviados por Dios, puede ser nuestra tarea y nuestra misión dentro de la Navidad. ¿Podemos consentir que, las luces, sean más impactantes que el destello de la Luz Divina? En nuestro empeño queda precisamente ese envío, permanente y gozoso, de anunciar al mundo que el hombre no está sólo; que Dios viene para acompañarle; que una Virgen –porque se fio y creyó– se sintió llena de una felicidad que, sólo la fe, es capaz de ofrecer.
REFLEXIÓN
Llegamos al final del Adviento. A lo largo de estas semanas, la Iglesia ha querido prepararnos para la venida de Jesús en la Navidad y para su venida definitiva al final de los tiempos. La Navidad no se improvisa, hay que prepararla. La Navidad no puede reducirse a preparativos ambientales de nacimientos, árboles, villancicos, luces, comidas, etc. Es también necesaria una preparación interior este es el sentido y la finalidad del Adviento que estamos concluyendo.
La 1ª lectura del segundo libro de Samuel, nos decía cómo el rey David quería construirle a Dios una casa. El rey David tenía buen corazón y le daba pena que su Dios tuviera que vivir en una tienda de campaña, mientras él, el rey, vivía en un palacio de cedro.
David quería pagar de algún modo a Dios los dones recibidos. Y Dios no quiere que le paguemos ni con templos, ni con ofrendas, ni con sacrificios. El sacrificio que Dios quiere es un corazón contrito. La ofrenda que Dios quiere es nuestra misericordia.
La 2ª lectura, de San Pablo a los romanos nos dice que Dios tiene un plan de salvación que ofrecer a los hombres. Dios se preocupa por nosotros y Dios nos ama, y ese amor no es un amor pasajero, sino que forma parte del ser de Dios y está siempre en la mente de Dios amarnos a todos sus hijos. Por ello no olvidemos esto: no somos seres abandonados a nuestra suerte, perdidos y a la deriva en un universo sin fin; sino que somos seres amados de Dios, personas únicas e irrepetibles que Dios conduce con amor a lo largo del camino de la historia y Dios tiene un proyecto eterno de vida plena, de fidelidad total, de salvación.
El Evangelio de san Lucas nos ha narrado la Anunciación a María. Los días de Navidad ya se acercan y Jesús busca casa donde nacer. No son muchas sus exigencias en cuanto a comodidades y riquezas, solamente pide corazones sencillos, compartidos y desapegados de lujos, de riquezas, de honores, y de ambiciones. Nosotros podemos ahora escuchar esa solicitud de Jesús: “Busco casa”, y apresurarnos a responder con la generosidad de María, con un sí seguro y confiado, con un “fíat” que compromete y dispone, con un “yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, confiando en un amor mucho más grande que el nuestro.
No temamos, también para cada uno de nosotros son las palabras de Gabriel: “Alégrate. El Señor está contigo”. Claro que a nosotros no nos puede decir que estamos llenos de gracia, porque nuestros delitos nos abruman y nuestras miserias saltan a la vista. Pero el Señor es tan generoso que a pesar de nuestras miserias también nos escoge para pesebre, cueva, o casita, donde pueda nacer el Salvador.
PARA LA VIDA
Un día un hombre encontró a un amigo de rodillas en el suelo buscando algo y le preguntó: ¿Qué estás buscando? La llave. He perdido la llave de casa. Los dos arrodillados buscaban y buscaban la llave sin encontrarla. Al cabo de un rato, le preguntó al amigo: ¿Dónde la has perdido? Y le contestó: en la casa. Dios mío, ¿por qué la buscas aquí? Porque aquí hay más luz.
Hermanos, ¿estamos aquí en la iglesia del Pilar porque está bien iluminada y hay más luz? ¿Estamos aquí porque es más fácil encontrar a Dios en un lugar sagrado? ¿Estamos aquí porque es la casa donde Dios habla? Déjame que te diga una cosa: no encontrarás aquí a Dios si lo has perdido en tu corazón. Es ahí donde tienes que buscarlo. En tu corazón Dios ha hecho su primer templo.
Búscalo ahí. Si ahí no vive tampoco lo encontrarás aquí. ¿Quién puede construir un templo más magnífico que el templo del corazón humano? Estos días escribía yo cartas a familiares y amigos y les decía: un virus puede paralizar y desprogramar todas las computadoras del mundo, pero no puede desprogramar mi corazón, está programado por Dios y Dios lo ha programado para amarle y amaros a vosotros.
¿Está tu corazón programado para amar a Dios y a los hermanos? El pecado: la envidia, la lujuria, la avaricia... es el virus que te puede desprogramar. El corazón, tu corazón, es el templo que Dios quiere construir, el templo en el que Dios quiere habitar. Tal vez te preguntes y ¿a qué viene todo esto? El Rey David, nos ha contado el 2 libro de Samuel, dijo al profeta Natán: "Yo vivo en una casa cubierta de madera de cedro mientras que el Arca del Señor vive en una tienda de campaña".
Voy a hacer un templo para mi Dios. Dios dijo a David: "Yo te daré un descendiente, yo engrandecerá a tu hijo, sangre de tu sangre y consolidaré tu reino". Yo te daré un hijo, no un templo. Yo te daré un corazón de carne, no de piedra. Ahí estaré vivo, mi espíritu será la sangre. Mi hijo será el templo en el que todos caben. ¿Quién puede construir un templo más magnífico que el templo del corazón humano? Sólo Dios.
Dios ha programado tu corazón para que lo busques, ¿sabes manejar el ratón? Dios ha programado tu corazón para que lo ames, ¿tienes el virus del enemigo? Dios ha programado tu corazón para vivir en él, ¿le haces sitio? El Señor dice en el evangelio, si cuando vas al templo a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que estás enemistado con alguien deja... porque Dios no está donde tiene que estar en primer lugar: en tu corazón.
“¡Alégrate!, Llena de Gracia, El Señor Está Contigo”
1. Gaudete: toda la Palabra de Dios de hoy nos habla de alegría y esperanza. El hombre necesita urgentemente un Salvador, pero un salvador que no sea ángel ni extraterrestre, sino hombre entero y verdadero, pero que sea también un Dios. Necesita un Salvador que aporte luz a sus pasos inciertos, que lo cure de muchas enfermedades, que le dé razones para vivir, que le enseñe lo que es la vida, que entone el himno de la libertad y de la alegría. Un Salvador que nos diga dónde está la verdad del hombre y de Dios. Será maestro del consuelo, dará "buenas noticias" a los pobres y a todos los que sufren; sus palabras llegarán al corazón de todos los que esperan. Nadie junto a él se sentirá triste o decaído. Hace suyos los sufrimientos de todos. Sus palabras alientan a los pusilánimes y hasta resucitan a los muertos. Regala a los suyos una alegría que nada ni nadie les puede arrebatar.
2. La Alegría: ¡Estad siempre alegres! alegría, oración y agradecimiento. "¡Alegraos constantemente!", o sea, incluso en las horas bajas y de sufrimiento, pues esos momentos no afectan al fundamento en el que descansa nuestra alegría; la certeza de la salvación en Cristo. "Orad sin cesar". Naturalmente, no con palabras, sino con la conciencia de la unión con Dios, porque en el descanso del alma en Él se encuentra precisamente la verdadera oración, sin palabras y de pleno valor. "¡Dad gracias por todo!". Incluso en las pruebas y sufrimiento. Aquí es donde tiene que mostrarse la fe fuerte en que todo lo que viene de la mano de Dios es para nuestra salvación.
3. El Testigo de la Luz: Juan Bautista da testimonio de su misión. Nos es la luz, sino “testigo de la luz” ¿Puede haber vocación más bonita? Decir a todos que no siempre es de noche ni todo es tinieblas. Llevar un rayo de esperanza a los corazones entristecidos. Una sonrisa gratuita en una sociedad violenta. Pronosticar que la verdad terminará imponiéndose. Descubrir valores ocultos y carismas no apreciados. Apreciar el lado bueno de las cosas y personas. Entender que no todo es relativo. Encontrar el sentido de la vida. Testigo de todas las luces. Testigo del que es todo luz. Juan es consciente de que es el instrumento que Dios utiliza para que lleguemos a Jesucristo. Su misión es preparar el camino al Señor ¿Puede haber una vocación más humilde y más grande? No es Mesías, ni profeta, ni quiere ser personaje.
REFLEXIÓN
Este tercer domingo de adviento es conocido como el domingo de la alegría (Gaudete). Las lecturas nos hablan de ello y la alegría se hace patente porque ya está muy cercana la Navidad, ese gran acontecimiento que llevamos preparando durante todo este tiempo de Adviento.
La primera lectura, del libro del profeta Isaías, nos presenta a Dios, a un Dios que se preocupa de los que sufren, de los desheredados de la tierra, de los excluidos, de los marginados. Dios pregona el año de gracia del Señor: ¡Sólo es posible que la gracia llegue a todos si eliminamos la pobreza y sus causas injustas! Es decir, tenemos que trabajar por un nuevo orden internacional donde el hombre deje de ser explotado por el propio hombre.
La segunda lectura, de San Pablo a los Tesalonicenses, nos invitaba a preparar la llegada del Señor, y a vivir con alegría este acontecimiento. No parece fácil mantener un ritmo de alegría y gozo en estos tiempos nuestros marcados por el desencanto, el desengaño y el pesimismo. Podríamos preguntarnos: ¿Podemos hoy vivir alegres? ¿Tenemos derecho a estar alegres? Cuando pensamos en los problemas que nos rodean, cuando experimentamos la crisis económica y la inseguridad, cuando ha muerto una persona querida… ¿podemos estar alegres?
Cuando muchas personas mueren de hambre, cuando muchos pueblos están en guerra, cuando es pisoteada la dignidad de tantas personas… ¿podemos estar alegres? Con todo, san Pablo nos ha dicho en la segunda lectura: “Estad siempre alegres”. Esto significa que la alegría es posible. Los cristianos debemos reivindicar la alegría, porque creemos y tenemos esperanza. Los problemas que he dicho al principio son reales, existen de veras. Pero no nos podemos resignar a quedarnos sin hacer nada. Debemos aportar una solución.
El Evangelio de san Juan nos presenta a Juan el Bautista como enviado por Dios, como testigo para dar testimonio de la luz. Muchas veces en la vida nos encontramos como en un túnel de oscuridad y necesitamos el “guía” que nos muestre la pequeña lucecita que nos conduce a la claridad y a la libertad. Hoy, la Palabra de Dios, nos invita a que nosotros nos convirtamos en testigos de la luz, en testigos de Jesús. Para ser testigos se requieren varias condiciones. En primer lugar, es necesario reconocer y aceptar lo que somos y lo que no somos. Nunca podremos ocupar el lugar de la luz, es decir, nunca podremos ocupar el lugar de Dios. Juan lo dijo claramente: “Yo no soy el Mesías”. No podemos vivir de apariencias ni de títulos.
PARA LA VIDA
Un día le preguntaron a un profesor: ¿cuál es el sentido de la vida? Y éste sacando del bolsillo un trozo de espejo dijo a sus alumnos. Cuando yo era pequeño me encontré un espejo roto y me quedé con este trozo y empecé a jugar con él. Era maravilloso, podía iluminar agujeros profundos y hendiduras oscuras. Podía reflejar la luz en esos lugares inaccesibles y esto se convirtió para mí en un juego fascinante. Cuando ya me hice hombre comprendí que no era un juego de infancia sino un símbolo de lo que yo podía hacer con mi vida.
Comprendí que yo no soy la luz ni la fuente de la luz. Pero supe que la luz existe y ésta sólo brillará en la oscuridad si yo la reflejo. Soy un trozo de espejo y aunque no poseo el espejo entero, con el trocito que tengo puedo reflejar luz en los corazones de los hombres y cambiar algunas cosas en sus vidas. Ese soy yo. Ese es el significado de mi vida. Juan, el hombre enviado por Dios, el presentador de Jesús, el vocero del bautismo en el Espíritu, comprendió también que él no era la luz, sino un reflejo de la luz, él era sólo el despertador que anuncia la luz del nuevo día, y al Señor de todos los días.
Juan, un predicador al aire libre y callejero, metía mucho ruido y atraía a mucha gente y bautizaba en el río Jordán y tenía sus seguidores y esto preocupaba a las autoridades. Así pues, el alcalde y las autoridades de Jerusalén le enviaron unos periodistas del Heraldo de Soria para hacerle una entrevista y tomar algunas fotos a Juan bautizando. ¿Quién eres tú?, le preguntaron. "Yo no soy el Cristo. Yo no soy Elías. Yo no soy el Profeta." Podía haber contestado: soy el hijo de Zacarías e Isabel.
Mi padre es sacerdote del templo de Jerusalén. Juan se describe a sí mismo en función de su trabajo, de su misión, de su ministerio. Su identidad, su ID se lo da Cristo. Es un hombre, enviado por Dios, para predicar el camino del Señor. Juan no quiere títulos para él, no quiere ser confundido ni revestirse con las ropas de otro. "Yo soy la voz del que grita en el desierto". Juan es una voz anónima y pasajera. Lo que importa es la voz. Lo que importa es lo que la voz grita. Lo que importa es que el mensaje se escuche. Lo que importa es que Jesús sea anunciado. Lo que no importa es de quién es la voz. Y Juan fue por uno días el altoparlante de Dios que anunciaba a "uno que está en medio de ustedes y que no conocen".
“Allanen los Senderos del Señor”
1. El Mensaje: "preparad un camino al Señor.... que las colinas se abajen…” Hay una coherencia entre lo que dice Juan y lo que hace, entre su mensaje y su vida. Aparece en el desierto llevando una vida nada convencional; aparece solo frente a todo el pueblo. Así es el profeta. Abajar las colinas es limitar nuestro orgullo y amor propio y pensar primero en los demás. Juan llama a penitencia, que quiere decir cambio de la mente y del corazón, del hombre y de su contorno cultural. El que hace penitencia se sumerge en el futuro de Dios, que está viniendo, y deja atrás un hombre viejo y un mundo viejo. Esto es lo que simbolizaba el bautismo de Juan.
2. El Bautismo: sí nos prepararemos para recibir el bautismo de Jesús, el bautismo del Espíritu Santo, un bautismo que debe ser un nuevo nacimiento, dando muerte al hombre viejo y carnal que hay en nosotros y viviendo en comunión con Cristo, como criaturas nuevas y espirituales. Esto es prepararse dignamente para la Navidad.
3. La Preparación: anunciada por Juan el Bautista por medio de «un bautismo de conversión para el perdón de los pecados», en espera del adviento definitivo del Señor, que siempre se renueva en el bautismo «en el Espíritu Santo». El modo más auténtico, más sencillo, más inmediato y, en el fondo, más humano para «preparar la venida del Señor», es comenzar a recorrerlo: ponerse en marcha, aunque sea con pasos tímidos e inseguros, hacia Aquel que, con todo su Ser, misericordioso y amante, viene gratuitamente al encuentro del hombre. Y teniendo siempre, como insuperable modelo, el «paso presuroso» de la Santísima Virgen que va al encuentro de su prima Isabel.
4. La Conversión: si esta Navidad pasa por mí sin pena ni gloria, si no se nota una transformación en mi vida, es que habré rechazado a Cristo. Pero para ponerme en disposición de cambiar he de darme cuenta de que necesito a Cristo. En este nuevo Adviento, ¿siento necesidad de Cristo? Pues bien, para recibir a Cristo es necesaria una buena dosis de austeridad (Rom 13, 13-14). Mientras uno esté ahogado por el consumismo no puede experimentar la dicha de acoger a Cristo y su salvación. Es imposible ser cristiano sin ser austero. La abundancia y el lujo asfixian y matan toda vida cristiana.
REFLEXIÓN
Allanar el camino es la invitación que nos hace la liturgia este segundo domingo de Adviento, para dejar de lado nuestras perspectivas en la vida y aceptar las de Dios, al mismo tiempo que aceptamos la compañía que Dios nos ofrece.
La 1ª lectura, del profeta Isaías, nos hacía una llamada a la conversión; una llamada a preparar el camino al Señor y a quitar los obstáculos que dificultan o retrasan la venida del Señor.
Para ello se nos pide que abandonemos nuestros hábitos de comodidad, de egoísmo y de autosuficiencia y que aceptemos los retos que Dios nos presenta.
La primera lectura contiene un mensaje de consolación para todas aquellas personas que viven amargadas o desilusionadas. Dios no nos ha abandonado ni nos ha olvidado. Hoy podemos sentirnos hundidos y fracasados porque la violencia y el terrorismo llenan de sangre y sufrimiento la vida de tantas personas o porque los pobres y lo débiles son olvidados y no tenidos en cuenta, o porque la sociedad global se construye con egoísmo, con indiferencia. Sin embargo, Dios es fiel a los compromisos con nosotros sus hijos, Dios no está al margen de lo que nos ocurre. Dios viene a nuestro encuentro y nos ofrece llevarnos con amor y solicitud al encuentro de la verdadera vida y de la verdadera libertad.
El Señor trae paz y justicia, pero espera nuestra colaboración. Nuestra tarea es preparar el camino a nuestro Dios, y para ello hemos de rebajar el monte de nuestro orgullo.
La 2ª lectura, de la carta de San Pedro, nos invitaba a la vigilancia. San Pedro responde a los incrédulos que se burlan de la venida del Señor, tantas veces anunciada y que no acaba de llegar. No debemos olvidar que Dios es eterno y que su grandeza trasciende todas las medidas humanas, que para Él un día es como mil años, y mil años como un solo día; esto es, que Dios no tiene prisa, Él, puede hacerlo todo en un instante. Si Dios tarda, no es porque le cueste mucho cumplir lo que promete.
El Evangelio de san Marcos nos presentaba a Juan el Bautista. Llama la atención su forma de vestir, su manera de alimentarse y sobre todo su forma de ser. Invitaba a todo aquel que acudía a él a la conversión. Ojala que en estos días que nos estamos preparando para la Navidad no nos dejemos seducir por todo aquello que ha hecho de la Navidad una fiesta comercial. Desde ahora, hemos de comprometernos en hacer una profunda revisión de nuestra vida cristiana y enderezar todo lo que está torcido, iluminar lo que está oscuro, dejar atrás los caminos equivocados por los que hemos ido en la vida, agarrarnos al poder y fuerza de la oración para pedirle al Señor que nos ayude a convertirnos a Él, para optar por el amor y la paz que nos trae y nos da el Evangelio.
PARA LA VIDA
Érase una vez un cursillista que estaba orando y leyendo la Biblia en su habitación. De repente entró en la habitación su hijo llorando. El niño había estado jugando con un amigo al escondite y se había escondido tan bien que el amigo se cansó de buscarlo y al no encontrarlo se marchó a su casa. Papá, no es justo, le dijo su hijo, debería haber seguido buscándome. No está bien, le dijo el padre, pero ahora ya sabes cómo se siente Dios. Dios también se escondió muy bien y los hombres han dejado de buscarle. Y Dios también está triste. Y no es justo.
Dios escondido en un niñito que nació en Belén. Dios escondido en el pan. Dios escondido en sus hijos. Cuando lo encontramos en su escondite, Dios llora de alegría. Una palabra que resuena hoy con fuerza en el evangelio es "preparar". "Mando mi mensajero para prepararte el camino". "Escuchen este grito: preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos". Nosotros, los que venimos a la iglesia, vivimos un tiempo de espera, Adviento. Vivimos el "ya", Jesucristo vino en Navidad y el "todavía no" de su segunda venida. Vivimos el "ya" de nuestra primera conversión y el "todavía no" estamos convertidos del todo.
Vivimos el "ya" de su presencia gozosa en la Palabra, los hermanos, los sacramentos... y el "todavía no" de la visión plena en la casa del Padre. Porque vivimos en la espera, en el "todavía no", necesitamos siempre, siempre, preparar el camino y enderezar los senderos de la vida. Es orgullo, es pecado, es idolatría pensar que no necesitamos una permanente purificación.
Es orgullo, es pecado, es idolatría pensar que ya hemos encontrado al Dios que juega al escondite con nosotros. Dios no es un cheque que recibo cada domingo como premio por asistir a la asamblea cristiana y que puedo gastar a mi antojo. Dios no es un poco de morfina para mitigar mi dolor. Dios es lo que "todavía no" poseo del todo, no conozco del todo, y no amo del todo. Dios es el que viene, el que espero y cuya venida preparo hoy y siempre.
“Estén Prevenidos, Porque no saben Cuando Llegará el Dueño de Casa”
1. El Padre: el padre bueno sabe bien cómo tratar al hijo, aunque haya sido rebelde. Suena muy bien la expresión repetida: “Tú eres nuestro Padre”. También la de: “Nosotros somos la arcilla, tú el alfarero”. No nos cansemos de repetir también nosotros esta petición.
2. La Gracia y La Paz: es el saludo con el que comenzamos la Vigilar:mesiánicos anunciados por los profetas y la experiencia de la nueva relación de los hombres con Dios, a quien le llamamos "Padre nuestro". “La razón de nuestra vocación a la herencia eterna para ser coherederos de Jesucristo y recibir la adopción de hijos no se funda en nuestros méritos, sino que es efecto de la gracia de Dios; esa misma gracia la mencionamos al comienzo de la oración cuando decimos: Padre nuestro. Con este nombre se inflama el amor”. (San Agustín)
2. Velar: con las virtudes de penitencia interior, lucha contra el pecado, y esperanza en que la presencia redentora de Cristo nos salvará, siendo la luz y el camino que nos guiará hasta nuestro encuentro definitivo con Dios nuestro Padre. Vigilemos, pues, y oremos durante todo este tiempo y durante toda nuestra vida para que, cuando Dios nos llame, nos encuentre bien preparados, porque no sabemos ni el día, ni la hora en los que va a ocurrir este encuentro.
3. Vigilar: porque estamos malgastado nuestra vida, nuestra realización como personas. Hay que despertar de nuestra indiferencia e involucrarnos en la promoción del ser humano. Miremos a nuestro alrededor para descubrir la presencia amorosa de Dios que denuncia nuestras injusticias y nos impulsa a salir de nuestra apatía. Vigilemos lo que pensamos, lo que vemos, lo que decimos, lo que hacemos para que nuestro corazón no se corrompa con el virus de la indiferencia. Pidamos a Dios, que la celebración de este Adviento nos permita recuperar la esperanza y despertar en nosotros la ilusión por un mundo, un pueblo y una familia mejores.
4. Esperar: podemos tener esperanza porque hemos visto signos de este Reino, signos en la bondad de nuestros familiares y amigos, signos en la generosidad de nuestros papas y abuelos, signos en el sacrifico de esposos por el bien de sus hijos, signos en la entrega de nuestros compañeros en la Iglesia. Sabemos que el poder de Dios puede vencer lo malo, y entonces vivimos en esperanza. «La esperanza de los cristianos se orienta al futuro, pero está siempre bien arraigada en un acontecimiento del pasado y nos guía en el presente» (Benedicto XVI)
REFLEXIÓN
Hoy empezamos a celebrar con toda la Iglesia el Adviento. El Adviento es un tiempo de espera y preparación para la venida de Jesús. A lo largo de estos cuatro domingos vamos a estar vigilantes para que no nos pase nada inadvertido. Vendrá alguien a anunciarnos una buena noticia y nos traerá un importante mensaje. Por fin, una joven israelita llamada María, será la elegida para el gran acontecimiento. Tenemos que estar con los ojos muy abiertos y vigilar, vigilar mucho, no vaya a ser que la venida de Jesús se nos pase sin darnos cuenta.
La 1ª lectura del profeta Isaías es un clamor, un grito, una sentida oración que nace de lo más profundo del corazón. Los antiguos clamaron angustiados a Dios, conscientes de la necesidad en que se encontraban, y apurados por el dolor: “¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu presencia se estremecerían las montañas”. Se sentían huérfanos y perdidos y clamaron a Dios como padre, por un Salvador. Ahora bien, Isaías, nos recuerda que Dios es perdón que es el único Salvador y no hay otro; que Él es el que hemos de esperar. Por eso en medio de nuestras oscuridades, depresiones, angustias, hundimientos en la culpa… Dios nos ofrece nuevamente la recuperación, la paz, la reconciliación. Porque Dios es Padre fiel, y nos ha enriquecido ya con su amor.
La 2ª lectura de la 1ª carta de san Pablo a los Corintios, nos recuerda que Dios nos ha llenado de dones, nos ha comunicado su Espíritu. Pero todo estos dones, aunque Dios nos los ha dado para siempre, no es definitivo en nuestras manos. Nos cansamos, nos fatigamos y corremos el peligro de abandonarlo todo. Debemos reavivar la esperanza. No hay por qué desanimarse. Dios ha comenzado la obra; Él la llevará a buen término. Dios es fiel.
El Evangelio de San Marcos, nos sitúa ante una certeza fundamental: “El Señor viene”. Hay esperanza. El Adviento es un tiempo para recuperar la esperanza. Hoy los seres humanos necesitamos recuperar la esperanza. Porque vivimos en un mundo en el que se han perdido los grandes ideales; donde los proyectos se ven más desde el dinero que uno se puede robar que desde el bien que puede hacer a la humanidad. Una esperanza que nos dice que aunque sea poco, cada uno de nosotros puede aportar algo al proyecto del Reino de Dios. Por eso la mejor actitud que podemos tener para recuperar la esperanza es la vigilancia: ¡Velad porque nos sabemos ni el día ni la hora! Vigilar porque estamos malgastado nuestra vida, nuestra realización como personas. Hay que despertar de nuestra indiferencia e involucrarnos en la promoción del ser humano.
PARA LA VIDA
Un rabino preguntó a sus estudiantes: ¿sabe alguno de vosotros cuándo termina la noche y comienza el día? Un estudiante respondió: “Cuando ves un animal en la distancia y sabes si es una oveja o un chivo. Otro dijo: “Cuando ves un árbol en la distancia y sabes si se trata de un cerezo o una mata de plátano” Cada uno de los estudiantes iba dando ingeniosas respuestas hasta que el rabino les dijo, dejadme que os dé yo mi respuesta.
La noche termina y el día comienza cuando miras a la cara de cualquier ser humano y ves la cara de tu hermano o hermana. Si no puedes hacer esto, no importa la hora del día, todavía vives en la noche. Adviento es tiempo de distinguir a Jesucristo, Príncipe de la luz, rostro del hermano, entre los demás príncipes de este mercadillo humano. Muchos años atrás, había un anuncio que decía: “Un libro ayuda a Triunfar”. Nosotros, hoy, al comenzar el año litúrgico abrimos el Libro, nuevo ciclo de lecturas, el ciclo B, y decimos:” Un Libro ayuda a Cambiar.” Este Libro no nos ayuda a triunfar en los negocios, ni nos salva. Sólo el Señor Jesús salva.
Y Jesús no es un libro. Pero con este Libro puede comenzar un cambio y una aventura hacia la vida. Todos hemos visto, alguna vez, uno de esos pintores que hacen retratos rápidos de las personas en la calle. Un día posó un borracho sucio, sin afeitar y con ropas malolientes. A pesar de su aspecto desastroso fingió gran dignidad. El pintor le dedicó más tiempo del normal y cuando terminó le presentó al hombre su retrato. “Ese no soy yo” dijo, sorprendido, el borracho cuando se vio bien vestido y sonriendo en el retrato.
Y el pintor le contestó: “Pero ese es el hombre que usted todavía puede llegar a ser”. Al comenzar este tiempo de Adviento, en que preparamos la venida del Señor, la Palabra de Dios nos dice a todos y a ti que no estás preparado para el retrato porque eres prisionero de las mil trampas de este mundo, que estás sucio, desilusionado, sin esperanza, sin amor, que buscas soluciones a tus problemas en el periódico, en el horóscopo o en nuevas aventuras. La Palabra de Dios te dice: tú puedes cambiar, tú puedes llegar a ser otro. “Tú eres nuestro Padre, nosotros somos la greda y tú eres el alfarero, todos nosotros fuimos hechos por tus manos”.
Solemnidad de Cristo Rey
“Se Sentará en el Trono de su Gloria y Separará a Unos de Otros”
1. El Pastor: es aquel que ama a las ovejas y tiene cuidado de ellas, las protege de la dispersión, las reúne "de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad" (Ez 34, 12). Dice el Pastor: "Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear... Buscaré las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente" (Ez 34, 15-16).
2. Las Ovejas: ¡Cómo desea reconocer a sus ovejas por las obras de caridad, incluso por una sola de ellas, incluso por el vaso de agua dado en su nombre (cf. Mc 9, 41)! ¡Cómo desea reunir a sus ovejas en un solo redil definitivo, para colocarlas "a su derecha" y decir: "heredad... el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo"!
3. Las Cabras: son los que han rechazado el reino. Han rechazado no sólo a Dios, considerando y proclamando que su reino aniquila el indiviso reino del hombre en el mundo, sino que han rechazado también al hombre: no le han hospedado, no le han visitado, no le han dado de comer ni de beber.
4. El Reino de Cristo: este reino es el don "preparado desde la creación del mundo", don del amor. Y también fruto del amor, que en el curso de la historia del hombre y del mundo se abre constantemente camino a través de las barreras de la indiferencia, del egoísmo, de la despreocupación y del odio; a través de las barreras de la concupiscencia de la carne, de los ojos y de la soberbia de la vida (cf. 1 Jn 2, 16). El reino "preparado desde la creación del mundo" es reino de la verdad y de la gracia, del bien y de la vida. Tendiendo a la plenitud del bien, el amor misericordioso entra en el mundo signado con la marca de la muerte y de la destrucción. El amor misericordioso penetra en el corazón del hombre., oprimido por el pecado la concupiscencia, que es "del mundo". El amor misericordioso establece un encuentro con el mal; afronta el pecado y la muerte. Y en esto precisamente se manifiesta y se vuelve a confirmar el hecho de que este amor es más grande que todo mal.
5. El Reino de Dios: no es una cuestión de honores y de apariencias; por el contrario, como escribe san Pablo, es "justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14, 17). Al Señor le importa nuestro bien, es decir, que todo hombre tenga la vida y que, especialmente sus hijos más "pequeños", puedan acceder al banquete que ha preparado para todos. Por eso, no soporta las formas hipócritas de quien dice: "Señor, Señor", y después no cumple sus mandamientos (cf. Mt 7, 21). En su reino eterno, Dios acoge a los que día a día se esfuerzan por poner en práctica su palabra. Por eso la Virgen María, la más humilde de todas las criaturas, es la más grande a sus ojos y se sienta, como Reina, a la derecha de Cristo Rey.
REFLEXIÓN
En el Domingo 34 del Tiempo Ordinario celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey y Señor del Universo. Las lecturas de este Domingo nos hablan del Reino de Dios (ese Reino del que Jesús es el rey). Es presentado como una realidad que Jesús sembró, que los discípulos están llamados a edificar en la historia (a través del amor) y que se realizará definitivamente en el mundo que ha de venir.
La Primera Lectura utiliza la imagen del Buen Pastor para representar a Dios y para definir su relación con los hombres. La imagen subraya, por un lado, la autoridad de Dios y su papel en la conducción de su Pueblo por los caminos de la Historia; y, por otro lado, la preocupación, el cariño, el cuidado, el amor de Dios por su Pueblo.
Segunda Lectura, Pablo recuerda a los cristianos que el fin último de la vida del creyente es la participación en ese “Reino de Dios” de vida plena hacia el que Cristo nos conduce. En ese Reino definitivo, Dios se manifestará completamente y actuará como Señor de todas las cosas (v.28).
El Evangelio nos presenta, en una escena dramática, al “rey” Jesús llamando la atención a sus discípulos acerca del amor que compartirán con los hermanos, sobre todo con los pobres, con los débiles, con los abandonados. La cuestión es esta: el egoísmo, el encerrarse en uno mismo, la indiferencia para con el hermano que sufre, no caben en el Reino de Dios. Quien se empeñe en conducir su vida según esos criterios, quedará al margen del Reino.
Nos decía hoy Jesús: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Sólo tienen un lugar reservado en el Reino aquellos que han amado, aquellos que han vivido la caridad: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Si queremos formar parte del Reino de Dios hemos de seguir el camino que Jesús nos propone. Y, además, es tan enorme y grande el amor a los más necesitados que Jesús mismo se identifica con ellos, al decir: “conmigo lo hicieron”. Basta con observar a nuestro entorno: nuestra familia, los vecinos, los compañeros de trabajo, aquellas personas con las que me cruzo a diario y descubrir a las personas necesitadas. Todos son hermanos nuestros. Y los más necesitados, son los predilectos de Jesús, son Jesús mismo.
PARA LA VIDA
Érase una vez un rey que quiso compartir sus bienes con todos sus súbditos. Proclamó un bando invitándoles a reunirse en el patio de armas; allí, en el día asignado, cada uno podría coger lo que quisiera. Llegó el día y en el gran patio estaban expuestas todas las riquezas del rey: Joyas, relojes, alfombras, muebles, coches… En medio del patio, un gran trono desde el cual el rey examinaba a sus súbditos. En sus ojos brillaba la avaricia mientras admiraban aquel enorme mercadillo gratis del jueves real.
Una anciana se acercó al trono del rey y le preguntó: ¿Es verdad, majestad, que puedo elegir lo que quiera de lo que aquí veo? "Sí, puede elegir lo que usted quiera", le contestó el rey. "Entonces, yo elijo al rey", dijo la anciana. "Por haber elegido al rey, todo lo mío es también suyo". La ancianita, sabia y nada avariciosa, eligió lo mejor, el rey, el dueño de las cosas, el señor del reino. Y entró a formar parte de la familia del Rey.
El año litúrgico, el año de la iglesia, termina con esta fiesta magnífica: Cristo Rey. Cristo ayer, hoy, siempre. Elegir al rey, elegir a Cristo es peligroso, exige asumir su vida y su destino. Exige: servir, lavar los pies, mancharse las manos, comer con los pecadores, obedecer al Padre, dar la vida. Cuando leemos un libro o seguimos una telenovela nos pica la curiosidad y queremos conocer el final. ¿Terminará bien? Y, a veces, hacemos trampas y leemos la última página para conocer el final.
Hoy hemos proclamado el último discurso de Jesús, según San Mateo, el discurso escatológico, en el capítulo 25. "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles se sentará en su trono, como Rey glorioso. Delante de él se reunirán todas las naciones".
San Mateo nos presenta el juicio final como si se tratara de una gran película de Hollywood. Jesús, rodeado de ángeles, sentado en su trono, revestido de gloria, y ante él todas las naciones vestidas con sus trajes típicos. Y dejará a todos desnudos y hará una gran hoguera con todas las ropas porque ha llegado la hora de la verdad. Y la verdad no es la apariencia externa, sino la verdad de la vida y del corazón. Y todos desnudos y todos iguales, todos seremos examinados sobre la única materia, sobre la única exigencia, sobre el único mandamiento de Dios: el amor a Dios y al prójimo. Alguno pensará, fantástico, ese test lo paso yo.
“Respondiste Fielmente en lo Poco: Entra a Participar del Gozo de tu Señor”
1. Las Virtudes de la Mujer: la mujer, de espíritu fuerte, y laboriosa, que sabe ganarse la vida con su trabajo, representa un ideal válido para nuestra época. Cuando corremos el riesgo de convertir a la mujer en una señal de prestigio del varón y en un objeto de placer, vale la pena subrayar con energía que lo más hermoso de la mujer son las virtudes que tiene y que no siempre son reconocidas
2. La Fraternidad: es una gracia de Dios comer juntos, sentarse a la mesa en compañía de hermanos, tomar en unidad el fruto común de nuestro trabajo, sentirse en familia y charlar y comentar y comer y beber todos juntos en la alegre intimidad del grupo unido. Comer juntos es bendición de Dios. El comedor común nos une quizá tanto como la capilla. La buena comida es bendición bíblica a la mesa del justo. ¿No han comparado el cielo a un banquete personas que sabían lo que decían? Si el cielo es un banquete, cada comida es un ensayo para el cielo.
3. La Vida Positiva: en una palabra, los cristianos, aun alegrándose de las victorias humanas sobre sus múltiples alienaciones, nunca juzgarán definitiva una época histórica, sino que siempre adoptarán frente a ella una actitud crítica y de espera. Hay que vivir la vida de forma positiva, como dice Martin Seligman, valorando el presente, sin añorar demasiado el pasado y con la ilusión de conseguir metas que están a nuestro alcance.
4. Nuestros Talentos: los talentos son el patrimonio que el Señor les confía: su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celeste, su perdón… en resumen, sus más preciosos bienes. Mientras en el lenguaje común el término “talento” indica una cualidad individual – por ejemplo, en la música, en el deporte, etcétera –, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. Todos tenemos algún talento con el cual servir a la comunidad. Dios coloca en todos nosotros la misma inmensa confianza ¡No lo defraudemos! ¡No nos dejemos engañar por el miedo, sino intercambiemos confianza con confianza! Pidámosle ayudarnos a ser “servidores buenos y fieles”, para participar “de la alegría de nuestro Señor”.
5. La Fidelidad: muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor: cómo has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor. El genio, suele decirse, es la paciencia, es decir, el trabajo, el esfuerzo, la lucha diaria para hacernos cada día un poco mejores. Así es como debemos entender la frase, a primera vista desconcertante, que Jesús dice: al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.
El que tiene más y trabaja con lo que tiene, tendrá cada vez más, en cambio el que tiene menos y no trabaja con lo poco que tiene, terminará perdiendo lo poco que tenía. Trabajemos, pues, nosotros con los talentos, las cualidades, los dones, que Dios nos ha dado, y cada día tendremos un poco más y seremos cada día un poco mejores.
REFLEXIÓN
La liturgia del Domingo 33 del tiempo Ordinario recuerda a cada cristiano la grave responsabilidad de ser, en el tiempo histórico en el que vivimos, testimonio consciente, activo y comprometido de ese proyecto de salvación/liberación que Dios Padre tiene para los hombres.
La primera lectura presenta, en la figura de la mujer virtuosa, algunos valores que aseguran la felicidad, el éxito, la realización. El “sabio” autor del texto propone, sobre todo, los valores del trabajo, del compromiso, de la generosidad, del “temor de Dios”. No son solo los valores de la mujer virtuosa: son los valores de los que debe revestirse el discípulo que quiere vivir en fidelidad a los proyectos de Dios y corresponder a la misión que Dios le ha confiado.
En la segunda lectura Pablo deja claro que lo importante no es saber cuándo vendrá el Señor por segunda vez; sino estar atentos y vigilantes, viviendo de acuerdo con las enseñanzas de Jesús, dando testimonio de sus proyectos, empeñándose activamente en la construcción del Reino.
El Evangelio nos presenta dos ejemplos opuestos de cómo esperar y preparar la última venida de Jesús. Elogia al discípulo que se empeña en hacer fructificar los “bienes” que Dios le confía; y condena al discípulo que se instala en el miedo y en la apatía y no pone a fructificar los “bienes” que Dios le entrega (de esa forma, está desperdiciando los dones de Dios y privando a los hermanos, a la Iglesia y al mundo de los frutos a los que tienen derecho).
Los dones que hemos recibido no son nuestros, son dones recibidos, se nos han dado para que los administremos. La gracia de Dios no se nos da simplemente para “que vivamos en gracia”, sino para que la activemos y la hagamos fructificar.
La vocación del cristiano no es conservar. La vocación del cristiano es dar frutos, es florecer, es manifestar y revelar los dones de Dios. Por eso, el primer paso es reconocer los dones que Dios nos ha regalado porque quien no los reconoce tampoco es capaz de dar gracias por ellos. El segundo paso, es hacerlos florecer.
Los dones de Dios son para ponerlos en circulación, no para enterrarlos. Dios no quiere que se los devolvamos tal y como Él nos los ha dado, sino convertidos en nueva cosecha. El agricultor siembra sus granos de trigo no para recoger luego otro grano, sino para que cada grano le regale una espiga.
PARA LA VIDA
Érase un árbol muy viejo que parecía haber sido tocado por el dedo de Dios porque siempre estaba lleno de frutos. Sus ramas, a pesar de sus muchos años, nunca se cansaban de dar frutos y era la delicia de todos los viajeros que por allí pasaban y se alimentaban de sus frutos.
Un día, un comerciante compró el terreno en que estaba el árbol y edificó una valla a su alrededor. Los viajeros le dijeron al nuevo dueño les dejara alimentarse de los frutos del árbol como siempre lo habían hecho. "Es mi árbol, es mi fruta. Yo lo compré con mi dinero", les contestó. A los pocos días sucedió algo sorprendente. El árbol murió. ¿Qué causó esa muerte repentina? Cuando se deja de dar, se deja también de producir frutos y la muerte aparece inevitablemente.
El árbol empezó a morir el día en que la valla empezó a subir. La valla fue la tierra que enterró el árbol. El cuento de Jesús, llamado de los talentos, suena a juicio, a premio y castigo, a escándalo, a regreso del dueño. De los dos primeros empleados nos dice el evangelio que fueron "fieles en las cosas pequeñas" y el dueño les confió responsabilidades mayores y los asoció a su gozo. Fieles en la ausencia de su señor. "Fieles en las cosas pequeñas." ¿Cuáles son esas cosas pequeñas? Sus posesiones, su hacienda, su dinero, las cosas materiales.
Fueron fieles, arriesgados y multiplicaron el capital del dueño y fueron felicitados y recompensados. ¿Somos así nosotros? ¿Nos puede felicitar el señor por ser fieles en las cosas pequeñas? La obra que Dios quiere que hagamos depende de nuestro único talento. A la iglesia venimos a enterrar las palas, no el talento de Dios. Tiren las palas y dejen que crezca y sea útil su pequeño talento. No nos contentemos con ser buenos. Hay mucha gente buena por ahí, a nosotros se nos pide ser más buenos, ser mejores, ser santos.
“Ya Viene el Esposo, Salgan a su Encuentro”
1. La Sabiduría: se hace la encontradiza para los que la aman, para los que la desean y la buscan. El verdadero conocimiento de Dios no es el resultado de una laboriosa operación intelectual, es un don que se ofrece con generosidad a cuantos se disponen a recibirlo con un corazón abierto. "Se anticipa a darse a conocer a los que la desean. Quien temprano la busca, no se fatigará, pues a su puerta la hallará sentada". La Sabiduría de Dios madruga más que los que la desean. Cuando éstos despiertan y empiezan a buscarla, se la encuentran esperando a la puerta. No necesitan andar tras de ella todo el día. Dios se presenta siempre al hombre que le busca y se anticipa a sus deseos.
2. La Muerte: la esperanza en la resurrección se funda en el hecho de que Jesús ya ha resucitado. Cristo es "el primogénito de los muertos", el primer nacido o resucitado para la verdadera vida. Él es también nuestra cabeza, principio de unidad y solidaridad de todos los miembros para formar un mismo cuerpo. Si Cristo, la cabeza, ha resucitado, también resucitarán sus miembros.
3. El Reino de los Cielos: se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo… Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora. continuamente vigilantes. No podemos pensar que es suficiente dejar la preparación para cuando seamos viejos, o estemos gravemente enfermos. Ser bueno, ser buena persona, no es un regalo de ningún dios, supone, como hemos dicho, lucha continua y un esfuerzo personal continuado. Imitemos a las cinco doncellas prudentes de la parábola, con el aceite de la virtud siempre encendido, para que podamos recibir a Dios, cuando nos llame, con nuestras lámparas de la virtud encendidas. Sólo así podremos entrar al banquete de bodas que es el Reino de los cielos, y que Dios tiene preparado para todos sus hijos desde el principio de la creación.
4. Nuestra Responsabilidad: quien la tiene, tiene la plenitud de la vida. Esta celebración de la Eucaristía de hoy tiene que ensanchar nuestro corazón y ahondar nuestro gozo de sabernos llamados al gran banquete de bodas: ya estamos en la casa de la novia con las lámparas encendidas, pero aún no ha llegado el novio. Entretanto la Eucaristía tiene que multiplicar y renovar, cada domingo, el aceite de nuestras lámparas, la verdadera sabiduría, que es Jesucristo. Y al mismo tiempo tiene que ser una llamada –que bien necesitamos– a la responsabilidad de nuestra vida cristiana. Recordemos otra palabra de Jesús: "Que así resplandezca vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre del cielo". Es así como tenemos que esperar al Señor: encendidas las lámparas de nuestras buenas obras.
REFLEXIÓN
La liturgia del 32º domingo del tiempo ordinario, nos invita a la vigilancia. Nos recuerda que la segunda venida del Señor Jesús está en el horizonte final de la historia humana; debemos, por tanto, caminar por la vida siempre atentos al Señor que viene y con el corazón preparado para acogerle.
La primera lectura nos presenta la “sabiduría”, don gratuito e incondicional de Dios para el hombre. Es un caso ejemplar de la forma como Dios se preocupa de la felicidad del hombre y pone a disposición de sus hijos la fuente de donde brota la vida definitiva. Al hombre le queda estar atento, vigilante y disponible para acoger, en cada instante, la vida y la salvación que Dios le ofrece.
En la segunda lectura, Pablo asegura a los cristianos de Tesalónica que Cristo vendrá, de nuevo, para concluir la historia humana y para inaugurar la realidad del mundo definitivo; todo aquél que se haya adherido a Jesús y se haya identificado con él, irá al encuentro del Señor y permanecerá con él para siempre.
El Evangelio nos sugiere que “estar preparado” para acoger al Señor que viene, significa vivir el día a día con fidelidad a las enseñanzas de Jesús y comprometidos con los valores del Reino. Con el ejemplo de las cinco jóvenes “insensatas” que no llevaban aceite suficiente para mantener sus lámparas encendidas cuando esperaban la llegada del novio, nos avisa que sólo los valores del Evangelio nos aseguran la participación en el banquete del Reino.
El Señor nos llama hoy al compromiso, a revitalizar nuestra fe, a redescubrir el sentido de la vida que quizás habíamos perdido, a responsabilizarnos todos de nuestra Iglesia. Nuestra fe nos habla de que tenemos que estar preparados para el encuentro con el Señor porque no sabemos ni el día ni la hora, pero el Señor viene ya a nuestro encuentro aquí y ahora, invitándonos a mantener viva nuestra fe, a seguir en pie ante las dificultades, a comprometernos en la lucha por un mundo mejor, cada uno desde su lugar, con sus muchas o pocas posibilidades, pero con el corazón puesto en ese día feliz en que descansaremos en los brazos del Señor. Que el Señor nos encuentre a todos vigilantes y preparados para entrar con Él en su Reino.
PARA LA VIDA
Un grupo de turistas iba a emprender una excursión por las montañas. La carretera era estrecha y llena de curvas peligrosas. El conductor estaba nervioso, era la primera vez que hacía ese recorrido. Antes de comenzar la excursión se plantó delante del autobús y dijo sus oraciones. Apenas recorridos unos kilómetros, el motor comenzó a calentarse. No había agua en el radiador. Eso tenía fácil arreglo. Pero faltando muchos kilómetros para la meta, el autobús se paró. No había gasolina en el tanque. Se quedó vacío.
Los turistas tuvieron que esperar largas horas antes de ser auxiliados. El conductor había orado antes de salir, pero no había echado agua al radiador y no había llenado el tanque de gasolina.
En nuestro mundo, y entre nosotros, hay personas que viven como turistas. El turista es el que disfruta de un lugar, lo usa unas horas o unos días y habitualmente lo deja peor de lo que lo encontró. Los hay que viven como peregrinos. Hacen muchos sacrificios, pero sólo les interesa la meta. Y se desentienden de lo que pasa a su alrededor. Los hay indiferentes. El mundo pasa.
La vida es una historia contada por un idiota. ¿Para qué trabajar? ¿Para qué preocuparse? Los impíos dicen: comamos, bebamos, gocemos...que esto no da más de sí. Algunos creyentes: oran mucho pero no echan agua al radiador ni llenan el tanque de gasolina. Todas estas personas son las cinco doncellas necias que esperan al novio dormidas y vacías. Y están las cinco doncellas sabias.
Estas son las que saben que el mundo es un lugar hermoso, que hay que disfrutar, pero que hay que dejarlo mejor de lo que lo encontramos. Las que saben que hay que hacerlo más humano, más justo, más solidario, más fraterno, más según el proyecto de Dios. Son sabias las personas que saben que hay una meta final, una nueva patria, pero este mundo es hoy nuestra casa y nuestra patria y hay que comprometerse con todas las causas justas, hay que hincar el diente a los problemas que a todos nos afectan y hay que mancharse las manos.
“No hacen lo que dicen”
1. La Misión de los Sacerdotes: esta es una difícil tarea para los sacerdotes. Por eso no debemos extrañarnos que a veces fallemos como sacerdotes. Por ello este es un buen momento para que pensemos que todos los fieles deben de echar siempre una mano a los sacerdotes y que hay que rezar por ellos. Para que seamos fieles a la misión que Dios nos ha encomendado y seamos un estímulo para que todos hagamos el bien y nunca el mal.
Hay que esforzarse por comprender a los sacerdotes, por perdonarlos, por ayudarlos, por animarlos a seguir con la ilusión del primer día por el difícil camino del sacerdocio.
Para que esta Comunidad pueda alcanzar su meta y llevar a cabo la misión del Señor, necesita de la colaboración de todos sus miembros: sacerdotes y laicos. Unos y otros tenemos una importante misión que realizar en la Iglesia de Dios.
2. La Predicación del Evangelio: El Amor a la comunidad lleva al sacerdote, a ofrecer lo más valioso que tiene: Cristo, el Señor. El amor a los fieles es lo que hace que el sacerdote no haga distinciones de ninguna clase; que siempre predique la verdad, aunque, a veces, nos incomode; que corrija a sus fieles cuando sea necesario; que cuando vea algo indigno a los ojos de Dios, sepa ser exigente, ejerciendo su autoridad como ministro de la Iglesia; que pida a sus fieles que se dejen guiar en su vida por el Evangelio.
3. La Comunidad: llamarse cristiano significa afirmar que creemos en Jesús, en lo que nos ha dicho, en lo que nos ha enseñado; y significa que tenemos que vivir y actuar como cristianos con palabras y con hechos. Si nos decimos cristianos, pero vivimos como si no lo fuéramos, estamos actuando como esos fariseos que Jesús criticaba hoy en el Evangelio. No podemos ser cristianos en determinados momentos y en otros no.
4. El Maestro: «Uno solo es vuestro Maestro, Cristo» (Mt 23, 10). No se trata de una palabra que tiene simplemente autoridad humana; al contrario, posee una autoridad que deriva directamente de Dios. El que ama conoce siempre también cuál es su propio lugar: el de servidor. «Que el mayor entre vosotros sea vuestro servidor» (Mt 23, 11). La santidad se refleja en el amor gratuito y el amor se traduce y llega a su cumbre en el servicio. La pertenencia a Cristo hace a todos los bautizados «siervos» de la fe y de la felicidad de los otros hombres; y la configuración ontológica con Cristo hace de los sacerdotes «especiales servidores», llamados a una particularísima amistad e intimidad con su Señor y, por lo tanto, a una consecuente gran responsabilidad y lealtad.
REFLEXIÓN
La liturgia del 31º Domingo del Tiempo Ordinario nos invita a una reflexión responsable sobre la seriedad, la verdad y la coherencia de nuestro compromiso con Dios y con el Reino. Especialmente, las lecturas de este Domingo interpelan a los animadores de las comunidades cristianas acerca de la verdad de su testimonio, de la pureza de sus motivaciones, de su real compromiso en la construcción de comunidades comprometidas con los valores del Evangelio.
En la primera lectura un “mensajero de Yahvé” interpela a los sacerdotes de Israel. Convocados por Dios para ser “mensajeros del Señor del universo”, para enseñar la Ley y para conducir al Pueblo de Dios, ellos se dejan dominar por intereses egoístas, son negligentes con sus deberes, desvirtúan la Ley. Son, por eso, los grandes responsables del divorcio entre Israel y su Dios. Yahvé anuncia que no puede tolerar ese comportamiento y que va a desautorizarlos y desenmascararlos.
La segunda lectura nos presenta, en contraste con la primera, el ejemplo de Pablo, Silvano y Timoteo, los evangelizadores de la comunidad cristiana de Tesalónica. Del esfuerzo misionero hecho con amor, con humildad, con sencillez, con gratuidad, nació una comunidad viva y fervorosa, que acogió el Evangelio como un don de Dios, que se comprometió con él y que lo testimonió con verdad y coherencia.
El Evangelio nos presenta al grupo de los “fariseos”. Critica con fuerza su pretensión de poseer en exclusividad la verdad, su incoherencia, su exhibicionismo, su insensibilidad ante el amor y la misericordia. Más que una información histórica, es una invitación a los creyentes en el sentido de no dejar que actitudes semejantes se introduzcan en la familia cristiana y destruyan la fraternidad, fundamento de la comunidad
Las palabras de Jesús van dirigidas a cada uno de los cristianos, pero muy especialmente a los que tienen cualquier tipo de responsabilidad en la fe de los demás. Por ejemplo, a esos papás que se dicen cristianos y que un día bautizaron a sus hijos y se comprometieron a educar en la fe a sus hijos y llegado el momento se ha olvidado de esta educación porque mintieron ante la comunidad y ahora les dicen a sus hijos que si quieren que vayan a la Iglesia y que si no quieren ir que no vayan. ¿Qué seria si esto mismo lo aplicásemos a la escuela? Decirles: “si quieres ir a la escuela ve y si no, no vayas”.
PARA LA VIDA
Un joven - de buena posición social - comenzó a salir con una joven artista. Esta relación era cada más íntima y el joven estaba considerando la posibilidad de un futuro matrimonio. Pero como era muy precavido contrató a un detective privado para investigar a la joven y asegurarse de que no había ni otros hombres, ni otros hijos, ni ninguna deuda, ni nada oscuro en el armario de su vida. El detective desconocía esta relación. Sólo le dieron el nombre de la joven a investigar.
Durante meses siguió las andanzas de la joven y, al final de su investigación, entregó el siguiente informe. Es una joven encantadora, honrada, y muy decente. Sólo hay una cosa que reprocharle. Últimamente sale con un joven -de muy buena posición social- que es de carácter dudoso y de una reputación más que sospechosa. Este joven hipócrita recibió la medicina que necesitaba: mira en tu armario primero y límpialo, no señales a nadie con el dedo, fue denunciado por sus malas artes.
Todos los domingos abrimos el Libro, proclamamos la palabra y la rumiamos para hacerla nuestro alimento porque, el Libro y nosotros, la palabra de Dios y nosotros, somos inseparables. Jesús, en este episodio de su vida, está haciendo de detective privado, Está investigando las palabras y la conducta de esos fariseos –de buena posición social- y sobre todo de –buena religión-. Y, hoy, nos da su informe.
Jesús denuncia la hipocresía de estos "maestros" que no ayudan en absoluto a llevar la carga que imponen a los demás indebidamente, y contrapone a esa carga innecesaria el "yugo suave y la carga ligera" del Evangelio. Se hacían llamar "rabí", es decir, "maestro mío"; un título que llegó a conferirse solemnemente. También se hacían llamar "padre" y "preceptores". Jesús critica todo ese interés en encumbrarse sobre los demás, pues uno es nuestro Padre y, todos, nuestros hermanos. La crítica de Jesús a letrados y fariseos alcanza literalmente a todo clericalismo, también de nuestros días, pues hoy podemos caer en lo mismo que Jesús critica.
“Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo”
1. Dios Justo y Misericordioso: sí, nuestro Dios es compasivo y misericordioso, que se erige en juez imparcial con un amor preferente hacia los más pobres y marginados. Este debe ser siempre nuestro camino, el camino cristiano: amar a todos cristianamente y atender preferentemente a los que más lo necesitan. Los cristianos no debemos apostar siempre por los más fuertes y poderosos, sino mirar con especial predilección a los más débiles y marginados de la sociedad donde vivimos. Hagamos un esfuerzo para ayudar como mejor sepamos y podamos a estas personas que, por las circunstancias que sea, se encuentran en los márgenes más apartados y olvidados de la sociedad. Ya sabemos que no es fácil, pero, como digo, que cada uno ayude como mejor sepa y pueda y, en cualquier caso, animemos a las pocas personas que tan generosamente ayudan.
2. El Amar: este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas. Lo primero que quiero decir es que lo más original de Jesús en estas frases es que equipara, declara semejante al mandamiento de amar a Dios el mandamiento de amar al prójimo. Es decir, que nadie puede amar cristianamente a Dios si no ama cristianamente al prójimo y nadie puede amar cristianamente al prójimo si no ama cristianamente a Dios. Las palabras “amor” y “amar” se emplean y se han empleado con múltiples significados en nuestra vida cotidiana. Por “amor” o “desamor” se puede matar y salvar, construir o destruir, ser feliz o desgraciado. Por eso, es necesario, cuando los cristianos hablamos de amor, añadir a esta palabra el adjetivo “cristiano”.
3. La Palabra: la fe cristiana, nuestra fe, debe ser elemento de evangelización exterior, llegar y contagiar a los de fuera. Algo de esto quiere decir el Papa Francisco cuando habla una y otra vez de la necesidad de que la Iglesia de Cristo sea siempre una Iglesia en salida. Esto, evidentemente, muchas veces no es fácil, debido a nuestras condiciones muy limitadas por la edad y por nuestro estilo de vida. Pero debemos intentarlo, al menos dentro de nuestra familia, amigos y personas más cercanas. Si la Iglesia de Cristo debe ser siempre una Iglesia evangelizadora, procuremos ser también cada uno de nosotros evangelizador, en la mejor medida que podamos y sepamos.
REFLEXIÓN
La liturgia del 30º Domingo del tiempo ordinario nos dice, de forma clara e incuestionable, que el amor está en el centro de la experiencia cristiana. Lo que Dios pide, o incluso, lo que Dios exige, a cada creyente, es que deje que su corazón se sumerja en el amor.
La primera lectura nos asegura que Dios no acepta la perpetuación de situaciones intolerables de injusticia, de arbitrariedad, de opresión, de desprecio de los derechos y de la dignidad de los más pobres y de los más débiles. A título de ejemplo, la lectura habla de la situación de los extranjeros, de los huérfanos, de las viudas y de las pobres víctimas de la especulación de los usureros: cualquier injusticia o arbitrariedad practicada contra un hermano más pobre o más débil, es un crimen grave contra Dios, que nos aleja de la comunión con Dios y nos sitúa fuera de la órbita de la Alianza.
La segunda lectura nos presenta el ejemplo de una comunidad cristiana (de la ciudad griega de Tesalónica) que, a pesar de la hostilidad y de la persecución, aprendió a caminar con Cristo y con Pablo por el camino del amor y de la donación de la vida; y ese camino, realizado en la alegría y en el dolor, se convirtió en simiente de amor, que dio frutos en otras comunidades cristianas del mundo griego. De esa experiencia común, nació una inmensa familia de hermanos, unida alrededor del Evangelio y extendida por todo el mundo griego.
El Evangelio nos muestra que toda la revelación de Dios se resume en el amor, amor a Dios y amor a los hermanos. Estos dos mandamientos no pueden separarse: “amar a Dios” es cumplir su voluntad y establecer con los hermanos relaciones de amor, de solidaridad, de servicio, hasta dar la vida entera.
Todo lo demás es explicación, desarrollo, aplicación práctica de estas dos coordenadas fundamentales de la vida cristiana.
Pero no olvidemos esto que Jesús nos dice amar al prójimo como a ti mismo. Hay un deber de amarnos a nosotros mismos, esto no quiere decir ser egoísta. Hay que aceptarse a uno mismo, amarse a uno mismo para poder amar a los demás.
Yo creo que muchos cristianos son incapaces de amar y aceptar a los demás, porque son incapaces de amarse y aceptarse a sí mismos. Hay que aprender a amar y esto sólo lo haremos si empezamos amándonos. El amor al prójimo es la medida para amar a Dios.
PARA LA VIDA
Érase una vez un rey que no tenía hijos para sucederle y puso un gran anuncio en los periódicos invitando a los jóvenes a solicitar la adopción en su familia. Sólo se requerían dos condiciones: amar a Dios y amar al prójimo.
Un muchacho campesino quería, pero no se atrevía a presentarse porque iba cubierto de harapos. Se puso a trabajar, hizo dinero, compró ropa nueva y se puso en camino para intentar ser adoptado por la familia del rey.
Cuando ya estaba llegando al palacio, se encontró con un mendigo que tiritaba de frío. El joven campesino se conmovió y le dio su ropa nueva. Vestido de harapos, le parecía inútil continuar pero decidió terminar el viaje y llegar al palacio. Llegó y todos los empleados se burlaban de él. Finalmente fue admitido a la presencia del rey.
Cuál no fue su sorpresa cuando vio que el rey era el mendigo del camino y que vestía las ropas que le había regalado.
El rey bajó de su trono, abrazó al joven y le dijo: “Bienvenido, hijo mío”.
Dios Padre es ese rey que bajó de su trono, se vistió con nuestras ropas, nuestra carne, y nos dijo y sigue diciendo: Bienvenidos, hijos míos.
Jesús sabía que su Padre es amor, que él vino para mostrarnos el amor en acción y que el Espíritu Santo es la fuerza del amor en nosotros.
El amor es uno, es único y es glorioso como el rostro de Dios. El cristiano ya no vive bajo el signo de Aries o Piscis sino bajo el signo del amor tal como lo vivió nuestro maestro Jesús. La última tentación de Jesús no fue el amor de una mujer, su última tentación fue la cruz y se abrazó a la cruz por amor a todos nosotros.
“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”
1. Solo Dios Es El Señor: por eso quienes dan culto a un hombre, quien se apoya en el hombre, comete la simpleza de agarrarse a una rama seca y quebradiza, pensando que así podrá salvarse de morir enterrado. Siempre que el pueblo prescinde de Dios, cava una fosa a sus pies y prepara la ruina, mientras no se produzca la conversión y la vuelta, porque Dios es el único bien total del hombre. No nos engañemos. Sólo Dios es los suficientemente fuerte para agarrarnos a Él. Sólo Él puede salvarnos, sólo en Dios está la solución de todos nuestros problemas. Fuera de Dios nadie podrá hacer nada que realmente nos sirva de algo. “Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios”
2. La Comunidad: una comunidad cristiana que pone a Dios en el centro de su camino y que, a pesar de las dificultades, se compromete con los valores y los esquemas de Dios.
Hoy, una comunidad cristiana que viva, con fidelidad y entusiasmo, la fe, la esperanza y la caridad, no es noticia; sin embargo, los medios de comunicación social explotan, con gusto, la vida de una comunidad cristiana que esté marcada por escándalos, por infidelidades.
Nos estamos volviendo, poco a poco, insensibles a las cosas bellas y buenas y nos dejamos impresionar por los escándalos, por lo malo, por lo negativo. Por eso san Pablo nos invita a fijarnos en los testimonios de fe, de amor y de esperanza que hay a nuestro alrededor y a que veamos ahí la presencia y la acción de Dios en el mundo.
3. A Dios lo que es de Dios: supone reconocer que sólo Él es el Señor, pero también supone devolverle el pueblo, la creación y su proyecto de justicia y fraternidad. Nadie queda excluido de la obligación de promover una verdadera justicia y nadie puede esconderse en la sacristía en los momentos de crisis donde urge la presencia, la valentía y el dinamismo de los cristianos. Pero tampoco nadie puede apropiarse la inteligencia y la bondad divina utilizando la religión para sus proyectos personales o partidistas. Si el ser humano es la imagen de Dios, éste es propiedad de Dios y con él no se puede jugar con otros intereses. Queda desautorizada cualquier pretensión de dominio absoluto sobre el pueblo, la tierra y la persona humana.
REFLEXIÓN
La liturgia del Domingo 29° del tiempo ordinario nos invita a reflexionar acerca de la forma cómo debemos establecer la relación entre las realidades de Dios y las realidades del mundo. Nos dice que Dios es nuestra prioridad y que es a él a quien debemos subordinar toda nuestra existencia; pero nos avisa también que Dios nos convoca a un compromiso efectivo en la construcción del mundo.
La primera lectura sugiere que Dios es el verdadero Señor de la historia y que es el que conduce el camino de su Pueblo rumbo a la felicidad y a la realización plena. Los hombres que actúan e interviene en la historia, son instrumentos de los que Dios se sirve para realizar sus proyectos de salvación.
La segunda lectura nos presenta el ejemplo de una comunidad cristiana que pone a Dios en el centro de su camino y que, a pesar de las dificultades, se compromete de forma decidida con los valores y los esquemas de Dios. Elegida por Dios para ser testigo suyo en medio del mundo, vive anclada en una fe activa, en una caridad esforzada y en una esperanza inamovible.
El Evangelio enseña que el hombre, sin dejar de cumplir sus obligaciones con la comunidad en la que está inserto, pertenece a Dios y debe poner toda su existencia en las manos de Dios. Todo lo demás debe ser relativizado, incluso el poder político.
Si el ser humano es la imagen de Dios, éste es propiedad de Dios y con él no se puede jugar con otros intereses. Queda desautorizada cualquier pretensión de dominio absoluto sobre el pueblo, la tierra y la persona humana.
El verdadero cristiano no puede permanecer indiferente ante la política como si la religión fuera un tranquilizante; al contrario, hay que llevar el Evangelio y la presencia de Dios a la vida social, económica y política. El Evangelio de este día nos recuerda que hay que escuchar siempre la palabra de Dios, por encima de cualquier otro interés, y que no se puede arrinconar a Dios al mundo de lo privado. No podemos convertirnos en esclavos de las cosas, del poder ni de la religión, sino en servidores del Dios vivo.
PARA LA VIDA
Érase una vez un rey muy querido por todos sus súbditos, pero estaba muy enfermo y necesitaba un trasplante de corazón. Se congregaban todos ante el palacio y gritaban: Oh rey, toma nuestros corazones. El rey se emocionaba y callaba. Un buen día pidió silencio y les dijo a todos los allí congregados: Voy a tirar una pluma de ave y la persona sobre la que se pose me ofrecerá su corazón. Soltó una pluma y ésta revoloteaba de un lado para otro y todos gritaban: Oh rey, toma nuestros corazones, al mismo tiempo que soplaban para que no les cayera encima. Confesar la fe es fácil, vivir la fe y arriesgar la vida por Dios es el heroísmo cristiano.
Dice una historia judía, con mucho humor, que Dios no vistió a Adán y a Eva porque una vez vestidos habrían pedido bolsillos y una vez que tuvieran bolsillos pedirían dinero para llenarlos. ¿Será el amor al dinero nuestra única pasión y lealtad? “Tú enseñas el verdadero camino hacia Dios”, alabanza fingida e hipócrita de los enemigos de Jesús cuya única intención es poner a prueba su fidelidad y su patriotismo.
Jesús, ¿eres pro-Dios o pro-César? Recordemos que estos mismos enemigos de Jesús dijeron a Pilatos antes de la crucifixión: “Si sueltas a ese, no eres amigo del César. ¿Es el reino de Cristo un contrapoder? ¿Es incompatible con los reinos de este mundo? César, esfera pública, ciudadanía temporal, mundo de la política y del dinero, de aquí abajo, de las muchas luchas y ambiciones cotidianas.
Dios, esfera de lo privado, ciudadanía religiosa, vida espiritual, cada día más marginal y escondida. ¿Son irreconciliables? Los tiempos que vivimos son tiempos del César. El poder político y temporal con sus muchos tentáculos y su gran poder nos lava el cerebro y quiere que todos seamos iguales, uniformados por su sibilina propaganda. Es la bestia que surge de la tierra según el libro del Apocalipsis cuya marca es necesaria para comprar y vender, para gozar y ser feliz, para triunfar, para ser plenamente humano y ciudadano.
Para los que dieron la espalda a Dios, los que no acuden al banquete de bodas del Cordero, sólo les quedan los Césares de la tierra, sólo fieles a la tierra, sólo se alimenta de los frutos de la tierra. Sólo tienen una ciudadanía. ¿Y nosotros, los que estamos aquí en la iglesia? Nosotros vivimos bajo el César pero queremos vivir también bajo el poder, el amor, de Dios. Nosotros pagamos impuestos al César, usamos su dinero, obedecemos sus leyes, utilizamos sus servicios y nos vestimos como los demás ciudadanos. Nosotros, semejantes en todo a los demás, necesitamos un plus de vida y de espíritu.
Homilía 28° Domingo Tiempo Ordinario, Mateo 22, 1 - 14
Octubre 15 de 2023, Lecturas Dominicales
“A Todos Los Que Encontréis, Llamadlos a La Boda”
1. El Pastor: él es quien garantiza a su grey, que somos nosotros, la abundancia y la seguridad de los pastos de su gracia. Por esto, el Señor es la fuente de nuestra alegría:. "Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo" (Sal 23, 4). Bajo su guía estamos tranquilos y avanzamos decididamente por el camino de nuestra vida y de nuestras responsabilidades.
2. La Riqueza: "Todo lo puedo en aquel que me conforta" (Flp 4, 13). «Mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia». Desde luego que Dios no es tacaño. El que hace el bien y da a los demás es porque confía en Dios. Y Dios no permitirá que falte lo necesario al que da con generosidad y confianza, pues proveerá a sus necesidades materiales y aumentará en él los frutos espirituales de una vida santa (2 Cor 9,8-10); por el contrario, «el que siembra tacañamente, tacañamente cosechará» (2 Cor 9,6).
3. El Banquete: con abundancia de alimentos y bebidas, en un clima de alegría y fiesta que embarga a todos los convidados. Al mismo tiempo, Jesús subraya la necesidad del "traje de fiesta" (Mt 22, 11), es decir, la necesidad de respetar las condiciones requeridas para la participación en esa fiesta solemne.
4. La Eucaristía: es la real anticipación de aquella «Fiesta de bodas» que es el Banquete escatológico y definitivo. La comunión plena con Dios, a la cual serán llamados los salvados al final de los tiempos, está anticipada en el hoy de la fe por vía pneumática: el Espíritu Santo nos permite gustar, en el banquete eucarístico, las inefables dulzuras del «banquete celestial», que tiene su razón de ser en la Cruz y Resurrección de Cristo. ¿Cómo celebramos nuestras Eucaristías? ¿Venimos vestidos de fiesta, es decir con cara alegre?, ¿se nota que estamos celebrando la alegría de nuestra fe?, ¿estamos en comunión con el Señor y con los hermanos?, ¿nos damos cuenta de que la Eucaristía nos compromete a ser constructores de un mundo donde reine la justicia y el amor? Si no es así, es que no tenemos puestos el traje de fiesta adecuado.
5. El Traje: el primer modo para ser revestidos de Cristo es sacramental, por medio del santo bautismo. Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica: «El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (cf Jn 3,5).
REFLEXIÓN
La liturgia del 28º Domingo del tiempo ordinario, utiliza la imagen del “banquete” para describir ese mundo de felicidad, de amor y de alegría sin fin que Dios quiere ofrecer a todos sus hijos.
En la primera lectura, Isaías anuncia el “banquete” que un día Dios va a ofrecer en su propia casa a todos los Pueblos. Acoger la invitación de Dios y participar en ese “banquete” es aceptar vivir en comunión con Dios. De esa comunión resultará, para el hombre, la felicidad total, la vida en abundancia.
En la segunda lectura, Pablo nos presenta un ejemplo concreto de una comunidad que aceptó la invitación del Señor y vive en la dinámica del Reino: la comunidad cristiana de Filipos. Es una comunidad generosa y solidaria, verdaderamente empeñada en la vivencia del amor y en testimoniar el Evangelio ante todos los hombres. La comunidad de Filipos constituye, verdaderamente, un ejemplo que las comunidades del Reino deben tener presente.
El Evangelio sugiere que es necesario “agarrar” la invitación de Dios. Los intereses y las conquistas de este mundo no pueden distraernos de los desafíos de Dios. La opción que hicimos el día de nuestro bautismo es un compromiso serio que debemos vivirlo de forma coherente.
Nunca podremos llegar a ser verdaderas personas humanas mientras le demos las espaldas a Dios. Toda persona humana, sin distinción alguna, está invitada a participar del Reino de Dios. Lo único que se necesita es aceptar la invitación de Dios. De nosotros depende aceptar o rechazar esta invitación. Pero nuestra respuesta debe ser en serio. No se trata de decirle sí al Señor y después vivir como se nos dé la gana. Debemos ser consecuentes con nuestra Fe.
Vivir lo que creemos y creer lo que vivimos. Por eso es que no basta con decir que aceptamos a Cristo, sino que hay que manifestar en nuestras obras que lo hemos aceptado y que creemos en Él. A la invitación que nos hace el Señor hay que ir con el traje de fiesta que es revestirnos de Cristo, es decir, vivir la Caridad, vivir el perdón, ser constructores de la Paz, ser serviciales con los demás, vivir nuestra intimidad con Dios, rechazar el pecado y vivir en la gracia de Dios No basta, pues, decir que somos cristianos y que pertenecemos a la Iglesia, hay que vivir revestidos de Cristo.
PARA LA VIDA
El pueblo que rodeaba la colina se despertó al oír al mensajero del rey que leía un bando en medio de la plaza. - “Se hace saber a todos que nuestro bienamado rey invita a todos sus buenos y fieles súbditos a participar en la fiesta de su cumpleaños. Cada uno de los que asista recibirá una agradable sorpresa. Pide a todos unos pequeños favores: cada uno de los participantes a la fiesta tenga la cortesía de llevar un poco de agua par llenar en deposito del castillo que está vacío…” El mensajero repitió varias veces la proclama, luego dio marcha atrás y escoltado por los guardias volvió al castillo.
En el pueblo se levantaron los comentarios más diversos. - ¡Bah! El tirano de siempre. Le sobran criados para hacerse llenar el deposito…Le llevaré un pequeño vaso de agua y ¡basta! ¡Qué va! ¡Siempre ha sido bueno y generoso! Yo le llevaré un barril. - Yo…un dedal y es más que suficiente. Llegó el día de la fiesta, Aquella mañana un extraño cortejo subía la colina hacia el castillo. Algunos llevaban al hombro pesados barriles o jadeaban en la cuesta cargados con grandes cubos de agua.
Otros se mofaban de sus compañeros y llevaban pequeñas garrafas, botellines o incluso un pequeño vaso en una bandeja. La procesión entró en el patio del castillo. Cada uno vaciaba el propio recipiente en el gran depósito. Lo dejaba en un rincón y, luego, se dirigía contento hacia la sala del banquete. Asados y vinos, frutas, pasteles, bailes y cantos se sucedieron hasta bien entrada la tarde.
Al anochecer el rey dio las gracias a todos y se retiró a sus habitaciones. - ¿Y la sorpresa prometida? – protestaron algunos, contrariados y desilusionados. Otros se mostraban alegres y satisfechos - El rey nos ha obsequiado con una fiesta estupenda. Cada uno, antes de marchar, pasó a recoger sus vasijas. Estallaron, entonces, gritos cada vez más fuertes. Gritos de júbilo y de rabia. ¡Las vasijas había sido colmadas hasta el borde de monedas de oro! - ¡Ay, - se lamentaban muchos- si hubiera traído un poco más de agua...! ¡Se me habría convertido en oro!
“Arrendará La Viña A Otros Labradores”
1. Nuestra Elección: la mayoría de nosotros hemos sido, desde niños, elegidos por Dios; en nuestra familia empezamos a aprender las primeras oraciones. Tenemos la suerte de poder haber ido a la escuela y tener, por medio de la catequesis, una educación cristiana. Nos prepararon bien para recibir a Cristo en la primera comunión. Posteriormente siguieron educándonos en la fe para recibir la confirmación y así reafirmar nuestra fe, pero llegamos al bachiller o nos vamos a la Universidad y ahí se acabó toda nuestra vivencia religiosa, todo nuestro compromiso con Dios. Por eso, hoy, hay que preguntarse: ¿Por qué habiendo recibido tantos cuidados de parte de Dios, damos frutos malos?
2. Nuestro Actuar: como cristianos debemos vivir en el mundo, pero todo lo que hagamos tiene que tener un sentido cristiano. El Señor no pide a la Iglesia hacer cosas sorprendentes y raras, sino hacer, sencillamente, lo que es bueno, lo que es justo, sentirse solidarios con todo lo que es verdadero y noble.
3. Lo Que Somos: todos nosotros formamos parte de este “viñedo divino”, de este Pueblo del Señor, y como parte de él estamos llamados a dar frutos. Dios nos ha bendecido con toda clase de dones, materiales y espirituales, ahora nos toca a nosotros regresarle a Dios su parte. Entreguemos lo que Dios nos pida con alegría, con gratitud.
4. Nuestros Afanes: el afán de poseer que va configurando normalmente un estilo de hombre insolidario, preocupado casi exclusivamente de sus bienes, indiferente al bien común de la sociedad. El resultado es una sociedad estructurada en función de los intereses de los más poderosos, y no al servicio de los más necesitados.
Por otra parte, el deseo ilimitado de adquirir, conservar y aumentarlos propios bienes, va creando un hombre que lucha egoístamente por lo suyo y se organiza para defenderse de los demás. Va surgiendo así una sociedad que separa y enfrenta a los individuos empujándolos hacia la rivalidad y la competencia, y no hacia la solidaridad y el mutuo servicio.
El deseo de poder quehace surgir una sociedad asentada sobre la agresividad y la violencia, y donde, con frecuencia, sólo cuenta la ley del más fuerte y poderoso. No lo olvidemos. En una sociedad se recogen los frutos que se van sembrando en nuestras familias, nuestras escuelas, nuestras instituciones políticas, nuestras estructuras sociales y nuestras comunidades religiosas.
REFLEXIÓN
La liturgia del 27º Domingo del Tiempo Ordinario utiliza la imagen de la “viña de Dios” para hablar de ese Pueblo que acepta el reto del amor de Dios y que se pone a su servicio. A ese Pueblo, Dios le exige frutos de amor, de paz, de justicia, de bondad y de misericordia.
En la primera lectura, el profeta Isaías muestra el amor y la solicitud de Dios por su “viña”. Ese amor y esa solicitud no pueden, sin embargo, tener como contrapartida frutos de egoísmo y de injusticia. El Pueblo de Yahvé tiene que dejarse transformar por el amor siempre fiel de Dios y producir frutos buenos que Dios aprecia: la justicia, el derecho, el respeto por los mandamientos, la fidelidad a la Alianza.
En la segunda lectura, Pablo exhorta a los cristianos de la ciudad griega de Filipos, y a todos los que forman parte de la “viña de Dios”, a que vivan en la alegría y en la serenidad, respetando lo que es verdadero, noble, justo y digno. Son esos los frutos que Dios espera recoger de su “viña”.
En el Evangelio, Jesús retoma la imagen de la “viña”. Critica fuertemente a los líderes judíos que se apropiaron en beneficio propio de la “viña de Dios” y que se niegan siempre a ofrecer a Dios los frutos que le deben. Jesús anuncia que la “viña” va a serles quitada y se les va a confiar a trabajadores que produzcan y que entreguen a Dios los frutos que él espera.
El Señor nos dice que nos ha elegido para que demos fruto y nuestro fruto permanezca. Así quiere que cada uno de nosotros seamos una viña fructífera que dé buenos frutos.
En nuestra Parroquia hay grupos y actividades en las que los miembros de la comunidad pueden colaborar. La pasividad y la apatía son desastrosas para la Iglesia. Has recibido un carisma por parte de Dios, no lo entierres miserablemente, sé generoso. La mayoría de edad del laico dentro de la Iglesia debe manifestarse dando testimonio en medio del mundo, que es el lugar donde se desenvuelve su actividad. Dejemos que cada cual aporte su granito de arena en la construcción del Reino.
Que la Eucaristía que estamos celebrando nos ayude a descubrir el sentido de nuestro trabajo y nos anime a ser generosos y a hacerlo todo con alegría y esperanza.
PARA LA VIDA
El único sobreviviente de la inundación de un barco a causa de una terrible tormenta, fue llevado por las olas a una isla completamente deshabitada. El hombre, desesperado y sin saber qué hacer, rezaba continuamente a Dios pidiendo por su rescate. Todos los días miraba hacia al horizonte en busca de algún barco, pero nunca veía nada. Ni siquiera el indicio de una pequeña señal. Con el paso del tiempo perdió toda esperanza.
Ya cansado decidió construir una pequeña choza con ramas secas para protegerse del viento y la lluvia, y además, guardar las pocas pertenencias que conservaba. Pero un día, mientras escarbaba en el suelo en busca de algo de comida, vio sorprendido que su pequeña choza ardía en llamas: estaba siendo consumida por el fuego con todo lo que había dentro. La desesperación fue total. Ya no podía pasarle nada peor.
Todo estaba perdido. El hombre estaba derrumbado: “ᄀDios mío, como pudiste hacerme esto!”, exclamaba mientras lloraba amargamente. Al día siguiente, muy temprano, por la mañana, al hombre le despertó el sonido de un barco que se aproximaba a la isla. ¡Venían a rescatarlo! “Cómo supieron que estaba aquí?”, preguntó a los hombres que lo rescataron. “Tuviste suerte, - le contestaron – Vimos tus señales de humo”.
No miremos el Evangelio como algo del pasado, está dirigido a nosotros, nos llama a una conversión profunda. ¿Cuándo y cómo hemos rechazado a Cristo que nos hablaba e interpelaba en los pobres, los hermanos de comunidad, la familia, los amigos, los necesitados y sufrientes de cualquier tipo? ¿Hemos descubierto la Eucaristía como fuente de renovación espiritual y como estímulo de entrega solidaria a los demás?
Estemos atentos. No nos pase como al hombre del cuento, que fue incapaz de descubrir la presencia de Dios en aquellas señales de humo que le salvaron la vida. Dios vienes, Cristo está cerca. Hagamos que nuestra semana sea una búsqueda de ese Cristo que necesita de nuestra amabilidad, de nuestras manos para acoger, de nuestros labios para besar y sonreír, de nuestros pies para caminar al encuentro del necesitado, de nuestros brazos para abrazar y ayudar, de nuestro corazón para amar.
No lo rechacemos, acojamos con alegría su presencia. Bajémoslo de la cruz y hagamos de El nuestro compañero de camino. Cristo Vivo, Cristo peregrino de nuestra vida, Cristo acogido en nuestros corazones y hogares, y comunidades y trabajos.
“Se Arrepintió y Fue”
1. El Justo: cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Dios quiere que todos nos salvemos, sólo si nosotros, con nuestro comportamiento, no aceptamos la voluntad de Dios, Dios no podrá salvarnos contra nuestra propia voluntad. Si no hemos practicado la justicia y el derecho, convirtámonos al Señor, con la seguridad de que él nos salvará. A la persona arrepentida Dios nunca lo abandona. La misericordia del Señor es eterna, como nos dice el salmo 24.
2. La Humildad y Generosidad: es decir, la imitación de Cristo, en pensamientos, palabras y obras. Jesús, a pesar de su condición divina se despojó de su rango y vivió “como uno de tantos”, por eso Dios “lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre”. El amor cristiano y la humildad cristiana son las virtudes que más nos acercan a Jesús, por eso, como nos dice el mismo texto, “no nos encerremos en nuestros propios intereses y busquemos todo el interés de los demás”.
3. Cumplir la Voluntad del Padre: "Eres cristiano, frecuentas la iglesia, escuchas la palabra de Dios y te emocionas de alegría con su lectura. Tú alabas a quien la expone, yo busco quien la cumpla. Eres cristiano, frecuentas la iglesia, amas la palabra de Dios y la escucha de buena gana. Ve lo que te propongo, examínate al respecto, estate pendiente de ello, sube al tribunal de tu mente, ponte en presencia de ti mismo, y júzgate; y si encuentras que eres un malvado, corrígete. He aquí la propuesta". Se nos pide hoy que seamos consecuentes: la fe se demuestra con las obras. ¡Basta ya de poner disculpas!
4. Decir SÍ o NO: muchas veces está condicionado por el quedar bien con alguien o por algo, por salir airosos de algunas situaciones o, simplemente, porque con un “si vacío” solucionamos una situación puntual que, luego, se nos puede volver en contra. Es bueno pues aquella máxima de: “promete lo que vayas a realizar y calla aquello que te deje en evidencia”. Cuántos matrimonios, delante del altar, prometen fidelidad en lo bueno y en lo malo. Llegan las dificultades y el egoísmo o la presión del ambiente convierten todo eso en un “no”. Dejan de cultivar la viña del amor. En cuántos momentos, sumergidos en celebraciones musicalmente bellas y en impresionantes templos, decimos amar a Dios, sobre todo; nos comprometemos a un cambio de vida…pero salimos de las cuatro paredes del cenáculo festivo y, nuestra vida cristiana, se diluye en medio del océano del mundo. Se diluye no como sal…sino como algo insípido.
REFLEXIÓN
La liturgia del domingo 26º del Tiempo Ordinario deja claro que Dios llama a todos los hombres a empeñarse en la construcción de ese mundo nuevo de justicia y de paz que Dios soñó y que quiere que alcance a toda la creación. Ante la propuesta de Dios, podemos tomar dos actitudes: o decir “sí” a Dios y colaborar con él, o elegir el camino del egoísmo, de la comodidad, del aislamiento y desentendernos del compromiso que Dios nos solicita. La Palabra de Dios nos exhorta a un compromiso serio y coherente con Dios, un compromiso que signifique un empeño real y exigente en la construcción del mundo nuevo, de la justicia, de la fraternidad y de la paz.
En la primera lectura el profeta Ezequiel invita a los israelitas exiliados en Babilonia a comprometerse de forma seria y consecuente con Dios, sin rodeos, sin evasivas. Cada creyente debe tomar conciencia de las consecuencias de su compromiso con Dios y vivir, con coherencia, las implicaciones prácticas de su adhesión a Yahvé y a la Alianza.
La segunda lectura presenta a los cristianos de Filipos (y a los cristianos de todos los tiempos y lugares) el ejemplo de Cristo: a pesar de ser Hijo de Dios, Cristo no hizo alarde con arrogancia y orgullo de su condición divina, sino que asumió la realidad de la fragilidad humana, haciéndose servidor de los hombres para enseñarnos la suprema lección del amor, entregando su vida. Los cristianos estamos llamados por Dios a seguir a Jesús y a vivir del mismo modo, en la entrega total al Padre y a sus proyectos.
El Evangelio dice cómo se hace realidad el compromiso del creyente con Dios. El “sí” que Dios nos pide no es una declaración de buenas intenciones, sin implicaciones prácticas, sino que es un compromiso firme, coherente, serio y exigente con el Reino, con sus valores, en el seguimiento de Jesucristo. El verdadero creyente no es aquel que “da buena impresión”, que finge respetar las reglas y que tiene un comportamiento irreprensible desde el punto de vista de las convenciones sociales, sino que es aquel que cumple, en verdad, la voluntad de Dios.
Las puertas están abiertas para cualquiera que se gire sinceramente hacia Dios, con todo su corazón, y el Padre recibe con gozo a un hijo que se arrepiente de verdad. ¿Cuál es el signo del verdadero arrepentimiento? No volver a caer en las viejas faltas y arrancar de tu corazón, desde sus raíces, los pecados que te han puesto en peligro de muerte. Una vez borradas éstas, Dios vendrá a habitar en ti.
PARA LA VIDA
Un pobre gallo, flacucho y hambriento, buscaba afanosamente algo para comer. Picoteaba por todas partes, bajo los haces de leña, entre las matas de hierba, alrededor de las piedras e incluso escarbando en la tierra. De pronto el gallo se detuvo. Allí, ante sus ojos, había una piedra distinta de las otras, que brillaba de una manera especial. El gallo se quedó contemplándola, encandilado y perplejo.
Luego, de pronto, entendió. Aquella no era una piedra cualquiera. Su forma, su brillo y sus dimensiones la delataban. - Los hombres te llamarán diamante, piedra preciosa – murmuró el gallo hambriento – pero para mí, tú no vales más que un grano de trigo. Y se dio la vuelta para seguir picoteando, ajeno al valor de lo que había encontrado.
El cuento de hoy nos avisa para que no nos pase como al gallo, que encontró un precioso diamante y no quiso ver en él el gran valor que tenía, como muchos hoy día, que no saben valorar el diamante de la fe y los grandes valores que dan la felicidad, ocupados en picotear y acumular cosas materiales que los hacen ciegos a la presencia de Dios en sus vidas.
No seamos como aquellos publicanos, que creyéndose en la propiedad de reclamar a Dios y atados a leyes que los deshumanizan, no sepamos ver los signos de la presencia del Señor en el mundo y en las personas, también en aquellos que humanamente puede parecer que están más alejados de Dios. No nos creamos los buenos, demos ejemplo diario de bondad y de amabilidad. Ahí se notará que somos los elegidos y llamados.
“¿Por Qué Tomas A Mal Que Yo Sea Bueno?”
1.Buscar a Dios: volvernos a Él. Es decir, a reorganizar nuestra vida, de modo que Dios sea el centro de nuestra existencia, que Dios ocupe siempre en nuestra vida el primer lugar. Si volvemos a Dios, Dios tendrá compasión y misericordia de nosotros. No nos encerremos en nosotros mismos. Abramos nuestro corazón a Dios, dejemos que Él habite dentro de nosotros. Dios no viene a destruirnos, ni a quitarnos nuestra libertad, sino que Dios viene a dignificarnos y hacernos felices. Si buscamos, sinceramente a Dios, nunca quedaremos defraudados. No demos nuestro corazón a los ídolos de este mundo.
2. La Misión: cada uno de nosotros tenemos una misión en el mundo y no podemos huir, renunciar o abandonar la tarea que Dios nos ha encomendado, hasta que esa tarea la llevemos hasta el final, aunque encontremos dificultades a la hora de cumplir con nuestra misión. Como cristianos debemos saber que el trabajo que realicemos por y para el Señor no será inútil a pesar de las contrariedades que podamos tener. Hay que seguir adelante con ánimo, confiando en la ayuda del Señor y la presencia del Espíritu Santo.
3. La Justicia: la justicia humana es entendida por nosotros dar “A cada quien lo que le corresponde”. De acuerdo a la ley humana: dar menos de lo que a una persona le toca es algo injusto. Y también es injusto, el darle más de lo que le toca. Cuando hablamos de justicia, nos olvidamos de la generosidad. En lo humano, la justicia no tiene nada que ver con el amor. En Dios la justicia es totalmente distinta. La justicia de Dios está regida por el amor. Dios es justo cuando ama y no cuando castiga. La justicia de Dios está marcada por la gratuidad. Esto significa que Dios no nos da lo que merecemos. Sino que lo que Dios nos da sobrepasa totalmente nuestros merecimientos.
4. El Reino de los Cielos: «El Reino de los Vielos es semejante a un amo de casa que salió muy de mañana a ajustar obreros para su viña…» (Mt 20, 1). En el punto de partida incluye la llamada al hombre a redescubrir el significado del trabajo, teniendo presente el designio salvífico de Dios. En el punto de partida esta parábola incluye la llamada al hombre a redescubrir el significado del trabajo, teniendo presente el designio salvífico de Dios.
REFLEXIÓN
La liturgia del 25º Domingo del Tiempo ordinario nos invita a descubrir a un Dios cuyos caminos y cuyos pensamientos están por encima de los caminos y de los pensamientos de los hombres, como el cielo está por encima de la tierra. Nos sugiere, en consecuencia, que renunciemos a los esquemas del mundo y nos convirtamos a los de Dios.
La primera lectura pide a los creyentes que se vuelvan a Dios. “Regresar al Señor”, es un movimiento que exige una transformación radical del hombre, para que sus pensamientos y acciones reflejen la forma de pensar, las perspectivas y los valores de Dios.
La segunda lectura nos presenta el ejemplo de un cristiano (Pablo) que abrazó, de forma ejemplar, los criterios de Dios. Renunció a sus intereses personales y a los esquemas egoístas y cómodos y situó en el centro de su existencia a Cristo, sus valores, su proyecto.
El Evangelio nos dice que Dios llama a la salvación a todos los hombres, sin considerar la antigüedad en la fe, los méritos, las cualidades o los comportamientos anteriormente asumidos. A Dios le interesa, únicamente, cómo acogemos su invitación. Nos pide una transformación de nuestra mentalidad, a fin de que nuestra relación con Dios no esté marcada por el interés, sino por el amor y por la gratuidad.
La parábola nos lleva a preguntarnos: ¿Qué es lo justo? Todo depende de la justicia que se use. Nosotros pensamos que el que ha trabajado más habrá de recibir más y sin embargo, el amo de la Parábola no actuó así, sino que a todos les dio lo mismo. Fijémonos bien: a los primeros no los engañó, porque les dio el denario que había prometido darles.
En el fondo, no reclaman por una razón de justicia, sino que en realidad, sienten envidia. Esta parábola quiere hacernos comprender cómo actúa Dios. Él no nos da de acuerdo a nuestros méritos, sino conforme a su bondad. Dios no actúa de acuerdo a la justicia humana, sino de acuerdo a la gratuidad. Todo es gratuito; un regalo que Él nos hace.
El amor grande y el perdón generoso de Dios en esta parábola y en la vida real es todo corazón. No cuente las horas trabajadas, mire sólo el corazón. Dios sufre ante las injusticias y se ríe de nuestra justicia. Y es corazón para todos. Hagan algo extravagante, a imagen de Dios, para con sus familiares, amigos, vecinos… a lo largo de este domingo.
PARA LA VIDA
Imagínense la alegría de un estudiante que ha preparado a conciencia un trabajo durante una semana y el profesor le premia con un 10. Pero su alegría se desvanece cuando uno de sus compañeros que ha dedicado una hora recibe también otro 10. No es justo, piensa el primero. Imagínense un feligrés de toda la vida que colabora en mil asuntos de la parroquia y llega uno nuevo y el párroco le da más confianza y responsabilidades que a él.
Qué falta de consideración y respeto con los de siempre. Imagínense los escándalos financieros. Leía yo en el periódico que un ejecutivo de GM no sólo recibía un sueldo millonario sino que además la compañía le pagaba un apartamento, el colegio de los hijos, una limusina y un avión particular. ¿Qué pensarían los pequeños inversionistas de GM? Injusto, un robo. Imagínense un cura que va al cielo y San Pedro lo coloca en un rincón y a un taxista lo coloca en la sección V.I.P. ¿Acaso no merece el cura un sitio mejor? San Pedro le dice, cuando tú predicabas la gente dormía a pierna suelta, pero mientras el taxista conducía la gente oraba sin parar.
Nuestra primera reacción ante muchas situaciones de la vida es gritar: No es justo. Vaya fraude. Y tenemos razón. Vivimos en un mundo de injusticias. Todos somos víctimas de la injusticia humana. La palabra de Dios en esta historia de Mateo nos sorprende y escandaliza. Los trabajadores de última hora reciben los mismos euros que los que trabajaron todo el día No comprenden ni la generosidad ni la extravagancia de semejante patrón. Éstas son cosas que no suceden en el mundo real.
En el mundo real hay explotación y, a veces, uno no recibe ni lo que se merece. Aquí y ahora, en la iglesia, en cierto sentido no estamos en el mundo real ni hablamos de los patronos salvajes de este mundo. Aquí estamos hablando del Reino de Dios. Nuestro patrón es Dios y no se parece en nada a los tiburones del mundo real. Aquí estamos en el mundo de Dios que es también el mundo real, el mundo de los hijos de Dios.
“No Te Digo Que Le Perdones Hasta Siete Veces, Sino Hasta Setenta Veces Siete”
1. El Odio: todos los días, los medios de comunicación, nos presentan noticias de todos los lugares del mundo, de violencia y de muerte. Para vengar ofensas reales o imaginarias, buscamos mecanismos de venganza que son responsables de la muerte de inocentes, de sufrimiento y de violencia sin límites. ¿Este es el mundo que queremos? Hay personas que piensan que sólo somos fuertes cuando respondemos con fuerza y agresividad ante las ofensas de los demás, sin embargo, el libro del Eclesiástico nos dice que el éxito y la felicidad del ser humano, no se obtienen alimentando sentimientos de odio y de rencor sino cultivando sentimientos de perdón y de misericordia. La paz interior sólo la tendremos perdonando y siendo misericordioso como Dios lo es con nosotros.
2. Nuestra Vida: “Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor”. El cristiano, tanto en la vida como en la muerte, pertenece al Señor resucitado que ha vencido la muerte y nos ha dado la vida. Jesús es el Señor de vivos y muertos. Si somos cristianos, tenemos que orientar toda nuestra vida hacia Dios y orientar nuestra vida hacia Dios significa que tenemos que vivir al estilo de Jesús, es decir, hay que amar al prójimo y vivir para el Señor, y esto no se puede separar. Quien vive para el Señor amará, comprenderá, servirá y perdonará a su prójimo porque en la vida y en la muerte somos del Señor.
3. El Perdón: «Perdonar hasta setenta veces siete», esto es, siempre. «De modo que no encerró el Señor el perdón en un número determinado, sino que dio a entender que hay que perdonar continuamente y siempre. Esto por lo menos declaró por la parábola puesta seguidamente. No quería que nadie pensara que era algo extraordinario y pesado lo que Él mandaba de perdonar hasta setenta veces siete. De ahí añadir esta parábola con la que intenta justamente llevarnos al cumplimiento de su mandato, reprimir un poco de orgullo de Pedro y demostrar que el perdón no es cosa difícil, sino extraordinariamente fácil. mucho más atrás se queda nuestra misericordia junto a la bondad infinita de Dios, de la que, por otra parte, nos hallamos necesitados, puesto que tenemos que ser juzgados y rendirle.
REFLEXIÓN
La Palabra de Dios que este domingo se nos propone habla del perdón. Nos presenta a un Dios que ama sin cálculos, sin límites, sin medida, e invita a tomar la misma actitud para con los hermanos que caminan a nuestro lado.
La primera lectura deja claro que la ira y el rencor son sentimientos malos, que no convienen para la felicidad y la realización del hombre. Muestra lo ilógico de esperar el perdón de Dios negando el perdón al hermano; y avisa que nuestra vida en esta tierra no puede ser arruinada con sentimientos que sólo generan infelicidad y sufrimiento.
En la segunda lectura Pablo sugiere a los cristianos de Roma que la comunidad cristiana tiene que ser el lugar del amor, del respeto mutuo, de la aceptación de las diferencias, del perdón. Nadie debe despreciar, juzgar o condenar a los hermanos que tienen puntos de vista diferentes. Los seguidores de Jesús deben tener presente que hay algo fundamental que les une a todos: Jesucristo, el Señor. Todo lo demás carece de importancia.
El Evangelio nos habla de un Dios lleno de bondad y de misericordia que derrama sobre sus hijos, de forma total, ilimitada y absoluta, su perdón. Los creyentes son invitados a descubrir la forma de ser de Dios y a permitir que la misma actitud de perdón y de misericordia sin límites y sin medida dirija su relación con los hermanos.
Qué fácilmente surge el odio y el rencor ante una ofensa, ante una acción injusta, ante quien nos hiere de alguna forma. Aunque a veces sea tan sólo por cosas sin importancia. Cuánto enfado y mal humor se acumula en las carreteras, en las calles y plazas de nuestras ciudades. Cuánto insulto, cuánta palabra malsonante, medio reprimida o dichas, de modo incontrolado y conscientemente. En ocasiones, cuando estamos en la calle reprimimos nuestros enfados, pero al llegar a la casa damos rienda suelta a ese enfado amargándoles la vida a nuestros familiares.
En la amistad, en el trabajo, entre vecinos, quizá disimulamos nuestros odios, pero la relación a menudo se hace difícil, dura y cada vez menos cordial. Hay personas que no se hablan incluso siendo familiares, o compañeros de trabajo, o vecinos. Todos debemos reconocer que tenemos establecidos unos límites a nuestra capacidad de perdón. Cuando nos parece excesivo lo que nos han hecho, muchas veces no somos capaces de perdonar.
PARA LA VIDA
Corrie Ten Boom cuenta en su autobiografía que terminada la guerra y liberada de un campo de concentración Nazi predicó un sermón en la iglesia sobre el PERDÓN. Al terminar el sermón, un hombre, con una mano extendida y una gran sonrisa, se dirigió hacia ella. Corrie lo reconoció; era el jefe de los vigilantes del campo donde ella y su hermana habían estado encarceladas por haber escondido en su casa a unos judíos y donde su hermana había muerto.
El guarda le dijo: “Oh, Fraulein, le estoy muy agradecido por su mensaje poderoso. Qué alegría pensar que Jesús ha lavado todos mis pecados. Corrie, paralizada, no podía levantar la mano. “Los pensamientos de venganza hervían dentro de mí, vi el pecado…y no podía hacer nada. No sentí la menor chispa de amor o caridad, así que susurré una oración en silencio. Jesús, no puedo perdonarle, por favor dame tu perdón”.
La oración ofrecida, pudo levantar la mano y estrechar la del hombre que la había torturado. Historia de un perdón grande. Nuestra vida debería estar llena de perdones pequeños que son tan difíciles de ofrecer como los grandes. La fuerza de perdonar de corazón no es nuestra, se la tenemos que pedir a Jesús que es el que nos manda perdonar como condición para ser perdonados.
Conversaban dos hombres un día y uno le confiesa al otro, cada vez que discuto con mi mujer se pone histérica. El otro le dice, eso no es nada, la mía se pone histórica. ¿Qué quiere decir histórica? Le pregunta. Que me suelta la letanía de todos mis defectos y desprecios y errores que he cometido desde el día primero que nos conocimos. Todos nos ponemos históricos porque ni hemos perdonado ni olvidado.
Somos prisioneros del pasado, de unas relaciones familiares, sociales o comunitarias que nos quitan la paz, nos impiden ser felices y libres y cristianos de verdad. El cristiano es un ser perdonado. El oficio de Dios es perdonar y lo hace bien y siempre. Yo me defino a mi mismo como un pecador feliz. “El Señor tuvo lástima de aquel empleado, de mí, y me dejó marchar, perdonándome toda mi deuda”. Porque es eterno su amor. Porque no lleva cuentas del mal. Porque Dios no sabe matemáticas.
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“Si te Escucha, Habrás Ganado a tu Hermano”
1. El Pecado: si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. En la corrección fraterna lo primero y último que debemos buscar es el bien del prójimo, no, primariamente, el bien propio, o el bien de la sociedad, aunque, por supuesto, también debemos tener en cuenta estos aspectos. Si la corrección fraterna no consigue hacer bien al hermano, la corrección resulta, al menos en parte, inútil. Hasta las mismas cárceles tienen como función primera corregir y convertir a los encarcelados; si no consiguen esto, pierden su principal misión. En el evangelio de hoy según san Mateo se habla directamente de la corrección cristiana: corregir al que se desvía o peca contra la fe cristiana.
2. El Amor: Pablo nos dijo en muchas ocasiones a los cristianos que lo que nos hacía buenos o malos cristianos no era el cumplimiento de la ley, sino el amor que poníamos en todo lo que hacíamos. Su famoso “himno al amor”, de Corintios XIII, es maravilloso en este sentido: sin amor no soy nada. Yo creo que san Agustín cuando escribió su famosa frase: “ama y haz lo que quieras”, estaba pensando que no decía otra cosa que lo que dice, en varias ocasiones, san Pablo. Que “uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”. Por supuesto, que para que esto sea cierto hay que entender siempre la palabra <amor> en un sentido auténticamente cristiano, como lo hacían san Pablo y san Agustín.
3. El Perdón: es una actitud evangélica, y un medio terapéutico que libera al que lo otorga y reaviva al que lo recibe. En cierta ocasión, un discípulo, comentaba a su maestro lo difícil que le resultaba perdonar. Que siempre, junto a ese afán, en su mente, se le cruzaban sentimientos de orgullo y de amor propio que le impedían dar ese paso hacia la reconciliación. El maestro espiritual le respondió: qué poco esfuerzo te costaría si pensaras que, arriba, es Dios quien es perdonado por ti en el hermano.
4. La Comunidad: existe comunidad cuando existe un camino real de acceso al corazón del hermano. Cuando su historia me importa. Cuando tengo una idea clara de sus luchas y de sus alegrías, aunque por supuesto no todo el mundo tiene que saber todo de todo el mundo. Es esta vida la que tiene que llegar finalmente a cada comunidad concreta, y por ello es apenas lógico pensar en comunidades estables de "laicos y clérigos," en el lenguaje del Papa Juan Pablo. Comunidades donde el sacerdote y los fieles puestos bajo su particular cuidado se alimenten de una misma gracia mientras se reconocen como deudores unos de otros, renacidos todos del perdón.
REFLEXIÓN
La liturgia de este Domingo nos hace ver la responsabilidad que tenemos con nuestros hermanos que están cerca de nosotros. No podemos ser indiferentes ante aquello que amenaza la vida y la felicidad de un hermano porque todos somos responsables de corregir y aceptar la corrección.
La 1ª lectura del profeta Ezequiel nos presenta la responsabilidad que tiene un profeta de corregir el mal de su pueblo. El profeta debe ser el vigilante de sus hermanos, por eso debe estar siempre con los oídos bien abiertos y los ojos bien despiertos para escuchar y ver los peligros que acechan a su comunidad.El profeta debe denunciar todo aquello que está mal tanto en el mundo como en la vida de las personas. Es verdad que Dios juzgará a cada uno según su propia conducta, pero también es verdad que somos responsables del mal que otros hacen por culpa nuestra o del bien que dejan de hacer por falta de ejemplo o de colaboración.
La 2ª lectura de San Pablo a los romanos nos invita a poner como centro de nuestra vida cristiana, el mandamiento del amor.
Amor. Que palabra tan grande y tan profunda, pero también tan manipulada. En nombre del amor se engaña, se estafa, se mal forman a los hijos, se malogran vidas. El amor del que nos habla san Pablo, nada tiene que ver con el engaño utilizado para fundamentar actitudes egoístas. Cuantas veces decimos que es amor y lo que en realidad es egoísmo. Pablo habla del amor que hace crecer, que genera vida.
En el Evangelio de san Mateo Jesús nos dice hoy “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas”. Es el camino que Jesús nos señala si queremos ayudar a alguien en sus defectos o pecados, hablar a solas con él. Cuánto bien haríamos si hiciéramos caso a Jesús.
Poco ha cambiado el ser humano. Con qué facilidad nuestras conversaciones preferidas son los defectos, lo malo que vemos en los demás. Como desperdiciamos tanto tiempo de nuestra vida en hablar mal de los demás.
¡Qué distinto es Jesús de todos nosotros! A nosotros nos encanta airear la vida de los demás. Los programas televisivos que más audiencia tienen son los que sacan al aire los trapitos sucios de los demás. ¿Será que a nosotros nos gusta el chisme y hablar de los demás? No hay conversación en la que no hablemos mal de alguien.
Sin embargo, el Evangelio de hoy nos dice todo lo contrario. El Señor sabe que podemos fallar, que podemos pecar, pero luego nos dice: “Si tu hermano peca”, no lo lleves a la TV, ni lo lleves al Club de los chismosos, sino que nos dice: “Llámale y corrígelo a solas.” Que no se enteren los demás. Que su pecado quede entre los dos y que tu amor salve al que ha pecado.
PAR A LA VIDA
Un templo atravesaba serias dificultades provocando el total abandono por parte de sus feligreses y quedando tan sólo cinco miembros: el párroco y cuatro personas ancianas, todos mayores de 60 años. En las montañas, cerca del templo, vivía un obispo en retiro. Una vez, el párroco se animó a pedirle al obispo algún consejo que podría ayudar a salvar la iglesia y hacer que los feligreses retornaran a ella. El párroco y el obispo hablaron largamente, pero cuando el párroco le pidió el consejo, el obispo le respondió: "No tengo ningún consejo para ti.
Lo único que te puedo decir es que el Mesías es uno de vosotros". De regreso al templo, el pastor le comentó a los cuatro miembros restantes lo que el obispo le había dicho. Durante los siguientes meses que siguieron, los viejos feligreses reflexionaron constantemente sobre las palabras del obispo. "El Mesías es uno de nosotros", se preguntaron unos a otros. Decidieron entonces asumir dicha posibilidad, y empezaron a tratarse con un extraordinario respeto y exquisito cuidado puesto que uno de ellos podría ser el Mesías.
Los meses fueron pasando, y las personas empezaron a visitar la pequeña Iglesia atraídos por el respeto y gentileza que envolvía a los cinco feligreses. Duros de creer, más personas empezaron a retornar a la Iglesia, y ellos comenzaron a traer amigos, y sus amigos trajeron más amigos. En pocos años, el templo volvió a ser instancia de fe y de regocijo, gracias a la multitud de fieles que asistían diaria y semanalmente al templo. Y por supuesto, gracias al regalo del señor obispo.
Jesús es la razón, la fuente, el aliento, la vida de ese encuentro. Allí se hace presente Jesús, el resucitado. No es ningún secreto que la reunión dominical de los cristianos está en crisis profunda. A no pocos la misa se les hace insufrible. Ya no tienen paciencia para asistir a un acto en el que se les escapa el sentido de los símbolos y donde no siempre escuchan palabras que toquen la realidad de sus vidas.
Algunos sólo conocen misas reducidas a un acto gregario, regulado y dirigido por los eclesiásticos, donde el pueblo permanece pasivo, encerrado en su silencio o en sus respuestas mecánicas, sin poder sintonizar con un lenguaje cuyo contenido no siempre entienden. ¿Es esto «reunirse en el nombre del Señor»?
Homilía 22° Domingo Tiempo Ordinario, Mateo 16, 21 - 27
Septiembre 3 de 2023, Lecturas Dominicales
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“El Que Quiera Seguirme, que Renuncie a Sí Mismo”
1. La Vocación: ser profeta significa ser signo de Dios y de sus valores en este mundo y, por lo tanto, el profeta tiene que enfrentarse a la injusticia, a la opresión, al pecado y cuestionar los intereses egoístas de los poderosos de este mundo; por eso el camino del profeta es un camino de críticas, calumnias, amenazas y mucho sufrimiento por ser fiel al encargo de Dios. Qué difícil es nadar contra corriente. De igual forma, es arriesgado predicar lo que la gente no quiere oír, como también es una empresa difícil corregir los comportamientos o costumbres equivocadas de las personas. Y esta es la misión ingrata, incómoda y llena de amargura del profeta.
2. La Cruz: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.” Al que se une a Jesús, Él le promete el descanso y el alivio en sus tareas. Nuestra civilización del confort y la comodidad no quiere oír ni entender que no puede construirse un verdadero hombre sin renuncia y esfuerzo. Una sociedad incapaz de “renunciar” es una sociedad que avanza hacia su propia descomposición. Esto lo vemos en la educación de los hijos a los que se les quiere ahorrar el mínimo sufrimiento. Esto es un gran error por parte de los papás. Escuchamos a los hijos que cuando sus papás les piden algo, ellos contestan: “no tengo ganas”, “no me apetece”.
3. Las Tentaciones: el que es consecuente con su fe tiene que asumir la posibilidad de ser incomprendido, ridiculizado y hasta perseguido. Jesús también pudo sentir el abandono de todos en la cruz, se preguntaba el porqué de su sufrimiento, peo se puso en las manos del Padre para hacer su voluntad. San Agustín, cuya fiesta celebramos hace tres días, ensalza el ejemplo de los mártires y de los primeros cristianos perseguidos que fueron simiente fecunda de nuevos cristianos, pues "¡cuán grande es la esperanza de la mies a la que precede el sembrador!". ¿Somos nosotros consecuentes con nuestra fe a pesar de las incomprensiones, de las burlas y las persecuciones de nuestro tiempo?
4. La Fe: es gracia y es regalo. Es un privilegio que Dios nos concede. Desde esa luz, que es la fe, podemos alumbrar todo lo que acontece en torno a nosotros e, incluso, nuestras mismas personas. Como a Pedro, al mundo de hoy, no le seduce demasiado el sufrimiento. Preferimos una fe de merengue ya fácil a una fe probada; una fe de gloria a una fe de calvario; una fe de sentimientos a una fe de conversión, una fe con camino llano más que aquella otra expresada en camino angosto o empedrado duro.
REFLEXIÓN
L
a liturgia del 22º Domingo del Tiempo Ordinario nos invita a descubrir la “locura de la cruz”: el acceso a la vida verdadera y plena que Dios nos ofrece, pasa por el camino del amor y de la donación de la vida (cruz).
En la primera lectura, un profeta de Israel (Jeremías) describe su experiencia de “cruz”. Seducido por Yahvé, Jeremías puso toda su vida al servicio de Dios y de sus proyectos. En ese “camino”, tuvo que enfrentarse a los poderosos; por eso, conoció el sufrimiento, la soledad, la persecución. Esa es la experiencia de todos aquellos que acogen la Palabra de Yahvé en su corazón y viven en coherencia con los sus valores.
La segunda lectura invita a los cristianos a ofrecer la existencia de cada día a Dios. Pablo asegura que ese es el sacrificio que Él prefiere. ¿Qué significa ofrecer a Dios toda la existencia? Significa, de acuerdo con Pablo, que no nos conformamos con la lógica del mundo, que aprendemos a discernir los planes de Dios y a vivir en consecuencia.
En el Evangelio, Jesús avisa a los discípulos de que el camino de vida verdadera no pasa por los triunfos humanos, sino que pasa por el amor y por la entrega de la vida (hasta la muerte, si fuera necesario). Jesús va a recorrer ese camino; y quien quiera ser su discípulo, tiene que aceptar el recorrer un camino semejante. El Señor nos invita a seguirle. Pero él va delante. Su cruz nos trae ahora el misterio de salvación que celebramos en la Eucaristía: su vida entregada hasta el final; su cuerpo y su sangre compartidos; y su vida resucitada como signo y anticipo de la nuestra. Mejor buena noticia, imposible.
Vemos que, en todo camino de la vida, es igual. No hay padre ni madre de familia que no sufre por causa de sus hijos. No hay medico ni enfermera que no sufre a causa de sus pacientes. No hay servidor del público que no sufre por causa de su gente. No es que ellos buscan sufrimiento, pero es el precio de seguir fiel. Si seguimos fieles nosotros, vendrá el sufrimiento. Hoy podemos dejarnos consolar con las palabras de san Pablo, “No se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente.”
PARA LA VIDA
Un día un joven que conocía a un anciano que era sordo y que pedía limosna quedó sorprendido al verle todos los días en la plaza. No aguantando la curiosidad, escribió unas preguntas para el anciano. ¿Qué vienes a hacer aquí si eres sordo? ¿Qué te extasía tanto si no puedes apreciar la música? El anciano le contestó: Mira al centro de la plaza, levanta la vista, ¿qué ves? Una cruz, respondió el joven.
Es la cruz de Cristo que se alza sobre la cúpula de la vieja iglesia. Cierto, no oigo nada, pero me extasía pensar que algún día la música de la verdad crucificada fascine y cautive a los hombres y pongan sus ojos en la cruz, la de Jesús.
Algo muy anunciado son las pastillas, esas píldoras maravillosas que curan toda enfermedad y toda impotencia. Pero todas producen efectos secundarios. El evangelio de Jesús es también una pastilla maravillosa que nos da la salvación eterna. ¿Va acompañado este anuncio de algún efecto secundario? Sí, hermanos, Jesús nos lo dice muchas veces y de muchas maneras. ¿Quieres salvación y felicidad y vida eterna? Carga con la cruz y sígueme. Hay una cruz para Jesús y hay una cruz para usted. La cruz es el efecto secundario del seguimiento de Jesús.
Participar en la Eucaristía no es cuestión de ganas o de gustos, sino de convicción. ¿Qué pasaría si los papás dejaran de atender y alimentar a sus hijos cuando no tienen ganas de hacerlo? ¿Qué pasaría si dejáramos de trabajar cuando no nos apetece? Cuando cada uno va a lo suyo o quiere salir con la suya, la sociedad se convierte en un auténtico infierno. ¿Por qué rompen muchos matrimonios casi en sus mismos comienzos? Porque ninguno de los cónyuges ha aprendido a renunciar, buscan una felicidad barata y a costa del otro.
El niño o joven consentido de hoy es el esposo y el padre frustrado y frustrante del mañana. Por eso, consentir a los hijos es prepararlos para la desventura. Lo queramos o no, el hombre madura y crece, cuando sabe renunciar a la satisfacción inmediata y caprichosa de todos sus deseos en aras de una libertad, unos valores y una plenitud de vida más noble, digna y enriquecedora.
Homilía 21° Domingo Tiempo Ordinario, Mateo 16, 13 - 20
Agosto 27 de 2023, Lecturas Dominicales
“Tú Eres Pedro, y Te Daré las Llaves del Reino de los Cielos”
1. ¿Quién Es Dios Para Nosotros? los que nos consideramos creyentes “practicantes” muchas veces no sabemos responder a la pregunta que Jesús nos hace hoy: ¿y vosotros quién decías que soy yo? Es más fácil cumplir unos preceptos, que en el fondo no alteran nuestra vida, que “mojarse” de verdad y dejar que el Evangelio empape nuestra vida y cuestione incluso nuestras seguridades. Es más fácil responder de memoria, como un loro, que Jesucristo es el Hijo de Dios, que plantearse en serio nuestra fe cristiana. Raramente somos capaces de renunciar a nuestro dinero o a nuestro tiempo para compartirlo con los necesitados. Nos hemos fabricado una religión a nuestra manera, por miedo a comprometernos de verdad.
2. Nuestra Fe: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo". La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor, deseamos corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con el propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido.
3. La Misión: En referencia a la misión, Jesús nombra a Pedro roca (Kefa), mayordomo, le da las llaves del reino. Nombrar a a alguien es tener dominio sobre la persona. La densidad teológica y simbólica del relato nos lleva a contemplar la dimensión del encargo que en la primera lectura se nos ilustra con gran esplendor. Con Eliaquín comenzará la promesa, será en Cristo que se lleve a plenitud (Cf. Ap 3,7) y como su representante dejará Pedro. Hemos de ser piedras vivas (Cf. 1Pe 2,2ss) que sigamos fortaleciendo, enriqueciendo con nuestro testimonio y misión a la Iglesia.
REFLEXIÓN
En el centro de la reflexión que la liturgia del 21º Domingo nos propone hoy dos temas alrededor de los cuales se construye y se estructura toda la existencia cristiana: Cristo y la Iglesia.
La primera lectura muestra cómo se debe concretar el poder “de las llaves”. Aquél que tiene “las llaves” no puede usar su autoridad para satisfacer intereses personales y para impedir a sus hermanos el acceso a los bienes eternos; sino que debe ejercer su servicio como un padre que procura el bien de sus hijos, con solicitud, con amor y con justicia.
La segunda lectura es una invitación a contemplar la riqueza, la sabiduría y la ciencia de Dios que, de forma misteriosa y, a veces, desconcertante, realiza sus proyectos de salvación del hombre. Al hombre le queda entregarse confiadamente en las manos de Dios y dejar que su sorpresa, reconocimiento y adoración se transformen en un himno de amor y de alabanza a Dios salvador y libertador.
Reunida en el nombre del Señor, la Iglesia bautiza, confirma y anuncia la buena nueva, santifica el amor de los esposos y consagra a los llamados, perdona los pecados y unge con el óleo de salvación a los enfermos. Y celebra fiesta de la Eucaristía, de la acción de gracias y la fracción del pan. En ella se estrechan lazos de comunión y nos envía con el compromiso misionero para continuar la salvación del Señor, para la construcción del Reino de Dios.
El Evangelio invita a los discípulos a adherirse a Jesús y a acogerlo como “el mesías Hijo de Dios”. De esa adhesión, nace la Iglesia, la comunidad de los discípulos de Jesús, convocada y organizada alrededor de Pedro. La misión de la Iglesia es la de dar testimonio de la propuesta de salvación que Jesús vino a traer. A la Iglesia y a Pedro ha confiado el poder de las llaves, esto es, de interpretar las palabras de Jesús, de adaptar las enseñanzas de Jesús a los retos del mundo y de acoger en la comunidad a todos aquellos que se adhieren a la propuesta de salvación que Jesús ofrece.
Hay personas que dicen: “no hay que creer ni dejar de creer”. Piensan que son muy sabios diciendo esto. Y lo que demuestran es que no tienen fe en nada y que hacen las cosas “por si acaso”. Es una manera de aceptarlo todo sin comprometerse con nada. Esta es la postura de algunos cristianos. Por eso no crecen en la fe y son víctimas de supersticiones. Se dicen cristianos pero practican la brujería, acuden a los adivinos y van a que les echen las cartas. Este tipo de personas pisotea el primer mandamiento: Amar a Dios sobre todas las cosas.
PARA LA VIDA
Cierto día, Buda, sentado sobre la flor del loto, enseñaba la necesidad de suprimir el sufrimiento para alcanzar la felicidad. El dolor, al oírlo, se quedó muy triste, porque ya nadie lo querría. Poco después pasó por allí un joven lleno de caridad, y, viendo llorar al dolor, se le enterneció el corazón, lo tomó de la mano y lo convirtió en su amigo inseparable. Ese joven se llamaba Jesús.
Cuando Jesús comenzó a predicar, los oyentes se contagiaron de su felicidad. Por primera vez en la historia, el dolor se alegraba viendo que él también podía dar algún fruto, pues Jesús decía que no habría felicidad sin cruz. Incluso murió en ella abrazado a su amigo el dolor, pero con el corazón inmerso en la alegría. Buda se asombró al constatar que Jesús y él buscaban lo mismo: la felicidad.
Sin embargo, mientras Buda eliminaba el sufrimiento por la vía de la renuncia y de la meditación, Jesús lo asumía para sanar el pecado y traer la salvación. Al final, ni uno ni otro erradicaron el dolor del mundo. Buda no pudo; Jesús no quiso. Hoy, la felicidad toma la mano al sufrimiento para que no se encuentre solo. Y el sufrimiento se llena de esperanza y de alegría cuando ve que la felicidad pasa por el camino de la cruz.
El cuento de esta semana nos recuerda que Cristo nos invita a una felicidad que pasa por la cruz, que no huye del sufrimiento, que se abaja para amar y servir más y mejor. Una felicidad que no nace del poder ni de la fama ni del dinero, sino de la humilde entrega diaria en ser Buena
Noticia para los empobrecidos y marginados de nuestra sociedad. Renovemos hoy con humildad nuestra fe en Jesús, Mesías y Salvador, y hagamos personal y comunitariamente el compromiso de ser en el mundo y entre quienes nos rodean, ejemplos vivos del amor y de la entrega de Cristo hacia los que más necesitados.
Homilía 20° Domingo Tiempo Ordinario, Lucas 1, 39-56
La Asunción Fiesta Patronal Diócesis Zipaquirá
Agosto 20 de 2023, Lecturas Dominicales
“El Todopoderoso ha Hecho en Mí Grandes Cosas; Elevó a los Humildes”
1. María Humilde: María, en quien es glorificada la condición humana Esta mujer es María, la humilde esclava, la silenciosa, aquella que guarda en su corazón la Palabra de Dios. María, la fiel, aquella que creyó desde la Anunciación hasta el Nacimiento, desde el Templo hasta la Cruz. Misterio del amor, poder de la fe, fuerza de la esperanza. En María, toda la condición femenina –mejor dicho, toda la condición humana– es glorificada por Cristo resucitado: él arranca a su madre del pecado, la conduce por el camino estrecho de la fe hasta la Cruz, la ensalza haciéndola superar la muerte. Ella vive para siempre en la gloria de Dios. ¡Nosotros creemos que la condición de María, por anticipación, es también nuestra propia condición definitiva si somos capaces de llenarnos de su mismo amor! Esta mujer, María, es virgen, es madre, es esposa.
2. María Virgen y Madre: "María, siempre virgen", afirma nuestra fe. Se trata de una integridad física, ciertamente, pero más todavía de una total y perpetua disponibilidad, de capacidad infinita de donación. Tan sólo el amor exige y da sentido a la virginidad. En el corazón absolutamente libre, en el corazón enteramente disponible, Dios halla un lugar, y –en el caso de María– se encarna. Quizá actualmente no está de moda hacer elogios de la virginidad. Pero hoy no podemos dejar de recordar la fe viva de la Iglesia desde hace 2.000 años, una fe que suscita vírgenes consagradas a Dios para que él pueda llenar más plenamente con su amor a los que son capaces de abrírsele totalmente como María. Por la acción misteriosa de Dios, María, la virgen, también es madre. Madre de Dios.
3. María Cree en Dios: a pesar de las evidencias en contra, María se ha fiado de Dios. El ángel había dado a María una señal de credibilidad. María, que había aceptado la señal, va al encuentro de la protagonista de esa señal. Este encuentro es ocasión para que Isabel le haga saber a María que no se ha fiado de Dios en balde. Este descubrimiento hace que María prorrumpa en un poema de alabanza al Dios que cumple su palabra y de quien vale la pena fiarse. Fiarse de Dios no es baldío. Fiarse de Dios, aun cuando las evidencias empíricas parezcan invitar a lo contrario; esto es lo que el autor quiere inculcar con esta joya del arte de narrar.
REFLEXIÓN
Celebramos hoy la Festividad de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo en cuerpo y alma. Las Lecturas son referidas a la Virgen. Y aunque trataremos el tema de la Asunción, revisemos primeramente algo de los textos de hoy.
La Primera Lectura, tomada del Apocalipsis (Ap 11, 19; 12,1-6, 10), nos habla de una figura prodigiosa que aparece como sol radiante en el Cielo: una mujer a punto de dar a luz que gemía con dolores de parto. Se refieren estos textos sobre todo a María, pero también suelen aplicarse a la Iglesia.
En la segunda lectura encontramos que la resurrección de Cristo no fue un hecho aislado, sino una primicia, el primer fruto de una cosecha, que anuncia la resurrección de todos; es así el fundamento de la esperanza. La humanidad entera era solidaria del primer hombre y participaba de su destino. Ahora, con el Mesías, se ha creado una nueva solidaridad. La primera solidaridad conducía a la muerte, la segunda lleva a la vida.
El Evangelio nos relata la Visita de María a su prima Santa Isabel, y nos trae la bellísima oración de la Santísima Virgen María, el Magnificat, en la cual la Virgen, siendo la más grande de las creaturas humanas, se presenta como la más humilde de todas. Ella, que es la Madre del Mesías, refiere toda la grandeza y toda la gloria a Dios, que ha hecho maravillas en ella.
La importancia de la Asunción para nosotros, hombres y mujeres de este Tercer Milenio de la Era Cristiana, radica -entonces- en la relación que hay entre la Resurrección de Cristo y la nuestra. La presencia de María, mujer de nuestra raza, ser humano como nosotros, quien se halla en cuerpo y alma, ya glorificada en el Cielo es eso: una anticipación de nuestra propia resurrección.
Únicamente esta mujer es madre y virgen, no sólo en el espíritu, sino también en el cuerpo. No es madre según el espíritu de nuestra Cabeza, el Salvador, de quien más bien es espiritualmente hija, porque también ella está entre los que creyeron en él y que son llamados con razón hijos del esposo. Pero ciertamente es madre de sus miembros, que somos nosotros, porque cooperó con su caridad para que nacieran en la Iglesia los fieles, miembros de aquella Cabeza de la que es efectivamente madre según el cuerpo. Convenía que, por un extraordinario milagro, nuestra Cabeza naciera, según la carne, de una virgen, para significarnos que sus miembros habían de nacer, según el espíritu, de la Iglesia virgen. Solamente María es, por tanto, madre y virgen según el cuerpo y según el espíritu: madre de Cristo y virgen también de Cristo.
PARA LA VIDA
Javier estaba un día platicando con su cuñado Rafael y de pronto le hizo una confesión sorprendente. Ambos estaban casados con dos hermanas gemelas y aunque la esposa de Rafael deseaba desesperadamente tener un hijo, ésta después de diez años de matrimonio no había concebido.
Javier le dijo a su cuñado que su esposa se había ofrecido a tener un hijo para dárselo a su hermana. El hijo nació, la madre lo acarició y se lo entregó a su hermana.
Y ésta agradecida comentó: "Ni en sueños podría imaginar que alguien se sacrificara así para hacerme feliz".
Meses más tarde, un periódico publicaba la noticia con este titular: "Un regalo de amor que no tiene precio. Hermana da su baby a hermana sin hijos".
La Palabra de Dios nos recuerda a todos nosotros que hace dos mil años Dios nos hizo un regalo de amor que no tiene precio. Dios, a través de una mujer llamada María, entregó a su hijo Jesús al mundo entero.
Un hijo que se sacrificó para hacerle feliz. Un hijo que hace posible la resurrección. Un hijo que vence a sus enemigos, incluida la muerte.
Un hijo "nacido de mujer" y del Espíritu para que tú nazcas cada día a lo nuevo. Un hijo en el que puede contemplar la sonrisa de su Padre y ver el rostro glorioso de Dios.
Y oír una voz del cielo que dice:
"Ahora se ha hecho presente la salvación y el poder y el reino de Dios y la autoridad de su ungido"
Regalo de Dios, sí, pero gracias a la fe de María que acogió la Palabra de Dios para entregarla al mundo hecha carne, hecha Jesús.
Regalo de Dios, sí, pero gracias a la humilde esclava del Señor:
Lo divino se hace presente en lo humano.
Lo eterno se hace tiempo.
La salvación destruye la maldición.
La luz ilumina la tiniebla.
La vida triunfa sobre la muerte.
“Mándame Ir a Tu Encuentro Sobre el Agua”
1. El Miedo: ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! Jesús no nos dice hoy esto a través de los grandes medios de comunicación, ni en los usos y costumbres de la sociedad en la que hoy vivimos. Pero sigue diciéndonoslo a través de muchísimos cristianos santos y comprometidos que, con su ejemplo y con su palabra, han sabido y saben hacer frente a las dificultades externas en las que les ha tocado y les toca vivir. Juan Pablo II, Teresa de Calcuta, Vicente Ferrer, son sólo unos nombres muy conocidos entre los miles de cristianos valientes que, en medio de dificultades tremendas, han sabido y saben mantener firme el testimonio de su fe.
2. La Oración: nadie nos va a quitar el miedo exterior, si antes no arrancamos cada uno de nosotros el miedo interior que paraliza nuestro corazón. Y esto sólo lo vamos a conseguir mediante la oración y la meditación serena y silenciosa, apartados del ruido exterior y de los vientos sociales que quieren hundir la siempre frágil barca de nuestra fe. Con humildad y con valentía pidamos todos los días a Dios, en el silencio de nuestro santuario interior, que nos salve. Comprobaremos que, en cuanto Jesús comience a dirigir él nuestra barca, amainará el viento.
3. La Barca: la barca de los discípulos se deja llevar sin rumbo por el viento. Así es nuestra vida muchas veces: caminamos sin rumbo, arrastrados por nuestras pasiones, sin un objetivo fijo, sin fuerzas para enderezar nuestra vida. Pero Jesús acude en su ayuda caminando sobre las aguas. Es un signo de su divinidad y los discípulos se asustaron, "se turbaron" como María cuando recibió el anuncio del ángel ante el misterio de Dios que se le había revelado. Pedro y los doce quedaron turbados ante la verdad de Jesús que se estaba manifestando. Jesús les da ánimo, su identidad, "soy yo", da confianza al hombre que se debate siempre en el temor, la angustia, la desesperación o el vacío.
4. El Encuentro: es dentro de nuestro santuario interior donde podemos darnos cuenta de su presencia. Ahora tenemos más tiempo para el descanso, para el encuentro con nosotros mismos. La Palabra de Dios de cada día o un buen libro de meditación nos pueden ayudan a descubrir el gran tesoro de Dios que todos llevamos dentro. Y no olvidemos que un lugar privilegiado para el encuentro con Dios es el hermano que sufre, que está solo, al que nadie quiere. ¡Descúbrelo!
REFLEXIÓN
La liturgia del Domingo 19º del Tiempo Ordinario desarrolla el asunto de la revelación de Dios. Nos habla de un Dios comprometido en andar de la mano con los hombres por los caminos de la historia.
La primera lectura invita a los creyentes a regresar a los orígenes de su fe y de su compromiso, a realizar una peregrinación al encuentro del Dios de la comunión y de la Alianza; y asegura que el creyente no encontrará a Dios en manifestaciones espectaculares, sino en la humildad, en la sencillez, en la interioridad.
La segunda lectura sugiere que ese Dios que apuesta por venir al encuentro de los hombres y por revelarles su rostro amoroso y bondadoso, tienen una propuesta de salvación que ofrecer a todos. Nos invita a estar atentos a las manifestaciones de Dios y a no desaprovechar las oportunidades de salvación que él nos ofrece.
El Evangelio nos presenta una reflexión sobre el caminar histórico de los discípulos, enviados a “la otra orilla” a proponer a los hombres el banquete del Reino. En ese “viaje”, la comunidad del Reino no va sola, a merced de las fuerzas de la muerte: en Jesús, el Dios del amor y de la comunión viene al encuentro de los discípulos, les da la mano, les da la fuerza para superar las adversidades, la desilusión, la hostilidad del mundo. Los discípulos son invitados a reconocerle, a acogerle y a aceptarle como “el Señor”.
También nosotros podemos pensar que la situación en la que se encontraba la primitiva Iglesia, cuando Mateo escribe su evangelio, no es muy distinta de la situación en la que se encuentra nuestra Iglesia de hoy. El mar en el que navega hoy nuestra iglesia es un mar hostil y los vientos que hoy soplan más fuertes en nuestra sociedad son vientos que intentan hundir la barca de nuestra fe.
En estas circunstancias es fácil entender que muchos cristianos se sientan tentados a pensar que Jesús es ya sólo un fantasma, un cuerpo sin vida que flota en el aire de nuestra débil creencia y que sirve ya más para asustar y amedrentar, que para consolar y dar ánimo. Por eso, debemos seguir leyendo el relato evangélico y escuchar con atención lo que Jesús dice a los discípulos.
PARA LA VIDA
Érase una vez un enfermo mental que insistía en que era Jesucristo. Ningún médico pudo convencerle de que se trataba de una ilusión, de que él era simplemente Félix Jiménez de Noviercas. Un día el médico le dijo que extendiera los brazos y lo midió y también lo midió de la cabeza a los pies. El médico salió y regresó con un martillo y unos clavos. El enfermo empezó a sentir gran curiosidad y nerviosismo. ¿Qué está haciendo?, le preguntó el enfermo. ¿Usted es Jesucristo, no es cierto? Sí, lo soy. Entonces, mientras el médico hacía una cruz, entonces usted debería saber lo que estoy haciendo.
Espere, espere, por favor, gritó el paciente, yo no soy Jesucristo. Yo soy Félix Jiménez de Noviercas. ¿Qué le pasa, doctor, está usted loco? ¿Hay aquí algún Félix Jiménez que cree ser Jesucristo?, que extienda las manos y lo mediremos. ¿Hay aquí alguien como Pedro que quiera caminar sobre las aguas del Duero? Todos, todos, estamos llamados a caminar al encuentro de Jesús.
Todos, por lo tanto, llamados a caminar sobre las aguas. Las aguas son el símbolo de las furias, la tormenta, las fuerzas del mal, la sed de venganza, la sed de la pasión que con sus rugidos apagan la voz de Jesús que nos dice: Ven. La llamada de Jesús es constante pero la tormenta en nuestra vida también es constante y por eso no oímos, no creemos, no caminamos con fe hacia Jesús que nos llama y vivimos como náufragos.
Estamos llamados a caminar hacia Jesús no a ser Jesucristo. Sí a dar la vida por Jesucristo y los hermanos. Para caminar hacia Jesús hay que saber dónde encontrarle. Hay que aprender a escucharle. El profeta Elías, defensor de Dios, se pasó toda la noche escuchando y comprobó que Dios no estaba en el viento, no estaba en el terremoto, no estaba en el fuego, y lo sintió presente y vivo en un levísimo susurro.
Una vida y una hora en la iglesia para escuchar a Dios y sentirlo presente y vivo en su vida y en la asamblea litúrgica; para sentirlo vivo y presente en las pequeñas cosas, en los acontecimientos cotidianos, en el silencio y en lo inesperado. A Dios no se le puede programar. Dios es sorpresa constante
Homilía 18° Domingo Tiempo Ordinario, La Transfiguración del Señor, San Mateo 17, 1 - 9,
Agosto 6 de 2023, Lecturas Dominicales
“Su Rostro Resplandecía Como el Sol”
1. La Transfiguración: el rostro transfigurado de Jesús “resplandece como el sol” y manifiesta en qué consiste su verdadera gloria. No proviene del diablo sino de Dios su Padre. Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías. No tienen el rostro resplandeciente, sino apagado. No se ponen a enseñar a los discípulos, sino que “conversan con Jesús”.
2. Escuchar: en la Iglesia tenemos miedo a escuchar a Jesús. Un miedo soterrado que nos está paralizando hasta impedirnos vivir hoy con paz, confianza y audacia tras los pasos de Jesús, nuestro único Señor. Probablemente es el miedo lo que más paraliza a los cristianos en el seguimiento fiel a Jesucristo. En la Iglesia actual hay pecado y debilidad pero hay, sobre todo, miedo a correr riesgos. Hay miedo para asumir las tensiones y conflictos que lleva consigo el buscar la fidelidad al Evangelio. Nos callamos cuando tendríamos que hablar.
3. El Miedo: hay miedo a anteponer la misericordia por encima de todo, olvidando que la Iglesia no ha recibido el “ministerio del juicio y la condena”, sino el “ministerio de la reconciliación”. Tenemos miedo a la innovación, pero no al inmovilismo que nos está alejando cada vez más de los hombres y mujeres de hoy. Se diría que lo único que hemos de hacer en estos tiempos de profundos cambios es conservar y repetir el pasado. ¿Qué hay detrás de este miedo? ¿Fidelidad a Jesús o miedo a poner en “odres nuevos” el “vino nuevo” del Evangelio? Tenemos miedo a unas celebraciones más vivas, creativas y expresivas de la fe de los creyentes de hoy, pero nos preocupa menos el aburrimiento generalizado de tantos cristianos buenos que no pueden sintonizar ni vibrar con lo que allí se está celebrando.
4. Seguir a Jesús: significa llegar a gozar con el, descubrirlo como lo que es, pero mientras tanto, no tengo que quedarme en la montaña, sino que tengo que bajar y seguir buscando qué quieren decir estas cosas, ¿qué es lo que significa para mí que ese Jesús en el que creo sea Dios? En definitiva tengo que analizar los tiempos para descubrir la voluntad de Dios para cada uno de nosotros. Es decir, como decimos siempre, tengo que descubrir qué es lo que tengo que hacer, para ser consecuente con mi fe, para ser consecuente con lo que creo.
REFLEXIÓN
Celebramos hoy la fiesta de la Transfiguración de Jesús. Jesús torna consigo a sus discípulos más íntimos y los lleva a una “montaña alta”. No es la montaña a la que le ha llevado el tentador para ofrecerle el poder y la gloria de “todos los reinos del mundo”. Es la montaña en la que sus más íntimos van a poder descubrir el camino que lleva a la gloria de la resurrección.
La primera lectura tomada del profeta Daniel, nos presenta la visión que éste tuvo de la gloria celestial, donde contempla a Dios en su trono en el momento del juicio final. Daniel tiene también la visión de alguien que viene sobre las nubes del cielo a presentarse ante aquel Anciano que representa a Dios Padre, y ese alguien es semejante a un hijo de hombre a quien se le da la soberanía, la gloria y el reino… cuyo poder es eterno y su reino jamás será destruido”. En esta visión, Daniel no dice que ese rey sea Dios, aunque dice que es ‘semejante’ a un hijo de hombre. Pero ¿quién podría tener un poder eterno y un reino indestructible sino sólo Dios? Sólo en Cristo se conocerá la revelación del Misterio Trinitario.
En la segunda lectura Pedro en la segunda lectura, narra su experiencia personal: “cuando les anunciamos la venida gloriosa y llena de poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos fundados en fábulas hechas con astucia, sino por haberlo visto con nuestros propios ojos en toda su grandeza” (2 Pe, 16). Cristo no es un mito ni es una leyenda, Cristo es una realidad viva, presente, pero tenemos que descubrir esa presencia.
En el Evangelio hemos escuchado lo que sucede con estos tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan, cuando Jesús los toma consigo y suben a un monte elevado para orar.
· Un primer elemento que descubrimos: es ser miembros de la comunidad de discípulos.
· Segundo elemento: Para intimar con Jesús necesitamos la Sagrada Escritura, simbólicamente expresada aquí en la presencia de Moisés, de Elías y de Jesús. Pero Jesús está al centro, con lo cual nos indica un criterio muy importante para la lectura y meditación de la Sagrada Escritura. Toda la Biblia debe ser leída siempre bajo el filtro de Jesucristo.
· Tercer elemento: “Este es mi hijo muy amado, en quien he puesto mis complacencias, escúchenlo” (Mt 17,5). Cristo al centro. Nos podemos escuchar unos a otros, pero si no ponemos a Cristo en el centro, nuestras conversaciones se vuelven superficiales, insignificantes, no nos dicen nada para nuestra vida. Son solamente circunstanciales de nuestros contextos, pero no entramos en la transfiguración del otro y no doy oportunidad de presentar mi transfiguración a los otros. “Escúchenlo, éste es mi Hijo amado.” (Mt 17,5). ¡Éste es el modelo, somos discípulos de él, él es el Maestro!
PARA LA VIDA - EL VIEJO ÁRBOL
Henri Nouwen dedicó su vida a la enseñanza y a los pobres en la Fundación El Arca. No escribió novelas, sí escribió muchos libros de espiritualidad que han alimentado a muchas personas. El Regreso del Hijo Pródigo, Puedes beber este cáliz, Semillas de Esperanza…son algunos títulos de su reflexión sobre el evangelio y el ser cristiano. En su libro Sobre la Soledad nos dice que: “en la soledad caemos en la cuenta de que nuestro valor no es lo mismo que nuestra utilidad” y narra la historia del viejo árbol. Un carpintero y su aprendiz paseaban un día por el bosque.
Contemplaron un roble alto, enorme, lleno de nudos, viejo y muy hermoso. El carpintero le preguntó a su aprendiz: ¿sabes por qué es este roble tan gigantesco y tan hermoso? No sé, le contestó. ¿Por qué? Porque no sirve para nada. Si hubiera sido útil hace mucho tiempo que habría sido cortado para hacer sillas y mesas, pero como no sirve para nada se ha hecho viejo para que te sientes a su sombra y descanses. Vivimos tan obsesionados por nuestra utilidad, por lo mucho que valemos, por la consideración social, que pensamos que sólo somos lo que hacemos. Y la pregunta obvia cuando saludamos a alguien es saber a qué se dedica esa persona, nos interesa lo que hace, lo que tiene…todo lo demás se nos antoja inesencial.
Transfigurarse o transformarse por fuera es un fenómeno que sucede todos los días. Las ciudades se transfiguran, se hacen más hermosas, se iluminan los monumentos, se crean muchas zonas verdes, se multiplican los centros de ocio, se limpian las fachadas…Luz y sonido como en el Tabor. Las personas también se transfiguran: maquillajes, cirugías estéticas, new look, fashion weeks, trajes de fiesta…Máscaras que ocultan el vacío interior. Transfiguraciones externas, siempre posibles, siempre deseadas. Todos queremos impresionar a los demás y ganarnos su aprobación. Jesús el día de su Transfiguración tenía un aspecto diferente y sorprendente. Jesús estaba de fiesta, la fiesta de la oración en la soledad de la montaña.
“Vende Todo lo que Tienes y Compra el Campo”
1. El Rey: debe tener «Corazón atento» este significa entonces una conciencia que sabe escuchar, que es sensible a la voz de la verdad y, por eso, es capaz de discernir el bien del mal. la petición está motivada por la responsabilidad de guiar una nación, Cada uno de nosotros tiene una conciencia para ser en cierto sentido «rey», es decir, para ejercitar la gran dignidad humana de actuar según la recta conciencia, obrando el bien y evitando el mal. La conciencia moral presupone la capacidad de escuchar la voz de la verdad, de ser dóciles a sus indicaciones. Las personas llamadas a tareas de gobierno tienen, naturalmente, una responsabilidad ulterior
2. El Reino: quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es eso que buscaba, que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y es verdaderamente así: quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús: ¡este es el gran tesoro! quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es eso que buscaba, que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y es verdaderamente así: quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús: ¡este es el gran tesoro!
3. El Tesoro: es Cristo ¿Cuánto lo buscamos? No hay alegría verdadera y que nos hace libres si no nos decidimos por Él; y es muy grande el valor autobiográfico de la parábola de Mateo: es la experiencia del evangelista después de haber encontrado a Jesús.
4. La Alegría: es la fuente de la fuerza necesaria para decidirse por el Reino y surge de seguir a Aquel que responde a todo el deseo de felicidad custodiado en el corazón. Quien se decide por Cristo lo sigue y siguiéndolo vive por Él, o sea, le pertenece totalmente.
REFLEXIÓN
La liturgia de este Domingo nos invita a reflexionar sobre nuestras prioridades, en los valores sobre los que fundamentamos nuestra existencia. Sugiere, especialmente, que el cristiano debe construir su vida sobre los valores propuestos por Jesús.
La primera lectura nos presenta el ejemplo de Salomón, rey de Israel. Es el prototipo de hombre “sabio”, que consigue percibir y elegir qué es lo importante y que no se deja seducir y alienar por valores efímeros. Servir desde el poder es fundamentalmente comprender y escuchar a las personas. Ya no puede ser válido ese dicho: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Nuestros gobernantes deben también pedirle sabiduría a Dios para tener una verdadera actitud de servicio y que el poder que tienen no sea para la realización de sus propios planes personales, sino para el bien de toda la comunidad, para la realización del bien común.
La segunda lectura nos invita a seguir el camino y la propuesta de Jesús. Ese es el valor más alto, que debe sobreponerse a todos los demás valores y propuestas.
Desde toda la eternidad, Dios pensó en cada uno de nosotros con amor. Tenemos que tomar conciencia de ese amor que Dios siente por nosotros. Dios viene continuamente a nuestro encuentro, nos señala el camino para que tengamos vida plena y verdadera y nos invita a formar parte de su familia.
En el Evangelio Jesús, recurriendo al lenguaje de las parábolas, recomienda a sus seguidores que hagan del Reino de Dios su prioridad fundamental. Todos los otros valores e intereses deben pasar a segundo plano, ante ese “tesoro” supremo que es el Reino. Jesús nos dice que es como encontrar un tesoro escondido o una perla de gran valor. Lo mismos que para los primeros cristianos el encuentro con Jesús fue el comienzo de algo maravillo en sus vidas porque encontraron el tesoro escondido por el que lo demás perdía valor, así también para nosotros Jesús tiene que ser ese tesoro que al encontrarlo cambie radicalmente nuestra vida. Porque cualquier cosa de este mundo pierde valor frente a Jesús.
PARA LA VIDA
Según una antigua leyenda, el rey Salomón tenía que tomar una decisión muy importante. Reunió a todas las criaturas existentes para que le aconsejaran. Salomón tenía en la mano una hermosa copa que estaba llena del agua de la vida para siempre. El que bebiera de esa agua no moriría, viviría siempre. Todas las criaturas estuvieron de acuerdo en que el rey debería beberla. Todas a coro dijeron: Bebe. Oh rey. Y vive siempre. Salomón preguntó si todas estaban presentes y le dijeron que la paloma no había llegado.
Cuando llegó la paloma, Salomón le preguntó su opinión y ésta le dijo: Señor, si mi compañero muere yo también debo morir. ¿De qué me serviría vivir siempre y ser inmortal si todos mueren y muere todo lo que yo amo? Escuchado el consejo de la paloma, Salomón derramó el agua de la vida sin fin y no la probó. Póngase usted en el lugar de Salomón ¿cómo respondería a la propuesta de Dios? “Pídame lo que quiera y yo se lo concederé”. ¿Ya se ha puesto a soñar? ¿Ya sabe lo que pediría? Yo pediría la luna, yo la tarjeta Visa Oro, yo una casita junto al mar, yo un gran amor, yo no tener que usar ninguna pastilla ni azul ni rosa…
No sabemos lo que pasó por la cabeza de Salomón en aquella visión cuando estaba en el templo de Gibeón ofreciendo su sacrificio a Dios. Sí sabemos, lo dice la Palabra, lo que pidió. “Da a tu siervo un corazón que sepa escuchar para juzgar a las personas y distinguir el bien del mal”. Salomón no cayó en la trampa de peticiones egoístas: salud, dinero y amor. Pidió un corazón que sepa escuchar, una mente atenta a la mente de Dios, saber tomar decisiones que agraden a Dios, sabiduría para distinguir lo bueno de lo malo.
Eligió vivir en armonía con la voluntad de Dios. Dios le concedió la sabiduría y un corazón atento y todo lo demás. Pidió lo que Dios puede y quiere dar a sus hijos. Para todas esas cosas que usted pediría está el trabajo, la ambición, la suerte, el robo, el engaño y los negocios sucios del mundo. La Palabra de Dios nos avisa hoy: “cuidado con sus deseos, cuidado con lo que piden”. Para pedir bien necesitamos un sistema de valores sano y cristiano y tener claras nuestras prioridades. Sólo desde la sabiduría de Dios nuestras prioridades serán justas. Salomón pidió bien porque pidió lo que Dios puede dar.
“Dejen Que Crezcan Juntos Hasta la Siega”
1. Dios Compasivo: todos necesitamos compasión. Ahora bien la compasión quiere hacer de nosotros personas distintas y nuevas, seres distintos de lo que somos. Y como por otra parte estamos dotados de libertad, alcanzar ese nuevo ser requiere de tiempo, lo mismo que una planta enferma que necesita nutrirse para dar sus frutos. Por eso la compasión toma el rostro de "tiempo." El Dios compasivo es siempre el Dios paciente, el Dios que da tiempo. Pero nuestro tiempo en esta tierra es limitado y por eso hay también un límite al tiempo de espera por nuestra conversión.
2. Dios Misericordioso: sólo Dios nos conoce por dentro y por fuera a cada uno de nosotros y puede juzgarnos imparcialmente. Y como Dios sabe que somos de barro, de naturaleza frágil y pecadora, nos juzga a todos misericordiosamente. Mira nuestro corazón, antes que a nuestras obras, y nos juzga como lo que realmente somos. Desde que nacemos tenemos la cizaña ya metida en el alma y, aunque en el bautismo se nos perdone la culpa y la pena de nuestra fragilidad original, la inclinación al pecado, la cizaña, nos va a acompañar mientras vivamos. ¿Qué hacer? Confiar en la misericordia de Dios y en su perdón. E intentar juzgar a los demás con amor y misericordia.
3. Dios de Perdón: esta certeza en un Dios que nos ama y nos perdona debe acrecentar nuestro amor a él y debe ahuyentar de nuestras almas el miedo y la desesperación. Por supuesto que el saber que Dios nos va a perdonar siempre no debe permitir que se introduzca en nuestras vidas la laxitud y la tibieza espiritual, sino todo lo contrario. Precisamente, porque sabemos que Dios nos ama y nos perdona, debemos nosotros amarle a él y no hacer nada que le desagrade. Ante Dios no debemos ser ni miedosos, ni escrupulosos, ni abandonados y espiritualmente tibios. Un buen hijo siempre quiere amar a sus padres buenos y hace todo lo que puede para no ofenderles. Saber que Dios es clemente y misericordioso, como nos dice el salmo, debe elevar nuestro corazón hacia él y decirle “Señor, mírame, ten compasión de mí”
REFLEXIÓN
La liturgia del Domingo 16º del Tiempo Ordinario nos invita a descubrir al Dios paciente y lleno de misericordia, a quien no le interesa la marginación del pecador, sino su integración en la comunidad del “Reino”; y nos invita, sobre todo, a interiorizar esa manera de actuar de Dios, dejando que sea ella la que ilumine nuestra mirada sobre el mundo y sobre los hombres.
La primera lectura nos habla de un Dios que, a pesar de su fuerza e omnipotencia, es indulgente y misericordioso para con los hombres, incluso cuando practican el mal. Actuando de esa manera, Dios invita a sus hijos a ser “humanos”, esto es, a tener un corazón tan misericordioso y tan indulgente como el corazón de Dios.
La segunda lectura subraya, de otra forma, la bondad y la misericordia de Dios. Afirma que el Espíritu Santo, don de Dios, viene en auxilio de nuestra fragilidad, guiándonos por el camino que nos lleva a la vida plena.
El Evangelio nos asegura la presencia irreversible en el mundo del “Reino de Dios”. Ese “Reino” no es un club exclusivo de “buenos” y de “santos”: en él todos los hombres, buenos y malos, encuentran la posibilidad de crecer, de madurar sus elecciones, de ser tocados por la gracia, hasta el momento final de la opción definitiva.
La parábola refleja la paciencia de Dios. Él es el sembrador de la buena semilla. Trabaja a plena luz del día y permanece cerca del campo, acompañado por sus empleados que se muestran responsables y preocupados por la sementera. Pero hay un enemigo que actúa en la oscuridad, siembra una mala semilla y desaparece. Los obreros tienen prisa por arrancar la cizaña, pero el dueño da muestra de su paciencia.
La explicación ulterior de Jesús es una alegoría.
Los protagonistas son el Hijo del hombre que siembra buen trigo y el diablo que siembra cizaña. El trigo son los ciudadanos del Reino de Dios y la cizaña representa a los partidarios del Maligno. En el texto dice que el trigo será recogido en los graneros, pero la cizaña será echada al fuego. Así sucederá con los malvados, nacidos de la semilla sembrada por el Maligno.
PARA LA VIDA
Cierto día, caminando por la playa reparé en un hombre que se agachaba a cada momento, recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar. Hacía lo mismo una y otra vez. Tan pronto como me aproximé me di cuenta de que lo que el hombre agarraba eran estrellas de mar que las olas depositaban en arena, y una a una las arrojaba de nuevo al mar. Intrigado, le interrogué sobre lo que estaba haciendo, a lo cual respondió: “Estoy lanzando estas estrellas de mar nuevamente al océano, como ves, la marea está baja y estas estrellas han quedado en la orilla.
Si no las arrojo al mar morirán aquí por falta de agua“. “Entiendo“, le dije, “pero hay miles de estrellas de mar sobre la playa. No puedes lanzarlas a todas. Son demasiadas. Y quizá no te des cuenta de que esto sucede probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa“. “¿No estás haciendo algo que no tiene sentido?“. El nativo sonrió, se inclinó y tomó una estrella, y mientras la lanzaba de vuelta al mar me respondió: “¡Para ésta, si lo tuvo!“
No podemos hacerlo todo, ni de grandes maneras, quizá no podamos cambiar todo en el mundo, pero cada pequeña buena acción que realizamos, cada vida que ayudamos a mejorar, cada persona que hacemos cada día feliz, cada estrella que salvamos de morir en la playa, van constituyendo un mosaico inmenso de amor que hace que nuestro mundo no sea totalmente lo que soñamos, pero sin duda que hacemos que sea un poquito mejor.
Existe la cizaña, es verdad, y mucha en nuestro mundo. Pero fijémonos mejor en el trigo que crece, que es mucho más. Hay más bien que mal, hay más personas buenas que malas. La cizaña será asfixiada por el mismo trigo, por el bien que hay en nosotros. Ya lo decía san Pablo: venced al mal, a fuerza de bien. Contra el mal, el bien; contra el odio, el perdón; contra el egoísmo, el amor; contra la guerra, la paz; contra la injusticia, la solidaridad; contra el individualismo, la fraternidad; contra la falta de sentido, la fe.
“El Sembrador Salió a Sembrar”
1. El Sembrador: es el Señor el labrador, quien cuida de la tierra, la riega, iguala los terrenos y la enriquece sin medida. Si Dios es el labrador, ¿entonces qué podemos hacer nosotros? Da la impresión de que lo único que podemos hacer es dejar que El actúe para que podamos dar fruto, unos ciento, otros sesenta y otros treinta por uno. No es ésta la auténtica interpretación de la parábola. El labrador es Dios, pero actúa por medio de nosotros. Él es el padre de la parábola, pero somos nosotros, sus hijos, los que tenemos que cavar el terreno. Él nos ha dado las manos para trabajar y quitar las piedras o las zarzas. Es el agente exterior, el maligno, el que pone las dificultades para que la tierra no dé fruto. Pero depende de nosotros el quitar las piedras o las zarzas. Los hijos de aquel labrador de la fábula cavaron y trabajaron duramente y, por eso, recibieron su tesoro. Son los pájaros, las zarzas y las piedras las que impiden el crecimiento de la semilla. Pero somos nosotros los que dejamos que los pájaros actúen cuando "oímos la palabra" y nos gusta, pero no la entendemos; somos nosotros los que no tenemos raíces y dejamos que a la primera dificultad se nos olviden los buenos propósitos; somos nosotros los inconstantes que nos dejamos llevar por lo fácil y sucumbimos a la tentación de lo mundano, dejando que las piedras impidan el crecimiento de la semilla.
2. La Semilla: la cementera tiene su tiempo, necesita que la tierra esté preparada, de unas condiciones muy precisas y concretas. En los actuales momentos de incredulidad, de cambios culturales, de conocimiento de nuevas formas de ver la vida, de nuevas formas de pensar, donde Dios cada vez cuenta menos, aunque nos parezca lo contrario, es un gran momento para sembrar, porque la gente lo necesita. La clave está no tanto en el trabajo que yo pueda hacer, sino en la semilla que siembro, hay que ofrecer una semilla de calidad, con denominación de origen. Hay por tanto que no deformar la semilla, no reducirla, simplemente ofrecerla fielmente, y hacerlo de un modo que lo entienda el hombre y la mujer de hoy. Es tan grande el campo que nos queda por sembrar, primeramente el nuestro, el de nuestro propio corazón, en el cual existen tantas parcelas a las que la Palabra de Dios todavía no he dejado que llegue. Y después los grandes campos de este mundo nuestro, a los que la Palabra de Dios siempre tiene algo que decir, el mundo de la marginación, del dolor, de los abusos, de la falta de respeto, de la violencia, donde la palabra de Jesús no ha aparecido ni por asomo. Y ahí tendría que hacerse presente la misericordia y el cariño personal de nuestro Dios.
REFLEXIÓN
La liturgia del Domingo 15º del tiempo Ordinario nos invita a tomar conciencia de la importancia de la Palabra de Dios y de la centralidad que ella debe asumir en la vida de los creyentes.
La primera lectura nos asegura que la Palabra de Dios es, verdaderamente, fecunda y creadora de vida. Nos da esperanza, nos indica los caminos que debemos recorrer y nos anima a que intervengamos en el mundo. Es siempre eficaz y produce siempre algún efecto, aunque no actúe siempre de acuerdo con nuestros intereses y criterios.
La segunda lectura presenta una temática (la solidaridad entre el hombre y el resto de la creación) que, a primera vista, no está relacionada con el tema de este Domingo, que es el de la Palabra de Dios. Podemos decir, sin embargo, que la Palabra de Dios es la que proporciona los criterios para que el hombre pueda vivir “según el Espíritu”, y para que pueda construir el “nuevo cielo y la nueva tierra” con los que sueña
El Evangelio nos propone, en primer lugar, una reflexión sobre la forma en que acogemos la Palabra y nos exhorta a ser “buena tierra”, dispuesta a escuchar las propuestas de Jesús, para acogerlas y para dejar que den fruto abundante en nuestra vida diaria. Nos asegura también, que el “Reino” propuesto por Jesús será una realidad imparable, en la que se manifestará en todo su esplendor y fecundad la vida de Dios.
PARA LA VIDA
Una mujer soñó que entraba a una tienda en el mercado y para su sorpresa encontró a Dios atendiéndole. - ¿Qué vende aquí? –preguntó. ¡Todo lo que desea tu corazón!, contestó Dios. Apenas creyendo lo que escuchaba, la señora decidió pedir lo mejor que podía desear un ser humano. Quiero una mente tranquila, amor, felicidad, sabiduría y ser libre del temor, dijo. Y luego agregó: No sólo para mí, sino para todas las personas del mundo. Dios sonrió, diciendo: Creo que no me has entendido, mujer, aquí no vendemos los frutos, aquí sólo vendemos las semillas.
Como cristianos también Jesús ha sembrado en nosotros el Evangelio, que es una llamada a revolucionar el mundo a través del amor y de la justicia y la paz. Desgraciadamente, son precisamente los cristianos los que a lo largo de la historia y ahora también, no dejamos que estas semillas del Evangelio den frutos de un mundo mejor. La parábola de este domingo y el cuento nos animan a poner todo nuestro empeño en hacer crecer la semilla del amor de Dios que se ha sembrado en nuestros corazones. Sólo desde un cambio personal de actitudes y valores, podemos esperar un mundo mejor. Los frutos no están dados de antemano, como pretendía la mujer del cuento de hoy, se nos dan las semillas, las potencialidades, los posibles valores.
“Soy Paciente y Humilde de Corazón”
1. La Humildad: en realidad, todos los grandes santos han sido gente sencilla. Lo fue el mismo Jesús: “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya”, “en tus manos encomiendo mi espíritu”; lo fue el patriarca Abraham, que se fio de Dios para salir de su tierra y caminar hacia una tierra que no conocía; lo fue san Pablo que, en medio de sus debilidades, encontró en Dios la fuerza necesaria para predicar el evangelio de Jesús; lo fueron san Agustín, y san Francisco, y santa Teresa de Calcuta, y tantos santos y gente buena y sencilla que, en medio de sus muchas luchas y debilidades interiores y exteriores, supieron fiarse de Dios. No es fácil fiarse de Dios en la vida ordinaria, y menos en la sociedad laica en la que nosotros vivimos ahora.
2. La Confianza: el buen cristiano debe fiarse de Dios siempre. Fiarse de Dios no es abandonarse y creer que Dios va a venir a solucionar mis problemas; fiarse de Dios es hacer todo lo que pueda de mi parte y dejar que, al final, sea Dios el que decida. El que se fía de Dios trabaja todo lo que puede para cumplir la voluntad de Dios, sin ahorrar esfuerzos y trabajos interiores y exteriores propios. Yo, por mi parte, hago todo lo que puedo, pero sabiendo que, por mí mismo, no puedo conseguir todo lo que quiero, por eso me fío de Dios y creo que Dios no me va a abandonar nunca y que, al final, me dará lo que más me conviene. Esto, aplicado a la propia salvación, parece evidente en la teología cristiana: sólo Dios puede salvarme. Porque, con palabras del salmo responsorial, “El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan”.
3. La Esperanza: la carga del amor. El amor es el peso menos pesado. Es peso, porque te fuerza, porque echa sobre ti los pesos de los otros, porque te compromete, te responsabiliza y, a veces, te tritura. Pero es el peso menos pesado, porque te regala una energía inmensa, porque es más fuerte que la muerte, porque te sientes feliz y gratificado. El que ama se transciende.
«Cargad con mi yugo, cargad con mi amor. Nada tan pesado como el amor, pero nada tan ligero como el amor, «Amor meus, pondus meum». El amor es el peso de nuestro corazón. Mi amor es mi peso, pero es también mi estímulo, mi alimento, mi gozo, mi fiesta, mi perfume y mi fuerza». Luz, voz, fragancia, alimento y deleite de mi hombre interior» (San AGUSTIN, Confesiones, X,6,8).
Esta es la única carga indispensable. Por eso Jesús, en la despedida de sus discípulos, les habla de guardar su palabra y de vivir en el amor. «El que me ama guardará mi palabra, y vendremos a él y haremos morada en él». Fijaos qué carga, infinita y llevadera a la vez: el que ama carga con Dios. Dios, nuestro único peso y la fuerza para sobrellevar todos los pesos. Dichoso el que va siempre con esta carga divina.
REFLEXIÓN
La liturgia de este Domingo nos enseña dónde encontrar a Dios. Nos asegura que Dios no se revela en la arrogancia, en el orgullo, en la prepotencia, sino en la sencillez, en la humildad, en la pobreza, en la pequeñez.
La primera lectura nos presenta a un enviado de Dios que viene al encuentro de los hombres en la pobreza, en la humildad, en la sencillez; y es de esa forma como se eliminan los instrumentos de la guerra y de la muerte y se instaura la paz definitiva.
En la segunda lectura, Pablo invita a los creyentes, comprometidos con Jesús desde el día del bautismo, a que vivan “según el Espíritu” y no “según la carne”. La vida “según la carne” es la vida de aquellos que se instalan en el egoísmo, orgullo y autosuficiencia; la vida “según el Espíritu” es la vida de aquellos que aceptan acoger las propuestas de Dios
En el Evangelio Jesús alaba al Padre porque la propuesta de salvación que realiza a los hombres (y que fue rechazada por los “sabios e inteligentes”) encontró acogida en el corazón de los “pequeños”. Los “grandes”, instalados en su orgullo y autosuficiencia no tienen tiempo ni disponibilidad para acoger los desafíos de Dios; pero los “pequeños”, en su pobreza y sencillez, están siempre disponibles para acoger la novedad liberadora de Dios.
El mensaje del Evangelio choca a menudo con muchos postulados y valores de nuestra sociedad. Seguir a Cristo es duro, es un “yugo” y una “carga” como nos dice Él mismo en la lectura de este domingo. Pero sabemos que no es imposible, contamos con su amor, su fuerza, su cercanía. Es un yugo “llevadero” y una carga “ligera”. No estamos solos. Cristo nos acompaña en esta travesía del desierto que es la vivencia de nuestra fe en esta sociedad que nos ha tocado vivir y que de alguna manera está sedienta de una sencillez, de una alegría, de un sentido a la vida que Cristo ofrece a los que quieren acercarse a Él.
PARA LA VIDA
En una tienda de antigüedades, había una pequeña caja olvidada en lo alto de una estantería. Hasta que un día, haciendo limpieza, la caja cayó al suelo. El dueño de la tienda no recordaba haberla visto nunca. Le quitaron toda la suciedad que tenía y pudieron ver que en la tapa estaba escrita esta frase: “La caja de los deseos”. La pusieron en el mostrador como curiosidad, para que los clientes que fueran a comprar algo, pidieran algún deseo. Entró un hombre a comprar una mesa antigua. Cuando iba a pagar, vio la caja, la abrió y pidió un deseo: -Quiero un coche nuevo estacionado delante de esta tienda. Pero como es natural, no se cumplió el deseo.
Otros clientes fueron entrando en la tienda y cada cual pedía un deseo: un collar de perlas, un reloj de oro, ser los más ricos del mundo, ser lo más jóvenes, o los más famosos. Y los deseos seguían sin cumplirse. Hasta que un día entró un mendigo pidiendo un vaso de agua. El dueño se lo dio amablemente. Cuando terminó de beber, el mendigo se quedó mirando la caja. Le dijo al dueño si podía pedir algún deseo antes de marcharse. Y éste contestó: -Claro que sí, buen hombre.
De todos los que han entrado aquí, tú eres el que más necesidad tienes. A ver si a ti te hace caso la caja. Entonces el mendigo la abrió y dijo: - Deseo un vaso de plata para el dueño de esta tienda. Cerró la caja y se marchó. El dueño quedó muy sorprendido por aquel deseo. No era corriente desear cosas para los demás.
Pero, en fin, era un lindo detalle de agradecimiento por el vaso de agua ofrecido. Sin embargo, cuando abrió la caja de los deseos, vio asombrado que en su interior se encontraba un vaso de plata como nunca había visto. El deseo se había cumplido. Aquel mendigo le había dado las gracias de esa manera. Y se sintió feliz al ver que la caja cumplía los deseos de aquellos que, en su pobreza, son capaces de compartir y pensar en los demás.
Los verdaderos héroes, y lo sabemos y le damos la razón a Jesús, son las personas anónimas que entregan su vida a diario, que saben compartir como el mendigo del cuento de hoy, que sonríen en las adversidades, que luchan y construyen un mundo mejor en multitud de gestos diarios a favor de los más necesitados.
“Adoremos a Dios, el único AMOR de los Amores”
1. Recibir al Profeta: “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado”. Es sorprendente esa identificación que comporta la actitud de recibir a los discípulos del Maestro. Con ellos llegan Jesús y su Padre celestial.
“El que recibe a un profeta… tendrá recompensa de profeta, y el que recibe a un justo tendrá recompensa de justo”. Jesús promete una recompensa inesperada a quien ofrece hospedaje al mensajero y escucha con atención su mensaje.
2. Dar de Beber al Profeta: “El que da a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a alguno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa” (Mt 10,42). Tres términos merecen nuestra reflexión.
• Un vaso de agua fresca. Dar un vaso de agua evoca una de las obras de misericordia por las que un día seremos juzgados. Con esta imagen, el Señor nos exhorta a prestar atención a los sedientos de agua, de consuelo, de cultura y de amistad.
• Un discípulo del Señor. Con frecuencia sentimos la tentación de aplicar este título a los que nos agradan. Necesitamos la luz del Espíritu para poder discernir la presencia del discípulo que el Señor nos envía para anunciarnos el evangelio de la vida.
• Una recompensa prometida. Hemos de reconocer que solemos esperar una recompensa terrena a inmediata por nuestras buenas acciones. Pero el Maestro es discreto. En realidad, la verdadera recompensa es precisamente la compañía del Señor.
3. Tomar la Cruz: es asumir la que cada uno lleva. No hace falta crearse otras cruces, basta con saber llevar la que uno tiene: la cruz de tu timidez, la cruz de tus dolencias, la cruz de tu fracaso, la cruz de tu cansancio, la cruz de tu ceguera, la cruz de tus defectos. ¿Cómo llevas tu cruz? No se trata de resignarse, se trata de llevarla con entereza y siendo solidario con el hermano. Una vez que hayas asumido tu cruz, estás en condiciones de ayudar a los demás a llevar la suya. La cruz
REFLEXIÓN
En las lecturas de este 13º Domingo del Tiempo Ordinario, se entrecruzan varios temas. En general, los tres textos que se nos proponen presentan una reflexión sobre algunos aspectos del discipulado. Fundamentalmente, se dice quién es el discípulo: es todo aquel que, por el bautismo, se identifica con Jesús, y hace de él su referencia y le sigue; y se define su misión: hacer presente en la historia y en el tiempo el proyecto de salvación que Dios tiene para los hombres.
En la primera lectura se muestra cómo todos pueden colaborar en la realización del proyecto salvador de Dios. De una forma directa (Eliseo) o de una forma indirecta (la mujer de Sunám), todos tienen un papel a desempeñar para que Dios se haga presente en el mundo e interpele a los hombres.
La segunda lectura recuerda que el cristiano es alguien que, por el Bautismo, se ha identificado con Jesús. A partir de ahí, el cristiano debe seguir a Jesús por el camino del amor y de la donación de la vida y renunciar definitivamente al pecado.
El Evangelio es una catequesis sobre el discipulado, con varios momentos. En un primer momento, define el camino del discípulo: el discípulo tiene que ser capaz de hacer de Jesús su opción fundamental y seguirle por el camino del amor y de la entrega de la vida. En un segundo momento, sugiere que toda la comunidad está llamada a dar testimonio de la Buena Nueva de Jesús. Por último, promete una recompensa para aquellos que acojan, con generosidad y amor, a los misioneros del “Reino”.
Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: «El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12, 49). Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.
PARA LA VIDA
Una lección de hospitalidad. Siento no saber tu apellido, pero tú tampoco sabes el mío. Estás en la misa de 12 todos los domingos. Te escribo para pedirte un favor. No conozco muy bien al sacerdote, pero me siento muy unida a ti. No sé como aprendiste mi nombre, pero cada domingo me sonríes y me llamas por mi nombre e intercambiamos unas palabras sobre el tiempo, mi sombrero y mi falta de puntualidad en alguna ocasión.
Quiero agradecerte el tiempo que me dedicas, tus sonrisas, tu amabilidad y tu cercanía. Ahora una petición. Harry, me estoy muriendo. Mi marido murió hace 16 años y mis hijos están lejos. Es muy importante para mí que cuando me lleven a la iglesia por última vez estés ahí, a la entrada. No me parecería bien que no me dijeras: Hola, Gret. Qué alegría verte. Si estás ahí, Harry, estoy segura de que tu cálida acogida será doblemente cálida en mi nueva casa en el cielo. Con amor y gratitud. Pert
La Palabra de Dios es un canto a la hospitalidad. La hospitalidad que recibe el profeta Eliseo. Y la bendición del profeta: "para esta fecha el próximo año acariciarás un hijo".
Jesús, que está aquí, dándonos hospitalidad en su casa nos dice a todos:
Dios es el amor total de su vida. Ámenlo.
Dios es la fuente de la vida. Beban.
Dios es la victoria sobre el pecado. Celébrenla.
Dios está presente en los hermanos. Acójanlo.
Poner a Dios en su sitio, en el primer lugar, puede ser un machete afilado pero que se puede convertir en instrumento de salvación.
Saberse amado por Dios da más fuerza y confianza que saberse fuerte e inteligente.
Jesús es la Palabra ¿y nosotros?
Nosotros somos las letras con las que Dios escribe el mensaje de su amor.
“No Tengáis Miedo a los Que Matan el Cuerpo”
1. Anunciar: ser profeta no es fácil. El profeta, como el verdadero cristiano es aquel que es capaz de decir con valentía verdades que duelen y que provocan críticas y conflictos y en algunas circunstancias, incluso, con peligro de su vida. Sabemos bien, que todo aquel que ha querido hacer el bien, siempre encuentra dificultades. Criticar al que quiere hacer bien las cosas es el deporte nacional. Es lo que toda la vida sabe muy bien hacer la gente. En la actualidad hacer las cosas bien no es aplaudido. Incluso, en ocasiones, es perseguido. Hoy, parece que lo que es más popular, lo que le gusta a mucha gente es ir contra el sistema, ir contra lo que está bien, e incluso ir contra Dios y sus valores.
2. El Pecado: originó la muerte, y desde entonces todo hombre, por el solo hecho de serlo, desde que nace está en pecado, condenado a morir. Es un misterio difícil de comprender, pero al mismo tiempo un fenómeno fácil de comprobar. El niño apenas entra en los primeros balbuceos, ya está dando muestras de las malas inclinaciones que lleva dentro. Apenas se aprenden las primeras palabras y ya es posible el engaño y la mentira. Y con el pecado, la muerte se va sembrando cada día más en nuestra vida. A más pecados en nuestra vida, más muerte y más dolor. Pero si el pecado es una vieja realidad, también lo es el perdón y la gracia de Dios y aunque aparezca más calladamente, tienen más fuerza y más valor que el pecado.
3. El Miedo: existen miedos muy diversos, miedos personales, miedos sociales. Los miedos personales: la caducidad de nuestra existencia corporal, el miedo a perder el prestigio, la seguridad, la comodidad o el bienestar, miedos al querer tomar decisiones. El miedo a no ser acogidos, el quedarse solos en la vida, sin amistad, sin amor y tener que enfrentarse a la dureza de la vida diaria sin la compañía cercana y amistosa de alguien. El miedo a la misma vida, para muchos el vivir resulta difícil, incierto, complejo; el mañana problemático, el futuro de los hijos, miedo a la enfermedad, a envejecer, a perder los ahorros. Miedo a la muerte. Tantos miedos. Jesucristo nos repetía hoy por tres veces, “¡no tengáis miedo!” porque nada malo puede sucedernos si ponemos en Dios nuestra confianza.
REFLEXIÓN
Las lecturas de este Domingo ponen de relieve la dificultad de vivir como discípulos, dando testimonio del plan de Dios en el mundo. Sugieren que la persecución está siempre en el horizonte del discípulo. Pero aseguran, también, que la solicitud y el amor de Dios no abandonan a aquel que da testimonio de la salvación.
La primera lectura nos presenta el ejemplo de un profeta del Antiguo Testamento, Jeremías. Es el paradigma del profeta sufriente, que experimenta persecución, soledad, abandono a causa de la Palabra; sin embargo, no deja de confiar en Dios y de anunciar, con coherencia y fidelidad, las propuestas de Dios para los hombres.
En la segunda lectura, Pablo demuestra a los cristianos de Roma cómo la fidelidad a los proyectos de Dios genera vida y cómo una vida de egoísmo y autosuficiencia produce muerte.
En el Evangelio, es el mismo Jesús quien, al enviar a los discípulos, les pone sobre aviso que inevitablemente sufrirán persecuciones e incomprensiones; pero les dice: “no temáis”. Jesús asegura a los suyos la presencia continua, la solicitud y el amor de Dios, a lo largo de todo su caminar por el mundo.
También nosotros vivimos tiempos difíciles. Y no es extraño que a menudo estas dificultades nos lleven a tener miedo de nosotros mismos: ¿sabemos lo que hemos de hacer? ¿tenemos fuerza para hacerlo? La tentación es encerrarnos en nosotros mismos, escudarnos en nuestra debilidad. "No tengáis miedo a los hombres", dice JC. Ni de nosotros ni de los demás. POR NINGUNA CAUSA: por más poder que tengan, por más dinero que tengan, por más influencia, por más violencia que utilicen... Todo ello no vence la fuerza de Dios. Una fuerza de Dios que no está en el poder, en el dinero, en la violencia SINO en el amor, en la justicia, en la bondad. Por eso es mas fuerte. El cristiano está llamado a esta lucha constante. No contra nadie, pero sí contra toda injusticia, contra todo mal.
PARA LA VIDA
Jenny era una hermosa niña de cinco años, de ojos relucientes. Un día, mientras ella con su mamá visitaban unas tiendas, Jenny vio un collar de perlas de plástico que costaba 8 euros. ¡Cuánto deseaba poseerlo!. Preguntó a su mamá si se lo compraría. Su mamá le dijo: “Hagamos un trato. Yo te compraré el collar y cuando lleguemos a casa haremos una lista de tareas que podrás realizar para pagar el collar. Y no te olvides que para tu cumpleaños, es muy posible que tu abuelita te regale 10 euros ¿Estás de acuerdo?”. Jenny estuvo de acuerdo y su mamá le compró el collar de perlas. Gracias a su esforzado tesón y a los 10 euros que le regaló su abuelita, Jenny canceló su deuda.
Jenny amaba sus perlas y las llevaba puestas a todas partes, menos cuando se bañaba, pues su mamá le había dicho que se volvía de color verde con el agua. Jenny tenía un papá que la quería mucho, Cuando Jenny iba a su cama, él se levantaba del sillón para leerle su cuento preferido. Una noche, cuando terminó el cuento, le dijo: “Jenny, ¿tú me quieres?” “Oh, sí papá, tú sabes que te quiero” “Entonces, regálame tus perlas”. “Oh, papá, mis perlas no”, dijo Jenny. Una semana después, el papá volvió a preguntarle: Jenny, ¿tú me quieres?”. “Oh, sí papá, tú sabes que te quiero”. “Regálame tus perlas”. “Oh, papá mis perlas no, pero te doy a Lazos mi caballo de juguete.
Es mi favorito, su pelo es tan suave y tú puedes jugar con él”. “No, hijita, que Dios te bendiga y felices sueños”, le dijo el papá dándole un beso en la mejilla. Algunos días después, cuando el papá de Jenny entró en su habitación, Jenny estaba sentada en su cama y le temblaban los labios: “Toma, papá”, y estiró su mano. La abrió y en su interior estaba su querido collar de perlas de plástico, el cual entregó a su padre. Con una mano, él tomó las perlas de plástico, y con la otra sacó de su bolsillo una cajita de terciopelo azul. Dentro de la cajita había un collar de perlas verdaderas. El papá las había tenido todo este tiempo esperando a que Jenny renunciara a la baratija de sus perlas para poder darle el collar de verdadero valor.
No todo es malo. Hay muchos signos, quizá más laicos y mundanos, donde se manifiesta escondida la presencia del Dios de Jesús. Quizá tengamos que pasar por un tiempo de purificación para centrar nuestra fe en lo esencial, y no en construcciones de piedra o madera, ni en instituciones que a veces velan y ocultan el rostro del verdadero Cristo, ni en ritos que han perdido al final su capacidad de conexión con la vida de la gente. Quizá Dios nos esté pidiendo darle ese collar de perlas de plástico de las que nos habla el cuento, para ver nuestra capacidad de desprendimiento de lo accesorio y falso, para darnos un cristianismo, una fe, una iglesia más auténticos, más verdaderos, más evangélicos.
“Llamó A Sus Doce Discípulos Y Los Envió”
1. El Reino: El Señor nos invita a acoger el Reino que ha inaugurado entre nosotros. Nos invita a seguir a Jesús, a ser sus verdaderos testigos entre nuestros hermanos, a ser entre ellos signos de la presencia de la salvación de Dios.
2. El Llamado: Dios nos ha llamados por nuestro nombre para participar en la obra de Cristo. Debemos permanecer fieles a esta llamada, profundizando en las exigencias de nuestra vocación cristiana, en la forma particular en que Dios nos ha llamado. Construir firmemente nuestra fe en aquel que nos eligió para ser mensajeros de su Buena Nueva en medio de vuestros hermanos y hermanas. Y vosotros, jóvenes, no tengáis miedo de responder generosamente al Señor y seguir su camino. Es él nuestra esperanza, nuestro verdadero gozo, es en él donde encontraremos la plena realización de nuestra vida.
3. El Plan de Dios: es un proyecto que el Señor quiere realizar respetando nuestra libertad, porque el amor, por su propia naturaleza, no se puede imponer. Por tanto, la Iglesia es, en Cristo, el espacio de acogida y de mediación del amor de Dios. Desde esta perspectiva se ve claramente cómo la santidad y el carácter misionero de la Iglesia constituyen dos caras de la misma medalla: sólo en cuanto santa, es decir, en cuanto llena del amor divino, la Iglesia puede cumplir su misión; y precisamente en función de esa tarea Dios la eligió y santificó como su propiedad personal.
4. Dios Elige: a doce Apóstoles no eran hombres perfectos, elegidos por su vida moral y religiosa irreprensible. Ciertamente, eran creyentes, llenos de entusiasmo y de celo, pero al mismo tiempo estaban marcados por sus límites humanos, a veces incluso graves. Así pues, Jesús no los llamó por ser ya santos, completos, perfectos, sino para que lo fueran, para que se transformaran a fin de transformar así la historia. Lo mismo sucede con nosotros y con todos los cristianos.
5. La Misión: está encomendada a toda la Iglesia. Todos los que la forman tienen un "rol" en la misión. Todos somos Iglesia. Lo queramos o no, la gente nos identifica como personas que pertenecen a la Iglesia, y así nos juzgan. Automáticamente ser seguidor de Cristo nos constituye en misioneros. Hay que hablar seriamente de la misión, procurando que esta palabra no quede sin resonancia.
REFLEXIÓN
En este Domingo, la Palabra que vamos a escuchar nos recuerda la presencia constante de Dios en el mundo y la voluntad que él tiene de ofrecer a los hombres, a cada paso, su vida y su salvación. Mientras, la intervención de Dios en la historia humana se concretiza a través de aquellos que él llama y envía, para ser signos vivos de su amor y testigos de su bondad.
La primera lectura nos presenta al Dios de la “alianza”, que elige a un Pueblo para establecer con él lazos de comunión y de familiaridad; a ese Pueblo, Yahvé le confía una misión sacerdotal: Israel debe ser el Pueblo reservado para el servicio de Yahvé, esto es, para ser un signo de Dios en medio de las naciones.
La segunda lectura sugiere que la comunidad de los discípulos es, fundamentalmente, una comunidad de personas a las que Dios ama. Su misión en el mundo es dar testimonio del amor de Dios por los hombres, un amor eterno, inquebrantable, gratuito y absolutamente único.
El Evangelio nos presenta el “discurso de la misión”. En él, Mateo muestra una catequesis sobre la elección, la llamada, y el envío de los “doce” discípulos (que representan a la totalidad del Pueblo de Dios) a anunciar el “Reino”. Esos “doce” serán los continuadores de la misión de Jesús y deberán llevar la propuesta de salvación y de liberación que Dios hace a los hombres por Jesús, a toda la tierra.
El único servicio conveniente a la verdad es siempre el servicio desinteresado. El que hace su negocio dice lo que le conviene, y su palabra no es de fiar. El que predica el Evangelio no puede exigir ninguna recompensa, aunque espera, ¡cómo no!, que se cumpla también para él la promesa que anuncia. El que predica ha de saber que su palabra si es palabra evangélica sólo puede suscitar el amor o el odio, dos respuestas igualmente gratuitas.
La misión es una lucha contra el maligno, contra todo lo que destruye la posibilidad de ser hombre verdadero: el egoísmo, la injusticia, la comodidad... Donde llega la palabra del discípulo, el mal no tiene más remedio que dar la cara y retroceder... Saldrá a la luz la mentira, la ambición, la hipocresía... Por ello deben contar con la oposición y con la resistencia. Oposición que tiene una razón muy profunda: Jesús no invita únicamente a cambiar de conducta en cosas sin importancia, sino a modificar sustancialmente la manera de pensar y de vivir; a convertirse.
PARA LA VIDA
Puccini es uno de los más grandes compositores de Opera. Compuso la Boheme, Madame Butterfly…Enfermo de cáncer, decidió dedicar sus últimos años a escribir su última Ópera: Turandot.Sus amigos y alumnos le decían: Estás enfermo, tómalo suave y cuídate. Él les decía, voy a trabajar todo lo que pueda hasta completar mi obra maestra, y si no la termino a ustedes les dejo el encargo de completarla.
Puccini murió sin completar su obra. Sus alumnos tenían dos opciones: a) llorar la muerte de su maestro y olvidar su obra y b) terminar la obra del maestro. Los alumnos optaron por ponerse a trabajar y completar la obra de su maestro. Y en 1926 bajo la dirección de Toscanini se estrenó la Ópera. Cuando llegó al final de la Ópera escrita por Puccini la orquesta dejó de tocar y el director dijo: “Aquí termina la obra del maestro”. Y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Luego levantó la cabeza, sonrió y dijo: “Y aquí comienza el trabajo de sus discípulos”. Jesús es nuestro maestro. Él comenzó a predicar la gran Ópera del amor de Dios. Jesús vino a demostrar que el amor no es un gran sentimiento sino una decisión, una elección que no necesita la respuesta de la persona amada. “Cristo murió por nosotros cuando éramos pecadores”. No esperó a nuestra conversión, a nuestra respuesta, a cambiarnos el corazón.
Empezó a amarnos desde siempre. Me decía un joven que se levantó a las cuatro de la mañana para contemplar la salida del sol con su novia y ésta lo rechazó. El sol salió pero estos jóvenes no se entendieron. El sol sale todos los días aunque no nos levantemos a ver la maravilla de ver nacer el día. El amor de Jesucristo es igual. Siempre está ahí haciendo nuevo el día pero nosotros somos novios despechados que no le hacemos caso porque las cosas no nos van bien, porque los hombres son malos, porque los curas son pecadores. Que estas cosas, hermanos, no nos oculten la realidad, la verdad del amor de Jesucristo. Desde siempre y para siempre Él está ahí esperándote.
Homilía Solemnidad de Corpus Christi, 11 de Junio
2023, San Juan 6, 51 -58 Lecturas Dominicales
“El Que Come Mi Carne y Bebe Mi Sangre Habita En Mí y Yo En Él”
1. Corpus Christi: con la mirada de la fe en alimento de vida y de salvación. Pero más allá de todo esto, sin duda que el sentido de este día tiene su marco en la Eucaristía, sacramento supremo de nuestra fe, Presencia Real de Cristo en nuestras vidas, Alimento de nuestro peregrinar por la vida, en medio de las complejidades de nuestro mundo actual.
2. El Pan Vivo: Jesús es el pan vivo porque es el enviado del Padre, que es quien posee la vida y se la ha conferido (v. 57). A la vida que procede de Dios se le denomina vida eterna. El que coma de este pan vivirá para siempre. Jesús posee la vida de Dios y la transmite a los humanos. El pan es el viático gracias al cual el cristiano entra en la vida trinitaria.
3. La Eucaristía: es el alimento del pueblo de Dios que peregrina en este mundo. Es el pan del cielo, la carne y sangre del Hijo que genera la vida más allá de la muerte. Precisamente este pan es también el viático con el que todo cristiano se equipa para realizar el paso de este mundo al Padre. El viático da al cristiano la garantía de que su muerte no será término, sino tránsito a la vida y exigencia de resurrección.
4. La Comunión: se entiende sólo como «mi comunión», asunto privado entre Jesús y mi alma, el cuerpo de Cristo que es la Iglesia se desintegra: cada uno come su propio pan, y éste ya no es el «pan que partimos». La comunión sólo es auténtica cuando no se privatiza y se apropia, cuando comulgar con Cristo significa también comulgar con los hermanos, más aún, con todos los hombres: recibimos un cuerpo que se entrega por nosotros y por todos los hombres. El que comulga se compromete con Cristo y con los que son de Cristo, como un solo hombre, en el sacrificio de Cristo, en la salvación del mundo.
REFLEXIÓN
La fiesta de hoy ha ido adquiriendo importancia desde que empezó a celebrarse en el siglo XIII. Subraya el aprecio que nos merece a los cristianos el que el Señor haya instituido este sacramento como alimento para nuestro camino. Cada año son distintas las lecturas de esta fiesta. Las de este año nos ayudan a comprender aspectos centrales de la Eucaristía.
En primer lugar la Eucaristía es una comida. No es indiferente el signo humano que Cristo y la Iglesia han elegido como base de este sacramento: aquí es comer pan y beber vino en común, con todo lo que humana y bíblicamente simbolizan. Como al pueblo de Israel, en el camino del desierto, Dios le alimentó con el maná (1ª lectura), también a nosotros, en el camino siempre difícil de la vida, Cristo nos da a comer su Cuerpo y su Sangre: es el verdadero “viático”, alimento para el camino, alimento que es fortaleza y alegría. La Eucaristía nos une con Cristo. Es la dimensión “vertical” de este sacramento, que nunca acabaremos de apreciar y agradecer.
El Evangelio de hoy nos introduce en este misterio de comunión. La Eucaristía nos da vida, nos hace permanecer en Cristo, nos hace vivir por él como él mismo está unido y vive por el Padre: una comparación que no nos hubiéramos atrevido a hacer nosotros. Es el sacramento en que con más realismo ha querido Cristo que participáramos en su misma vida. Como dice el salmo de hoy, “con ninguna nación obró así”, “nos sacia con flor de harina”.
Cristo Resucitado asume ese pan y ese vino y nos los ofrece, dándose a sí mismo a sus creyentes. Pero también hay una dirección “horizontal”: la Eucaristía nos une con nuestros hermanos. Participar en la misma mesa, después de haber escuchado la misma Palabra, nos debe hacer crecer en la actitud de fraternidad.
Este es el mensaje de la lectura de Pablo. Ante todo, dice que la Eucaristía nos une con Cristo (“el Pan que partimos es comunión con el Cuerpo de Cristo...el cáliz que bendecimos es comunión con la Sangre de Cristo”), y en seguida añade que todos somos (deberíamos ser) un solo pan y un solo cuerpo porque todos comemos el mismo Pan, la misma Eucaristía. Como se ha dicho siempre: la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia; la comunidad celebra la Eucaristía y la Eucaristía va construyendo cada vez más en profundidad a la comunidad eclesial.
PARA LA VIDA
Un campesino estaba haciendo un pozo en su campo. Cuando llevaba horas cavando, encontró un cofre enterrado. Lo sacó de allí y al abrirlo, vio lo que nunca había visto en su vida: un fabuloso tesoro, lleno de diamantes, monedas de oro y joyas bellísimas. Pasado el primer momento, el campesino se quedó mirando y al cofre y pensó que todo aquello era un regalo de Dios que él no merecía. Él era un simple campesino que vivía feliz trabajando la tierra.
Seguramente habría habido alguna equivocación, por lo que tomó el camino que conducía a la casa donde vivía Dios para devolvérselo. Mientras caminaba, encontró a una mujer llorando al borde del camino. Sus hijos no tenían nada para comer. El campesino tuvo compasión de ella y, pensando que a Dios no le importaría, abrió el cofre y le dio un puñado de diamantes y monedas de oro.
Más adelante vio un carro parado en el camino. El caballo que tiraba de él había muerto. El dueño estaba desesperado, porque su caballo era lo único que tenía para trabajar y vivir. El campesino abrió su cofre de nuevo y le dio lo suficiente para comprar un nuevo caballo. Al anochecer llegó a una aldea donde un incendio había arrasado todas las casas. Los habitantes de la aldea dormían en la calle.
El campesino pasó la noche con ellos y al día siguiente les dio lo suficiente para que reconstruyeran la aldea. Y así iba recorriendo el camino aquel campesino. Siempre se cruzaba con alguien que tenía algún problema. Fueron tantos que, cuando le faltaba poco para llegar a la casa de Dios, sólo le quedaba un diamante. Era lo único que le había quedado para devolverle a Dios.
Aunque poco le duró, porque cayó enfermo de unas fiebres, y una familia lo recogió para cuidarlo. En agradecimiento, les dio el diamante que le quedaba. Cuando llegó a la casa de Dios, éste salió a recibirle. Y antes de que el campesino pudiera explicarle todo lo ocurrido, Dios le dijo: Menos mal que has venido amigo. Fui a tu casa para decirte una cosa, pero no te encontré. Mira, en tu campo hay enterrado un tesoro. Por favor, encuéntralo y repártelo entre todos los que lo necesiten.
Homilía Solemnidad de La Santísima Trinidad, 4 de Junio
2023, San Juan 3, 16 -18 Lecturas Dominicales
“La Gracia de Jesucristo, el Amor de Dios y la Comunión del Espíritu Santo”
1. La Santísima Trinidad: es ni más ni menos la entrega total, plena y profunda de Dios. Descubrir al Padre al Hijo y al Espíritu Santo actuando en tu vida, es la mayor aventura espiritual que puede hacer un ser humano en todo el caminar de su existencia. Dejarse llenar por Dios es con mucho la mejor manera de seguirle. En esta tarea Jesús nos deja el encargo de bautizar y proclamar la Trinidad. El Padre es Dios por nosotros. El Hijo, Dios con nosotros. El Espíritu Santo es Dios en nosotros.
2. El Padre: en su maravillosa creación, en su divina Providencia, en el sol que brilla para buenos y malos, en su amor a todo lo creado y a nosotros todos.
3. El Hijo: Jesús es Dios en la historia, en la carne, en el sufrimiento. Jesús es Dios hecho imagen visible y palpable, lloró con lágrimas como las mías, amó con un corazón como el mío, trabajó con manos como las mías, y sufrió con un cuerpo como el mío. Jesús es más que el retrato de Dios, es la presencia de Dios entre los hombres.
4. El Espíritu Santo: es Dios guiándonos a la fe, limpiándonos del pecado, dándonos plenitud y salvación, el huésped del corazón. El Espíritu de Dios no sólo revela el sentido de la historia, sino que también da fuerza para colaborar en el proyecto divino que se realiza en ella.
5. La Fiesta: es el momento en el que reconocemos todo lo que sabemos que Dios no es. La fiesta de la Santísima Trinidad nos recuerda ante todo que al Hijo y al Espíritu los hemos recibido de Dios nuestro Padre. ¡Celebramos a Dios! Y celebramos que él se ha revelado a nosotros. Y celebramos su Nombre. En nuestra vida llevamos una huella de la Santísima Trinidad: en la memoria tenemos un deseo por Dios Padre, en la inteligencia el deseo por Dios Hijo que es Sabiduría y en la voluntad al Espíritu Santo que es Amor. Dios Padre nos ha dado a su Hijo y al Espíritu Santo, y una vida cristiana plena está siempre inserta en el misterio de la Trinidad.
REFLEXIÓN
La Fiesta que hoy celebramos no es una invitación a descifrar el misterio que se esconde detrás de “un Dios en tres personas”; sino que es una invitación a contemplar a Dios que es amor, que es familia, que es comunidad y que creó a los hombres para hacerles compartir ese misterio de amor.
En la primera lectura, el Dios de la comunión y de la alianza, empeñado en establecer lazos familiares con el hombre, se presenta: como clemente y compasivo, lento a la ira y rico en misericordia.
En la segunda lectura, Pablo expresa, a través de la fórmula litúrgica de “la gracia del Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros”, la realidad de un Dios que es comunión, que es familia y que pretende atraer a los hombres hacia esa dinámica de amor.
En el Evangelio, Juan nos invita a contemplar a un Dios cuyo amor por los hombres es tan grande, que llega hasta el punto de enviar al mundo a su Hijo único; es Jesús, el Hijo, que cumpliendo los planes del Padre, hace de su vida una donación total, hasta la muerte en cruz, a fin de ofrecernos a los hombres la vida definitiva. En esta fantástica historia de amor (que llega hasta la entrega de la vida del Hijo único y amado), se plasma la grandeza del corazón de Dios.
Todos nosotros hemos sido bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", en el nombre de la Trinidad. Adoramos entonces a Dios uno y Trino como consecuencia de nuestra fe bautismal. Cuántas veces nos hace notar la Sagrada Escritura, que Cristo pasó por el mundo bendiciéndolo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, comenzamos todas nuestras oraciones, comenzamos la Santa Misa y la celebración de todos los sacramentos y actos de la Iglesia.
Al persignarnos hacemos una señal de la cruz pequeña sobre la frente, la boca y en el pecho sobre el corazón, ¿qué están indicando? 1. La cruz sobre la frente se refiere al Padre que está sobre todo. 2. La cruz en la boca, indica al Hijo, la Palabra eterna del Padre, brotada desde el seno del Padre celestial desde toda eternidad; la cruz sobre el corazón simboliza al Espíritu Santo.
PARA LA VIDA
Estaba un sacerdote en un aeropuerto esperando a embarcar en el avión y el hombre sentado a su lado empezó a dar sus opiniones sobre la religión. Se jactaba de que no aceptaba nada que no pudiera entender. Padre, le dijo, ¿qué es esa confusión de tres dioses en un dios? No lo creo y nadie me lo ha podido explicar, por lo tanto nunca lo creeré. Señalando al sol que se filtraba por la ventana, el cura le preguntó: ¿Cree usted en el sol? Por supuesto, respondió el incrédulo.
Muy bien, continuó el sacerdote, los rayos que usted ve a través de la ventana vienen del sol que está a millones de kilómetros de aquí. El calor que sentimos procede también del sol y de sus rayos. Algo así pasa con la Trinidad. El sol es Dios Padre. El sol nos envía sus rayos, Dios Hijo. Del Padre y del Hijo procede el Espíritu Santo, el calor. ¿Puede explicar cómo ocurre eso? El incrédulo cambió el rumbo de la conversación.
La Trinidad nos enseña que es posible la diferencia (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y la comunión (Un solo Dios). Para qué tantas disquisiciones teológicas si es algo tan sencillo: que Dios es Amor, que el ser humano está llamado a vivir ese Amor y que la familia, la Iglesia y la sociedad, si quieren ser reflejo de esa Trinidad, debe vivir en el Amor.
Tremendo compromiso al que estamos llamados hoy los que nos llamamos cristianos: ser reflejos del Amor trinitario de Dios, trabajar por la dignidad de todo ser humano, ser impulsores y promotores de solidaridad y constructores de un mundo más justo y fraterno. Dejémonos de intentar comprender racionalmente a Dios. Dios es siempre más. Para comprender a Dios hay que sumergirse experiencialmente, no intentando abarcarlo a Él, sino dejándonos moldear y configurar por su Amor.
Durante siglos la Iglesia ya intentado explicar a Dios, muchas veces opacándolo con sus rígidas estructuras que en nada reflejaban la esencia del Dios Trinitario. Una Iglesia trinitaria debe ser ante todo una Iglesia comunitaria y de comunión, donde la Jerarquía no monopolice ni asfixie toda la riqueza que el Dios-Amor de Jesucristo suscita en todos los cristianos y más allá de ellos.
Solemnidad de Pentecostés 28 May 2023, Ciclo A
San Juan 20, 19 - 23 Lecturas Dominicales
“Como el Padre me ha Enviado, Así También Os Envío
Yo; Recibid el Espíritu Santo”
1. Llenarse del Espíritu Santo: aquellas personas, los discípulos, tuvieron una experiencia muy especial. Fue el amor de Dios que los llenó. Mucha, demasiada gracia cayó sobre ellos. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Romanos 5, 5) Ellos, sin excepción, se sintieron amados por Dios. Eso es llenarse
2. ¿Por qué las Lenguas:? Dios actúa donde quiere y con quien quiere. Hablaron en lenguas diversas y no había confusión. Ese hablar así crea unidad y entendimiento. Esto sucede para colocar la diferencia entre Babel y Pentecostés. La torre de Babel: todos hablan la misma lengua y nadie entiende. Pentecostés: Cada uno habla un alengua distinta y todos se entienden.
3. ¿Nosotros qué?: hoy en día más que hijos de Dios parecemos luchadores contra Dios. Nuestros afanes giran en torno a lo material: tener antes que ser. Así era la gente en Babel. Querían llegar al cielo para obtener poder. «Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, para no desperdigarnos por toda la faz de la tierra» (Génesis 11, 4) Vivimos animados por las cosas y no por el amor. Necesitamos fama, poder. Queremos exhibir Lo que nos interesa es la gloria personal. Aquí lo que manda es: ¿Cuánto hay para eso?
4. PENTECOSTES NOS ENSEÑA: que los apóstoles gritan a los cuatro vientos las grandezas del Señor. Su interés no es ellos, sino Dios. Ellos vuelven a colocar a Dios en el centro de sus vidas.
5. LA GRAN NOTICIA: la presencia del Espíritu santo fortaleza para animarnos. Espíritu Santo fuente de amor y piedad segura que nos lleva a puerto seguro. Espíritu Santo que es la palabra que se hace presencia y amor. Espíritu santo que es comunicación directa de Dios con nosotros. Espíritu Santo que nos hace ser solidarios en el compartir cotidiano. Espíritu Santo que nos da el respeto en la libertad de cada uno.
6. LA IGLESIA: gira sobre dos marcos a la vez: la eucaristía y el Espíritu Santo. La Eucaristía es su fuente, cumbre. Inicio y final. El Espíritu es el aliento, el alma, su respiración.
REFLEXIÓN
El tema de este Domingo es, el Espíritu Santo. Don de Dios a todos los creyentes, el Espíritu de la vida renovada, transformada, que construye la comunidad y hace nacer al Hombre Nuevo.
En la primera lectura, Lucas sugiere que el Espíritu es la ley nueva que orienta el caminar de los creyentes. Es él quien crea la nueva comunidad del Pueblo de Dios, que hace que los hombres sean capaces de superar sus diferencias y de reunir, en una misma comunidad de amor, a pueblos de todas las razas y culturas.
En la segunda lectura, Pablo anuncia que el Espíritu es la fuente de donde brota la vida de la comunidad cristiana. Es él el que concede los dones que enriquecen a la comunidad y quien construye la unidad de todos los miembros; por eso esos dones no pueden ser utilizados en beneficio propio, sino que deben ser puestos al servicio de todos.
El Evangelio nos presenta a la comunidad cristiana reunida alrededor de Jesús resucitado. Para Juan, esta comunidad pasa a ser una comunidad viva, recreada, nueva, a partir del don del Espíritu. Es el Espíritu el que permite a los creyentes superar el miedo y las limitaciones y dar testimonio en el mundo de ese amor que Jesús vivió hasta las últimas consecuencias.
Las comunidades construidas alrededor de Jesús, están animadas por el Espíritu. El Espíritu es ese soplo de vida que transforma el barro inerte en una imagen de Dios, que transforma el egoísmo en amor compartido, que transforma el orgullo en servicio sencillo y humilde. Él es el que nos hace vencer los miedos, superar las cobardías y fracasos, derrotar el escepticismo y la desilusión, reencontrar la orientación, recuperar la audacia profética, testimoniar el amor, soñar con un mundo nuevo. Es preciso tener conciencia de la presencia continua del Espíritu en nosotros y en nuestras comunidades y estar atentos a sus llamadas, a sus indicaciones, a sus propuestas.
PARA LA VIDA
Un feligrés le preguntó a su pastor: ¿Qué puedo hacer para llegar a Dios? Y el pastor, a su vez, le preguntó: ¿Puedes hacer algo para que salga el sol cada mañana? Indignado el feligrés le contestó: ¿A qué vienen, entonces, tantas prédicas y tanta insistencia en la oración? Para que estés despierto cuando sale el sol. Hoy, Fiesta de Pentecostés, Fiesta del Espíritu Santo, Fiesta del nacimiento de la Iglesia de Jesús, la comunidad del Pilar está invitada: no a llegar a Dios, sino a dejar que Dios llegue a nosotros.
no a manipular el Espíritu Santo sino a estar despiertos para recibirlo.
no a inventar nuevos métodos de oración sino a dejar que el Espíritu nos mueva y enseñe a vivir como Jesús.
no a ser las relaciones públicas del Espíritu Santo sino a ser personas que manifiestan el Espíritu.
En este mundo en que hay tantas iglesias como bares y todo tipo de predicadores, hay gente que pregunta: ¿quién me garantiza que estoy en la verdadera iglesia? La Palabra de Dios, de mil maneras, nos dice que el Espíritu Santo es el origen y el vínculo que une a Jesús con su Iglesia.
Cuando Jesús nace en Belén es por obra del Espíritu, y cuando la Iglesia nace en Jerusalén es por obra del Espíritu: "todos reunidos en un lugar y todos fueron llenos del Espíritu Santo".
Cuando Jesús inicia su ministerio es bajo el poder del Espíritu en su bautismo. Cuando Jesús recorre el país anunciando el Reino de Dios, es guiado por el Espíritu. Cuando los Apóstoles se abren a los gentiles, son guiados por el poder del Espíritu. La historia de la Iglesia desde hace dos mil años no es la historia de los hombres, sino la historia que el Espíritu Santo ha escrito a través de unos hombres que se dejaron guiar por el Espíritu.
La Iglesia de Jesús, la iglesia católica, fue, es y será edificada por el mejor arquitecto, el Espíritu Santo. Este arquitecto necesita muchos colaboradores y estos somos nosotros, pero tenemos que conocer los planos y obedecer al arquitecto. No podemos edificar a nuestro antojo, sería otra iglesia y así surgen tantas iglesias como modas de ropas.
Pentecostés es el día en que el Espíritu Santo, como arquitecto del Padre, pone la primera piedra de la iglesia; pone su fuego en los apóstoles para que actúen y salgan de su encierro; pone su color rojo para simbolizar la pasión que sienten por el Reino de Dios, por la obra de su Maestro Jesús, y pone una lengua común, la misericordia y el amor.
Solemnidad de La Ascensión 21 May 2023, Ciclo A
San Mateo 28, 16 - 20 Lecturas Dominicales
“Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”
1. La Ascensión: Jesús sale , asciende al cielo, es decir, vuelve al Padre, que lo había mandado al mundo. Hizo su trabajo, por lo tanto, vuelve al Padre. Pero no se trata de una separación, porque Él permanece para siempre con nosotros, de una forma nueva. Con su ascensión, el Señor resucitado atrae la mirada de los Apóstoles —y también nuestra mirada— a las alturas del cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre. Él mismo había dicho que se marcharía para prepararnos un lugar en el cielo. Sin embargo, Jesús permanece presente y activo en las vicisitudes de la historia humana con el poder y los dones de su Espíritu; está junto a cada uno de nosotros: aunque no lo veamos con los ojos, Él está. Nos acompaña, nos guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos.
2. La Misión: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos» ( Mt 28, 19). Es un mandato preciso, no es facultativo. La comunidad cristiana es una comunidad «en salida». Es más: la Iglesia nació «en salida». «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (v. 20). Solos, sin Jesús, no podemos hacer nada. En la obra apostólica no bastan nuestras fuerzas, nuestros recursos, nuestras estructuras, incluso siendo necesarias. Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu nuestro trabajo, incluso bien organizado, resulta ineficaz. Y así vamos a decir a la gente quién es Jesús.
3. La Iglesia: somos todos nosotros bautizados. Hoy somos invitados a comprender mejor que Dios nos ha dado la gran dignidad y la responsabilidad de anunciarlo al mundo, de hacerlo accesible a la humanidad. Esta es nuestra dignidad, este es el honor más grande para cada uno de nosotros, ¡de todos los bautizados! somos todos nosotros bautizados. Hoy somos invitados a comprender mejor que Dios nos ha dado la gran dignidad y la responsabilidad de anunciarlo al mundo, de hacerlo accesible a la humanidad. Esta es nuestra dignidad, este es el honor más grande para cada uno de nosotros, ¡de todos los bautizados! La Iglesia no está añadida o sobrepuesta a Cristo. Es una sola cosa con Él, es Cristo mismo viviendo en ella. Ahí está la grandeza y la belleza de la Iglesia: «Yo estaré con vosotros todos los días».
REFLEXIÓN
Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor. Jesús sube al cielo y encomienda la tarea de continuar su misión a los Apóstoles, a la Iglesia, a cada uno de nosotros, que somos sus discípulos.
La primera lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos ha contado el episodio de la Ascensión del Señor a los cielos. Jesús subió al cielo no como un astronauta. Jesús resucitó para vivir en el cielo después de haber vivido en la tierra. Nosotros tenemos que mirar al cielo y a la tierra. Tenemos que mirar al cielo, porque el cielo es nuestra felicidad. La felicidad sólo la encontramos en Dios.
En la segunda lectura el Apostol Pablo ruega para que los suyos alcancen el conocimiento: la experiencia de la fe y del amor, a fin de que comprendan la grandeza de su vocación. De ahí se comprende, o se ha de comprender, que, junto a su Señor glorificado, los creyentes hayan comenzado a vivir en una nueva creación, en un nuevo mundo, en una nueva vida. Esto deben saberlo y realizarlo. Por eso hace Pablo hincapié en el conocimiento de la esperanza que de ahí se desprende, de la riqueza de la herencia, etc.; conocimiento que deben alcanzar los creyentes con la fuerza de Jesucristo y por los que Pablo ora al Padre.
En el Evangelio nos dice: "Yo estoy con vosotros... hasta el fin del mundo". La resurrección no es un hecho histórico, no pertenece a la historia, sino que la trasciende. La resurrección de Jesús no ha pasado, no pertenece al pasado, sino que es perennemente presente y actual. Jesús vive, está vivo, está presente, está con nosotros. Se me ha dado todo poder significa que Dios ha dado la razón a Jesús frente a otras razones. El sentido del término poder no es el de mando, dominio o jurisdicción, sino el de razón y autoridad o, si se prefiere, el de única referencia autorizada.
Los discípulos se prosternan. Se hallan ante una manifestación divina. Jesús, que había rehusado todo tipo de poder, ha recibido todo el poder de Dios. Y, con este poder, confía una misión a los discípulos. Los envía a todos los pueblos, también al de Israel, para "hacer discípulos".
PARA LA VIDA
Una vez apareció sobre los muros y en el periódico de la ciudad un extraño anuncio fúnebre: “Con profundo dolor comunicamos la muerte de la parroquia de santa Eufrosia. Los funerales tendrán lugar el domingo a las 11 de la mañana”. Naturalmente que el domingo había en la iglesia de santa Eufrosia un gentío inmenso, como nunca se había visto. No había un sitio libre, ni siquiera de pie.
Ante el altar mayor se alzaba un catafalco con un ataúd de madera oscura. El párroco pronunció un sermón sencillo: - Creo que nuestra parroquia no puede ni reanimarse ni resucitar; pero, dado que casi todos estamos aquí, quiero probar una última tentativa. Para ello me gustaría que todos pasen ante el ataúd, a ver por última vez a la difunta. Desfilen, por favor, uno por uno en fila india. Una vez visto el cadáver, podéis salir por la puerta de la sacristía.
Después, el que lo desee, podrá entrar de nuevo por el portón, para la Misa. El párroco abrió el ataúd. Todos preguntaban curiosos: -¿Quién estará ahí dentro?¿Quién será el verdadero muerto? Comenzó el lento desfile. Uno tras otro iba asomándose al ataúd y miraba dentro, luego salía de la iglesia, Salían silenciosos y confundidos. Porque todos los que deseaban ver el cadáver de santa Eufrosia y miraban en el ataúd veían en un espejo colocado al fondo de la caja su propio rostro.
El problema no es Cristo, el problema es la Iglesia, somos cada uno de los cristianos. Ya lo dijo un cardenal en un Sínodo de Obispos: “los jóvenes hoy creen a Cristo, pero no creen a la Iglesia”. O sea, que lo que falla es el testimonio de los cristianos. Como nos dice el cuento de hoy, los males de nuestra Iglesia, parroquias, comunidades, son el reflejo de nuestros propios males personales como cristianos. Pero más que nunca, aunque parezca lo contrario, los cristianos son observados y sin duda que en el fondo mucha parte de la sociedad lamenta que los cristianos se cansen de vivir, profundizar y testimoniar su fe en medio del mundo.
San Lucas 14, 15 – 21
“Yo Rogaré al Padre, y Él les Dará Otro Paráclito”
1.El Espíritu de la Verdad: “Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”. Eso llena de alegría a las gentes. Pero con el rito de la imposición de las manos desciende sobre ellas el Espíritu Santo. Los creyentes estamos llamados a abrirnos a esta Presencia, viviendo una vida espiritual intensa, que nos permita sintonizar con el Espíritu de Dios. Tan sencillo como eso. Pero mientras “no tengamos tiempo” para rezar, mientras no le demos un lugar central en nuestra vida íntima con el Señor, mientras no meditemos en sus enseñanzas y nos esforcemos en obedecerle por amor, ¿cómo podremos “ver” y “conocer” al Espíritu, invisible al “mundo” que se halla sometido al pecado y sus concupiscencias? Si no rezamos y obedecemos al Señor, seremos hombres y mujeres “carnales”, incapaces de ver a Dios, de percibir su Presencia y acción en nuestras vidas, hombres y mujeres vendidos al poder del pecado (ver Rom 7,14).
2. La Fidelidad y la Verdad: “Jesús les promete una ayuda que ellos nunca hubieran podido imaginar. Al discípulo que vive esta obediencia que es fruto del amor y que lleva a una profunda comunión con Dios, el Señor Jesús le promete: «Yo le pediré al Padre que les dé otro defensor» (Jn 14,16). Ante la promesa del Señor de esta Presencia continua e invisible del Espíritu Santo en mi vida, surge inmediatamente una pregunta: ¿cómo es mi relación con Él? ¿Me abro a su Presencia en mis diarias actividades, decisiones, esfuerzos por vivir una vida santa? ¿O tengo olvidado al Espíritu y descuidada mi relación con Él porque no lo veo ni lo percibo?
3. El Amor del Amado: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama”. Sabemos que, en las relaciones humanas, el amor no es solo un sentimiento. Es un compromiso. La clave para saber si amamos al Señor es la aceptación de sus mandamientos. «Y si el amor de Dios se extendió en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Rom 5,5), que se nos dio, ¿cómo podremos amar y guardar los mandamientos de Cristo y hacernos dignos de recibirlo? ¿Es que acaso hay en nosotros un amor precedente con el cual amamos a Cristo, y por su amor y la guarda de sus mandamientos nos hacemos acreedores a recibir el Espíritu Santo, y después se llenan nuestros corazones del amor del Padre? Reprobable es esta creencia, porque el que cree que ama al Hijo sin amar al Padre, ciertamente no ama al Hijo, sino que ama una ficción de su imaginación.
REFLEXIÓN
La liturgia del 6º Domingo de Pascua nos invita a descubrir la presencia, discreta, pero eficaz y tranquilizadora, de Dios en el caminar histórico de la Iglesia. La promesa de Jesús, “no os dejaré huérfanos”, puede ser una buena síntesis del tema.
La primera lectura muestra cómo la comunidad cristiana ha de dar testimonio de la Buena Noticia de Jesús y debe ser una presencia liberadora y salvadora para los hombres. Avisa, por otro lado, de que el Espíritu sólo se manifestará y sólo actuará cuando la comunidad acepte vivir su fe integrada en una familia universal de hermanos, reunidos alrededor del Padre y de Jesús.
La segunda lectura exhorta a los creyentes, enfrentados con la hostilidad del mundo, a que tengan confianza, a que den un testimonio sereno de su fe, a que muestren su amor a todos los hombres, así como a los perseguidores. Cristo, que hace de su vida una donación de amor a todos, es el modelo para los cristianos.
El Evangelio nos presenta parte del “testamento” de Jesús, en la cena de despedida, el jueves santo. A los discípulos, inquietos y asustados, Jesús les promete el “Paráclito”: conducirá a la comunidad cristiana hacia la verdad; la llevará a una comunión cada vez más íntima con Jesús y con el Padre. De esa forma, la comunidad será la “morada de Dios” en el mundo y dará testimonio de la salvación que Dios quiere ofrecer a los hombres. Muchas veces se nos hace pesada la oración y por eso, la dejamos con mucha facilidad. Sin embargo, en el fondo no se trata de que estemos cansados o de que la oración sea algo aburrido. Se trata de que no amamos a Dios hasta el punto de sentir necesidad de estar con Él, de abrirle nuestro corazón y de escuchar su voz. Debemos amar a Dios tanto que sin Él no podemos vivir. Debemos desear a Dios como necesitamos el aire para respirar.
PARA LA VIDA
En un pueblo lejano, el rey convocó a todos los jóvenes a una audiencia privada con él, en dónde les daría un importante mensaje. Muchos jóvenes asistieron y el rey les dijo: "Os voy a dar una semilla diferente a cada uno de vosotros, al cabo de 6 meses deberán traerme en una maceta la planta que haya crecido, y el que tenga la planta más bella ganará la mano de mi hija, y por ende el reino".
Así se hizo, pero un joven plantó su semilla y ésta no germinaba; mientras tanto, todos los demás jóvenes del reino no paraban de hablar y mostrar las hermosas plantas y flores que habían sembrado en sus macetas. Llegaron los seis meses y todos los jóvenes desfilaban hacia el castillo con hermosísimas y exóticas plantas. El joven estaba demasiado triste pues su semilla nunca germinó, ni siquiera quería ir al palacio, pero razonó que debía ir, pues era un participante y debía estar allí.
Con la cabeza baja y muy avergonzado, se condujo hacia el palacio, con su maceta vacía. Todos los jóvenes hablaban de sus plantas, y al ver a nuestro amigo soltaron en risa y burla; en ese momento el alboroto fue interrumpido por el ingreso del rey, todos hicieron su respectiva reverencia mientras el rey se paseaba entre todas las macetas admirando las plantas.
Finalizada la inspección hizo llamar a su hija, y llamó de entre todos al joven que llevó su maceta vacía; atónitos, todos esperaban la explicación de aquella acción. El rey dijo entonces: "Este es el nuevo heredero del trono y se casará con mi hija, pues a todos se les dio una semilla infértil, y todos trataron de engañarme plantando otras plantas; pero este joven tuvo el valor de presentarse y mostrar su maceta vacía, siendo sincero, real y valiente, cualidades que un futuro rey debe tener y que mi hija merece".
Es el gran secreto que nos revela Jesús a través de su Espíritu Santo, la gran semilla, como nos dice el cuento de hoy, que debemos cultivar, la gran verdad que debemos proclamar y vivir. Qué noticia más profética y revolucionaria en este mundo nuestro cada vez más tecnificado, pero también cada vez más frío e inhumano.
Dios hoy nos dice que no nos olvidemos del AMOR, que nada hay que pueda darnos la verdadera felicidad más que el AMOR. Trabajo como educador entre adolescentes y jóvenes. Trabajo duro hoy en día, porque familias y jóvenes viven inmersos en un mundo de consumo y materialismo que les impide muchas veces darse cuenta de otras cosas más profundas y espirituales.
“Yo Soy el Camino y la Verdad y la Vida”
1. Raza Elegida: no somos una comunidad reunida al azar, por casualidad, ni por una lotería de nombres. La existencia cristiana tiene como principio la elección de Dios. La Iglesia es la comunidad de los llamados a vivir y formar la comunidad, los llamados por Dios. la unidad de la Iglesia es «apostólica», es decir, una unidad visible fundada sobre los Apóstoles, que Cristo eligió y constituyó como testigos de su resurrección, y nacida de lo que la Escritura denomina «la obediencia de la fe» (Rm 1,5; Hch 6,7).
2. Pueblo Sacerdotal: todas piedras vivas para formar la casa espiritual en la que ofrecemos a Dios por Jesucristo un sacrificio espiritual. Pero no podemos olvidarnos que cada cristiano es una piedra viva de la Iglesia que debe trabajar para construir una auténtica sociedad basada en los principios del evangelio.
3. Nación Santa: consagrados a Dios, a pesar de nuestros pecados, somos de Dios y llamados a vivir santamente. Nunca estamos solos. Jesús está con nosotros. Ser cristiano es, antes que nada, creer en Cristo. Tener la suerte de habernos encontrado con Él. Por eso no dice hoy el Señor: “No se turbe vuestro corazón”. Cristo está con nosotros. Yo soy el Camino dice el Señor. No sólo nos enseña el camino, sino que Él mismo “es el camino” porque ha resucitado. Jesús es el camino porque es en quien tenemos que creer. Y creer en Jesús es confiar en Él, aceptar su palabra, seguir sus pasos.
4. Pueblo de Dios: comprados con la sangre de Cristo, somos su posesión. Jesucristo es la verdad del hombre, que está hecho a su imagen. Jesucristo es el hombre ideal que todos debemos imitar. Cuanto más nos acercamos a Cristo más nos humanizamos; cuanto más nos alejamos de Cristo más nos deshumanizamos. Cristo, el hombre perfecto, el hombre verdadero. Él es la Verdad. Cristo es la vida. ¡Cuánta gente está en un sin-vivir! Vegetando, sin ilusión ni esperanza. Yo soy la vida, dice el Señor. Vino a nosotros para rescatarnos de la muerte, para que tuviéramos vida y en abundancia. Pero no es que nos da vida, como el médico nos da una receta. Él es a la vez médico y medicina. Él es la Vida; el encuentro con Él nos hace vivir esta vida con sentido y nos abre a la vida en plenitud.
REFLEXIÓN
La liturgia de este Domingo nos invita a reflexionar sobre la Iglesia, la comunidad que nace de Jesús y cuyos miembros siguen su “camino”, dando testimonio del proyecto de Dios en el mundo, desde la entrega a Dios y el amor a los hombres.
La primera lectura nos presenta algunos trazos que caracterizan la “familia de Dios” La Iglesia”: es una comunidad santa, aunque formada por hombres pecadores; es una comunidad estructurada jerárquicamente, pero donde el servicio de la autoridad es ejercido en el diálogo con los hermanos; es una comunidad de servidores, que reciben los dones de Dios y que ponen esos dones al servicio de los hermanos; y es una comunidad animada por el Espíritu, que vive del Espíritu y que recibe del Espíritu la fuerza para ser testigo de Jesús en la historia.
La segunda lectura también se refiere a la Iglesia: la llama “templo espiritual”, del que Cristo es la “piedra angular” y los cristianos “piedras vivas”. Esa Iglesia está formada por un “pueblo sacerdotal”, cuya misión es ofrecer a Dios el verdadero culto: una vida vivida en la obediencia a los planes del Padre y en el amor incondicional a los hermanos.
El Evangelio define a la Iglesia: es la comunidad de los discípulos que siguen el “camino” de Jesús, “camino” de obediencia al Padre y de la donación de la vida a los hermanos. Los que acogen esta propuesta y aceptan vivir en esta dinámica se transforman en Hombres Nuevos, que poseen la vida plena y que se integran en la familia de Dios, la familia del Padre, del Hijo y del Espíritu.
El camino por el cual Cristo nos conduce al Padre pasa a través de todo lo que El mismo hace y dice. Es decir, pasa por el evangelio, que es su palabra viva y siempre actual. Pasa principalmente a través de todo lo que Cristo es: nuestra Pascua, nuestro «paso» de la Cruz a la Resurrección, nuestro paso a la Verdad y a la Vida, que es el mismo Dios.
PARA LA VIDA
Una vez visitó un cristiano a un maestro Zen y le dijo: “Permíteme que te lea algunas frases del Sermon de la Montaña”. “Las escucharé con sumo gusto”, replicó el maestro. El cristiano leyó unas cuantas frases y se le quedó mirando. El maestro sonrió y dijo: “Quienquiera que fuese el que dijo esas palabras, ciertamente fue un hombre iluminado” Esto agradó al cristiano, que siguió leyendo. El maestro le interrumpió y le dijo: “Al hombre que pronunció esas palabras podría realmente llamársele Salvador de la humanidad”. El cristiano estaba entusiasmado y siguió leyendo hasta el final. Entonces dijo el maestro: “Ese sermón fue pronunciado por un hombre que irradiaba divinidad”.
La alegría del cristiano no tenía límites. Se marchó decidido a regresar otra vez y convencer al maestro Zen de que debería hacerse cristiano. De regreso a casa, se encontró con Cristo, que estaba sentado junto al camino. “Señor”, le dijo entusiasmado, “he conseguido que aquel hombre confiese que tú eres el divino”. Jesús de sonrió y dijo: “¿Y qué has conseguido sino hacer que se hinche tu “ego” cristiano?”.
No nos vaya a pasar como al cristiano del cuento de hoy, cuya soberbia y superioridad mereció el reproche cariñoso de Cristo. No se trata de perder nuestra identidad ni de renunciar a expresar nuestra convicción de que en Cristo el Rostro de Dios se humanizó más que en ninguna otra religión y que el mandamiento del amor, sobre todo a los enemigos, no tiene parangón en la historia religiosa de la humanidad.
Pero que, para los cristianos, Cristo sea el Camino, la Verdad y la Vida, no implica que no se reconozcan otros caminos para ir a Dios y para ser felices. Lo que tenemos que hacer es mostrar la belleza de la vida cristiana, en coherencia con nuestras convicciones y nuestras celebraciones. Y también denunciando caminos, verdades y vidas que no conducen precisamente a hacer seres humanos más felices, sino todo lo contrario.
La historia está llena de ejemplos. Es hora, no del alarde y del fanatismo, es hora del testimonio claro, sencillo, directo de nuestra fe en Jesucristo. Es hora de mostrar con nuestras vidas que Cristo es la felicidad que nos llena. Nos lo recuerda siempre el Papa Francisco.
Homilía 4° Domingo Pascua, 30 Abril 2023 Ciclo A "Jesús El Buen Pastor" Juan 10, 1 - 10 Lecturas Dominicales
“Yo Soy La Puerta de las Ovejas”
1. El Buen Pastor: «Yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y las mías me conocen» (Jn 10, 14). el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas, lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños» (Jn 10, 1-5).
2. La Puerta: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; ¡Cristo es la puerta de las ovejas! ¡Que todos los esfuerzos de la Iglesia... que todas las oraciones de esta asamblea eucarística de hoy vuelvan a confirmar esta verdad!
3. Los Pastos: que significan el seguro alimento espiritual que nos proporciona el Señor. Ante todo la escucha de su Palabra, de la que nace y se alimenta la fe. Sólo quien está atento a la voz del Señor es capaz de evaluar en su propia conciencia las decisiones correctas para obrar según Dios. De la escucha deriva, luego, el seguir a Jesús: se actúa como discípulos después de haber escuchado y acogido interiormente las enseñanzas del Maestro, para vivirlas cada día.
4. El Agua: que apaga nuestra sed ardiente. También en este tiempo, en el que la voz del Señor corre el riesgo de verse ahogada por muchas otras voces, cada comunidad eclesial está llamada a promover y cuidar las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. En efecto, los hombres siempre tienen necesidad de Dios, también en nuestro mundo tecnológico, y siempre habrá necesidad de pastores que anuncien su Palabra y que ayuden a encontrar al Señor en los sacramentos.
5. El Camino: que hace ver cómo nuestra vida está moviéndose hacia una meta. Hoy somos invitados a no dejarnos desviar por las falsas sabidurías de este mundo, sino a seguir a Jesús, el Resucitado, como única guía segura que da sentido a nuestra vida. Aquel que conoce a todos por su nombre, o sea, en la más profunda intimidad y el único del cual podemos escuchar su voz, el sonido tan familiar que nos hace vibrar el corazón. Él, habiendo clavado nuestros pecados en el madero de la Cruz (cfr. 1 Pe 2,24), tiene un solo deseo: «conducirnos a las aguas tranquilas», «dar reposo al alma», «llevarnos a vivir con Él» (cfr. Sal 23,2-6)
REFLEXIÓN
El 4º Domingo de Pascua es considerado el “Domingo del Buen Pastor”, pues todos los años la liturgia propone en este Domingo un texto del capítulo 10 del Evangelio según San Juan, en el cual Jesús es presentado como el “Buen Pastor”. Este es, por tanto, el tema central que la Palabra de Dios nos propone hoy para nuestra reflexión.
La primera lectura presenta el camino que Cristo, “el Pastor”, nos ofrece para caminar con sentido en nuestra vida. Es preciso convertirse (dejar los esquemas de la esclavitud), ser bautizado (adherirse a Jesús y seguirlo) y recibir el Espíritu Santo (acoger en el corazón la vida de Dios y dejarse recrear, vivificar y transformar por ella). Primera Lectura Dios lo ha constituido Señor y Mesías.
La segunda lectura nos presenta también a Cristo como “el Pastor” que guarda y conduce a sus ovejas. El catequista que escribe este texto insiste, sobre todo, en que los creyentes deben seguir a ese “Pastor”. En el contexto concreto en el que la lectura nos sitúa, seguir “al Pastor” es responder a la injusticia con amor, al mal con bien.
El Evangelio presenta a Cristo como “el Pastor”, cuya misión es liberar al rebaño de Dios del dominio de la esclavitud y llevarlo al encuentro de los pastos verdes donde hay vida en plenitud (al contrario de los falsos pastores, cuyo objetivo es solamente aprovecharse del rebaño en beneficio propio). Jesús va a cumplir con amor esa misión, en el respeto absoluto por la identidad, individualidad y libertad de las ovejas.
Ojalá que Jesús el Buen Pastor nos ayude a todos los que de una manera o de otra tenemos la misión de ser pastores en la comunidad. Ojalá que desempeñemos con fidelidad la misión que se nos ha encomendado. Y ojalá también que todos los que somos ovejas, sepamos escuchar la voz de los buenos pastores, para que podamos seguir el camino que nos lleva al encuentro de Cristo que es el Pastor de los Pastores y el modelo que todos nosotros debemos imitar.
PARA LA VIDA
Al final de la cena, en un castillo inglés, un famoso actor de teatro, entretenía a los huéspedes recitando textos de Shakespeare. Luego se ofreció a que le hicieran peticiones. Un sacerdote muy tímido preguntó al actor si conocía el salmo 22. El actor respondió: - Sí, lo conozco. Y estoy dispuesto a recitarlo sólo con una condición: que después también lo recite usted. - El sacerdote se sintió un poco incómodo, pero accedió a la propuesta. El actor hizo una bellísima interpretación, con una dicción perfecta de “El Señor es mi Pastor, nada me falta…”. Los huéspedes aplaudieron vivamente y con entusiasmo. Realmente era un excelente actor.
Luego llegó el turno del sacerdote, que se levantó y recitó las mismas palabras del salmo 22. Esta vez, cuando terminó, no hubo aplausos, sólo un profundo silencio y lágrimas en bastantes rostros. El actor se mantuvo en silencio algunos instantes. Luego se levantó y dijo: - Señoras y señores, espero que se hayan dado cuenta de lo que ha ocurrido esta noche. Yo conocía el Salmo, pero este hombre conoce al Pastor.
Cuántos pastores y líderes políticos que se suben al carro del poder y se olvidan de sus ovejas, de su pueblo, y se aprovechan de ellos. Su servicio ya no es servicio de unidad y servicio de bien común, sino servicio particular, servicio de partido, de intereses políticos y económicos. Cuánto falso líder mediático, cuánto modelo de plástico, cuánta imagen sin ningún fondo, cuánto predicador del consumo, cuánto manipulador de conciencias y de conductas, cuánto interés de poder y de dinero.
Los líderes que convencen son los que hacen lo que dicen, los que se creen lo que predican y lo testimonian con su ejemplo, como nos recuerda el cuento de hoy. Hermosa tarea para la familia y la educación. Y gran responsabilidad para todos el suscitar en los jóvenes ideales de belleza, de bondad, de amor, de generosidad, vocaciones sacerdotales, religiosas, de laicos comprometidos, personas que hacen de sus vidas un testimonio de que Cristo Resucitado sigue vivo y se hace presencia en el mundo a través de nuestro amor y de nuestra alegría.
Homilía 3° Domingo Pascua, 23 Abril 2023 Ciclo A San Lucas 24, 13 - 35 Lecturas Dominicales
“Lo Reconocieron al Partir el Pan”
1. La Resurrección: prueba que su vida gastada al servicio de Dios, entregado a los hombres, no fue un fracaso, sino una victoria: resucitó. Cuando nos sintamos decepcionados y criticados por servir a Dios y al prójimo, tenemos que pensar que nuestra vida no será una vida de fracaso ni de olvido para Dios. El fracasado es aquel que vive al margen de Dios y de los demás. Ningún bien que hagamos en esta vida pasará desapercibido para Dios. Por ello, no debemos tener miedo de hacer el bien ni que nos vean como lo que somos: cristianos. Pedro, lleno del Espíritu Santo, habla, como él mismo dice: “Claramente”. No le tiene miedo al qué dirán o a lo que el hablar con claridad de Cristo pudiera traer como consecuencia.
2. El Amor: no hay mayor expresión de amor que la entrega de la vida en favor de alguien; y es de esa forma como Dios nos ama. Cuando seamos capaces de darnos cuenta de cuánto nos ama Dios, entonces aceptaremos su llamada a colaborar con Él en una vida nueva. Dios nos ama inmensamente, y nosotros debemos de dar una respuesta a ese amor. Esa respuesta se tiene que traducir en una actitud de obediencia a Dios, de entrega incondicional en las manos de Dios, de adhesión completa a los planes, valores y proyectos de Dios.
3. Los Discípulos de Emaus: son la expresión de tantos cristianos de hoy y de siempre que están desilusionados, desengañados. Les ha faltado el punto de apoyo y lo dejan todo no por despecho ni por desganas. No están contra nada pero les ha fallado su fe. Muchas veces nosotros hemos tenido la misma tentación de los discípulos de Emaús: huir, dejarlo todo a causa de la desilusión, el cansancio, la desesperanza, la sensación de fracaso.
También hoy podemos entrar en diálogo con Jesús escuchando su palabra. También hoy, él parte el pan para nosotros y se entrega a sí mismo como nuestro pan. Así, el encuentro con Cristo resucitado, que es posible también hoy, nos da una fe más profunda y auténtica, templada, por decirlo así, por el fuego del acontecimiento pascual; una fe sólida, porque no se alimenta de ideas humanas, sino de la palabra de Dios y de su presencia real en la Eucaristía.
REFLEXIÓN
La liturgia de este domingo nos invita a descubrir a ese Cristo vivo que acompaña a los hombres por los caminos del mundo. A ese Cristo que con su palabra anima los corazones afligidos y desolados. A ese Cristo que en la comunidad de los discípulos se reúne para “partir el pan”; y que les impulsa a ser testigos de la resurrección ante los hombres.
La primera lectura muestra (a través de la historia de Jesús) cómo del amor que se hace donación a Dios y a los hermanos, brota siempre resurrección y vida nueva; e invita a la comunidad de Jesús a testimoniar esa realidad delante de los hombres.
La segunda lectura invita a contemplar con ojos limpios el proyecto salvador de Dios, el amor de Dios por los hombres (manifestado en la cruz de Jesús y en su resurrección). Constatando la grandeza del amor de Dios, aceptamos su llamada a una vida nueva.
Es en el Evangelio, sobre todo, donde este mensaje aparece de forma nítida. El texto que se nos propone pone a Cristo, vivo y resucitado, caminando al lado de los discípulos, explicándoles las Escrituras, llenándoles el corazón de esperanza y sentándose con ellos a la mesa para “compartir el pan”. Es ahí donde los discípulos lo reconocen.
La experiencia de los dos discípulos es nuestra propia experiencia. También nosotros conocemos ese camino: ¡Cuántas promesas que no han madurado en nuestras vidas, cuántos fracasos, cuántos planes que se han ido abajo, cuántas ilusiones perdidas!… Quizás también nosotros hemos abandonado el grupo.
Pero no lo olvidemos, Jesús siempre sale a nuestro encuentro. Lo peor que podemos hacer en esos momentos es abandonar la comunidad, como aquellos dos discípulos. A la Iglesia no se la abandona, sobre todo en momentos de crisis. Prescindir de la Iglesia nos hace todavía más difícil reconocer al Señor en nuestro camino. Hay que encontrarse con Jesús en nuestras vidas. El encuentro con Jesús Resucitado cambió la vida de aquellos dos discípulos de Emaús. No podemos olvidar nunca que Jesús está resucitado y camina a nuestro lado.
PARA LA VIDA
Juana era una niña que no veía bien. Pero nadie, ni siquiera ella, se había dado cuenta. Juana pensaba que todas las cosas eran borrosas porque era como ella las veía. No sabía que los otros niños podían ver mucho más lejos que ella. Pensaba que todo el mundo veía las cosas como ella. A medida que iba creciendo su madre empezó a preguntarse porqué se sentaba tan cerca de la televisión. Su abuelo observó que cuando leía un libro se lo tenía que poner cerca de la cara.
Cuando fue a la escuela la maestra constató que no veía bien las palabras de la pizarra. Finalmente, todos comenzaron a decir: "Juana necesita gafas". Con sus nuevas gafas, Juana vio que no todo era borroso, los colores eran más brillantes y hasta la cara de su madre era mucho más hermosa. Empezó, por fin, a ver con claridad. Era maravilloso.
Llega también un momento en la vida en que ya sea la presbicia o las cataratas o… que nos presentan la realidad más borrosa. La fe tiene sus enfermedades, sus telarañas, sus cataratas y su presbicia… "Nosotros pensábamos"… Este domingo si pudiera elegir una persona y un restaurante donde comer juntos, ¿a quién elegiría?, ¿qué restaurante reservaría? ¿Tiene usted alguna fantasía? Yo, no. ¿Qué le parece cenar, hoy, con Jesús y los discípulos? ¿Reservamos una mesa en el restaurante de Emaús?
Lucas nos cuenta en este domingo la historia más bonita de las muchas que nos cuentan sobre las apariciones del Resucitado. Pascua es tiempo de reconocer a Cristo resucitado. Nuestros dos viajeros lo reconocieron no en tecnicolor o en un personaje célebre sino en un simple gesto, el de partir el pan.
“Dad Gracias al Señor Porque es Bueno, Porque es Eterna su Misericordia”
1.- La Vida de los Cristianos: como comunidad de cristianos tenemos que proponer al mundo una forma distinta de vida. Tenemos que dar testimonio de cómo el amor, el compartir, el darse a los demás, el servicio, la sencillez y la alegría son generadoras de vida y no de muerte. Como comunidad cristiana debemos ser una comunidad de hermanos que escuchemos las enseñanzas de los apóstoles, es decir, que estemos siempre dispuestos a la formación permanente en la fe, que nuestra vida gire en torno a la Palabra de Dios y que escuchemos esa Palabra de Dios y la compartamos con los demás. ¿Hasta qué punto nos interesa formarnos como cristianos y nos interesa lo que dice la Palabra de Dios? Como comunidad cristiana debemos también tener todo en común, es decir, debemos aprender a compartir. Como cristianos no podemos vivir encerrados en el egoísmo, en la indiferencia ante los sufrimientos y problemas de nuestros hermanos. No podemos ser una comunidad cristiana donde hay algunos que derrochan sus bienes y otros no tienen lo suficiente para vivir dignamente.
2.- El Sufrimiento: nos puede ayudar a madurar como personas, a dejar atrás el orgullo y la autosuficiencia, a confiar más en Dios, por eso estamos invitados a vivir la vida con esperanza y a poner nuestros ojos en la salvación que Dios nos ofrece, para ello hay que confiar mucho más en Dios y en su amor.
3.- La Fe: invitación amorosa, pero también de llamada apremiante. “No seas incrédulo, sino creyente” Tomás responde con la confesión de fe más solemne de todo el Nuevo Testamento: “Señor mío y Dios mío”. Cada uno podemos hacernos las preguntas decisivas: ¿Por qué no creo?, ¿por qué no confío?, ¿qué es lo que en el fondo estoy rechazando? No se me debería pasar la vida sin enfrentarme con sinceridad a mí mismo. Jesús decía a Tomás: “¿Crees porque has visto? Dichosos los que creen sin haber visto”. Nosotros no estuvimos allí. No pudimos ver al Señor con los ojos de la cara, pero también creemos que Jesús está vivo y anda con nosotros en nuestras comunidades cristianas produciendo cosas asombrosas. El Señor resucitado vive entre nosotros.
4.- La Misericordia: este misterio de amor está en el centro de la actual liturgia del domingo in Albis, dedicada al culto de la Misericordia divina. A la humanidad, que a veces parece extraviada y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y suscita de nuevo la esperanza. Es un amor que convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Misericordia divina!
REFLEXIÓN
La liturgia de este Domingo nos presenta a la comunidad de Hombres Nuevos que nace de la cruz y de la resurrección de Jesús: la Iglesia. Su misión consiste en revelar a los hombres la vida nueva que brota de la resurrección. A los ocho días de la fiesta de Pascua de resurrección volvemos a reunirnos. Como han hecho los discípulos del Señor desde aquel domingo de Resurrección, cada domingo nos reunimos. Y celebramos también la fiesta de la Divina Misericordia instituida por el Papa San Juan Pablo II.
En la primera lectura tenemos, una “fotografía” de la comunidad cristiana de Jerusalén, los trazos de la comunidad ideal: es una comunidad fraterna, preocupada por conocer a Jesús y su propuesta de salvación, que se reúne para alabar a su Señor en la oración y en la Eucaristía, que vive el compartir, la entrega y el servicio y que testimonia, con gestos concretos, la salvación que Jesús vino a traer a los hombres y al mundo.
La segunda lectura recuerda a los miembros de la comunidad cristiana que la identificación de cada creyente con Cristo, sobretodo con su entrega por amor al Padre y a los hombres, conducirá a la resurrección. Por eso, los creyentes son invitados a vivir la vida con esperanza (a pesar de las dificultades, de los sufrimientos, y de las hostilidades del “mundo”), a tener los ojos puestos en ese horizonte donde se dibuja la salvación definitiva.
En el Evangelio sobresale la idea de que Jesús vive y, que resucitado, es el centro de la comunidad cristiana; es desde donde la comunidad se estructura y donde ella recibe la vida que le anima y que le permite afrontar las dificultades y las persecuciones. Por otro lado es en la vida de la comunidad (en su liturgia, en su amor, en su testimonio) donde los hombres encuentran las pruebas de que Jesús está vivo.
PARA LA VIDA
Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua (de casi 7000 metros de altura, y cubierto en su mayoría de nieve) inició su travesía después de muchos años de preparación. Pero quería la gloria para él solo, así que emprendió la aventura sin compañeros. Empezó a subir, y se le fue haciendo tarde, y más tarde. Lejos de prepararse para acampar, siguió subiendo, decidido a llegar a la cima. No tardó mucho en oscurecer. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada.
Todo era negro, nada de visibilidad, no había luna y las estrellas eran cubiertas por las nubes. Fue entonces que, subiendo por un acantilado (a sólo cien metros de la cima), se resbaló y se desplomó hacia el vacío por los aires. Caía a una velocidad vertiginosa, lo único que podía ver eran veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad, y todo lo que podía sentir era la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo… y, en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos los momentos de su vida, los gratos y los no tan gratos.
Él pensaba que iba a morir... sin embargo, de repente, sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos. Sí... como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larga cuerda que lo amarraba de la cintura. En esos momentos de quietud, suspendido en el aire, no pudo más que gritar: ¡Ayúdame, Dios mío...! Y de golpe, lo inesperado.
Una voz grave y profunda surgió de los cielos para responderle: ¿Qué quieres que haga, hijo mío? ¡Sálvame, Dios mío! ¿Realmente crees que te pueda salvar? Por supuesto, Señor... Entonces, corta la cuerda que te sostiene. Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó... Cuentan que el equipo de rescate que fue a buscarlo se sorprendió al encontrarlo colgado, congelado, muerto, agarradas con fuerza las manos a una cuerda... a tan sólo dos metros del suelo.
Fortalezcamos la fe titubeante y dejémosla insuflarse del fuego de su Presencia. Y nuestra vida hablará por si misma, porque no podremos callar esta maravillosa Noticia: Dios vive, Dios nos llama a la felicidad, Dios es fuente de alegría, en Dios venceremos a la muerte, la vida es Vida para siempre, el amor perdura en la eternidad.
¡Cristo Resucitó!
¡Y resucitó por mí, para que yo encuentre en Él y por Él la vida verdadera!
La Tumba: la ausencia del cuerpo no es, ciertamente, la prueba de la resurrección; es el indicio de que el poder glorificador del Espíritu no ha olvidado el cuerpo. La resurrección (tanto la de Jesús como la nuestra) no es una vuelta hacia atrás, como fue de la Lázaro, sino un paso adelante, un paso hacia otra forma de vida, la de Dios.
La Fe: lo importante es creer en Jesús, y creer como él. Es tener la fe de Jesús: su actitud ante la historia, su opción por los pobres, su propuesta por la eternidad... Creyendo con esa fe de Jesús, las "cosas de arriba" y las de la tierra no son ya dos direcciones opuestas, ni siquiera distintas. Las "cosas de arriba" son la Tierra Nueva que está injertada ya aquí abajo. Hay que hacerla nacer lo doloroso de la Historia, sabiendo que nunca será fruto adecuado de nuestra planificación sino don gratuito de Aquel que viene.
La Resurrección: es hoy un potente llamado y una invitación a todos los que en Él hemos sido bautizados, a “revestirnos” de Cristo (ver Gál 3,27), a resucitar con Él ya ahora, es decir, a participar de su mismo dinamismo de abajamiento y elevación (ver Flp 2,6ss), a morir al hombre viejo y a todas sus obras para vivir intensamente la vida nueva que Cristo nos ha traído (ver Rom6,3-6). ¡Su resurrección es hoy una fuerte invitación a vivir desde ya una vida resucitada!.
La Pascua: se constituye en el paso de la muerte a la vida, donde tanto el pecado como la muerte han sido vencidos por el Señor. En Cristo Jesús, nosotros también somos triunfadores! Es por tanto un acontecimiento especial y una alegría grande que tenemos que festejar y prolongar.
El Discípulo: vio y creyó”. Es entonces cuando los Apóstoles comienzan a comprender la profundidad, la hondura divina de las palabras que habían escuchado de Jesucristo y, también, el sentido pleno de las Sagradas Escrituras. Días después, Pedro, en un discurso al pueblo irá recordando todos los acontecimientos desde Juan el Bautista, y cómo “Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo. Murió en la cruz; “pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección”.
REFLEXIÓN
Existe la posibilidad de que vivamos la Pascua, la celebración y la experiencia de la muerte y la Resurrección de Jesucristo, como algo extraordinario, fuera de lo normal, fuera de lo diario y cotidiano de nuestra vida, como algo que celebramos, vivimos y disfrutamos exclusivamente en estos días de nuestra liturgia, sin que se haga presente en nuestra cotidiana vida diaria.
Y es que a veces se convierten estos días del Triduo Pascual que terminamos este Domingo de Resurrección, en algo así como los fuegos artificiales, que son luz, pero no son la luz de cada día, sino luces de fiestas y de días especiales: ruido y espectáculo de días que se salen de lo ordinario, pero incapaces de iluminar realmente.
Pueden convertirse, como los fuegos artificiales, en algo fugaz, en algo que se ve, se disfruta, se celebra, pero que ahí se queda, ahí se acaba, para volver a lo que hacíamos antes, a nuestras ocupaciones de cada día sin que haya supuesto nada más hondo que ver en el cielo luces de colores.
Y la Pascua debería ser la experiencia de la vida y de la salvación, de la esperanza sobre todo dolor y sobre toda injusticia.
El encuentro con el Resucitado de la Pascua, como a los apóstoles y a María Magdalena -la primera predicadora de la Resurrección como nos cuenta el pasaje del Evangelio de San Juan que hoy leemos-, nos abre los ojos para ver la realidad de la existencia desde otra perspectiva, es capaz de transformar nuestra manera de mirar y ver, nuestra manera de estar, nuestra manera de vivir. Miedo a transformar nuestro mundo.
Lo bueno del Tiempo Pascual que hoy comenzamos es que tenemos cincuenta días hasta Pentecostés para tratar que esa experiencia de resurrección tome cuerpo, se haga parte de nosotros, sea motor y guía de nuestro día a día, para que no sean meras luces brillantes de muchos colores y mucho ruido, para que la luz profunda de Jesucristo resucitado se interiorice y nos empuje en el caminar.
PARA LA VIDA
"Una vez se acordó de un sabio teólogo que había ido, cuando él estaba todavía de novicio, a celebrar la Pascua en el convento. El Sábado Santo por la mañana había subido al púlpito con un montón de libros. Durante dos largas horas, había predicado a los ingenuos monjes, empleando palabras sabias, para explicarles el misterio de la Resurrección.
Hasta entonces los monjes consideraban la resurrección de Cristo como cosa simplísima, naturalísima; jamás se habían preguntado acerca del cómo ni del por qué… La Resurrección de Cristo les parecía tan simple como la salida diaria del sol y ahora este teólogo erudito con todos sus libros y toda su ciencia, complicaba todas las cosas…Cuando se fueron a sus celdas, el viejo Manassé dijo a Manolios: Que Dios me perdone, hijo, pero este año es la primera vez que no he sentido a Cristo resucitar".
Para los primeros cristianos decir: "Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos" era algo tan natural como respirar. No necesitaban ni largos sermones ni explicaciones complicadas. Y saludarse con un "Cristo ha resucitado" era tan apropiado como nuestro rutinario "buenos días". Fue el primer grito de fe, de vida nueva, y victoria definitiva. La victoria de la Resurrección de Jesús nos concierne también a nosotros. Estamos llamados a compartir y experimentar la Resurrección de Cristo.
Dejemos de "buscar al que vive entre los muertos"; dejemos de resistirnos a salir de nuestras tumbas. La piedra y las piedras de todas las tumbas han sido quitadas y somos invitados a vivir la novedad de la vida nueva, resucitada.
¡¡¡Felices Pascuas !!!
Homilía Domingo de Ramos, 2 Abril 2023 Ciclo A
San Mateo 26, 3-5. 14–27, 66 Lecturas Dominicales
“Se Humilló A Sí Mismo; Por Eso Dios Lo Exaltó Sobre Todo”
1. El Mesías: la ciudad entera abre sus puertas a Cristo que entra, los discípulos, entusiasmados, gritan a una voz “Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor”. Jesús es aclamado como rey y como Mesías. Reconocer a Cristo como rey significa aceptarlo como aquél que nos guía en nuestro camino, como aquél a quien debemos escuchar y al que seguimos. Reconocer a Cristo como Mesías es aceptarlo como nuestro salvador, siendo conscientes de que no podemos hacer nada sin Él, que nuestra salvación viene de Él.
2. Un Mesías Pobre: Jesús no entró en Jerusalén montado en carroza, con un séquito que le acompañase, sino que entró humildemente. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén es sencilla, como le gusta hacer las cosas a Dios. Es difícil reconocer a Dios en un hombre sencillo y montado en un borrico. Los discípulos y los habitantes de Jerusalén lo reconocieron. Nosotros, si vivimos pendientes de las riquezas y de la abundancia, difícilmente lo reconoceremos. Abramos pues nuestros corazones a Dios que viene sencillo, pobremente. Que Él entre en nosotros y encuentre un corazón sencillo, dispuesto a acogerle con júbilo. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
3. Un Mesías Sufriente: es el momento del sufrimiento y de la pasión. Muchos momentos de la vida de Cristo fueron momentos de pasión. Jesús no buscó el sufrimiento porque le gustara sufrir; Jesús aceptó el sufrimiento porque para ser fiel a la voluntad de su Padre Dios tuvo que hacer muchas cosas que le causaron un gran sufrimiento. No ocultó el rostro a insultos y salivazos, no se acobardó ante el sufrimiento que le suponía su lucha constante contra el mal, su denuncia diaria de la ambición, de la hipocresía y de la maldad de muchos jefes políticos y religiosos de su tiempo. Como la vida de cualquier cristiano que quiera ser fiel a la voluntad de nuestro Padre Dios; hemos de saber aceptar en nuestra vida los momentos de triunfo y los momentos de pasión con igual entereza y con amor.
4.- LA CRUZ: por la cruz se llega a la luz. No podemos olvidar que Él cargó con nuestros pecados. Aceptar nuestra propia cruz nos cuesta mucho, pero nos puede ayudar a llegar hasta Dios. “Una vez un joven andaba buscando al Señor, pues quería ser su amigo. El Señor estaba en el bosque preparando cruces para que sus amigos le siguiéramos. El joven encontró al Señor y cargó con una cruz. Era grande, pesada y tenía nudos que le herían en la espalda. Un diablejo se le cruzó y le ofreció un hacha. Fue cortando trozos a la cruz para calentarse por la noche. Cortó los nudos y ya no le dañaba. Así, lisa y pequeña, resultaba bonita. Casi podría colgársela al cuello como adorno. Pero al llegar al reino vio que la puerta estaba en lo alto de la muralla. «Apoya la cruz en la muralla y trepa por los nudos», le dijo el Señor. Pero la había recortado y pulido tanto que no podía subir. «Vuelve sobre tus pasos, le insistió el Señor, y si ves a alguno agobiado, ayúdale y así podréis subir juntos los dos con la cruz de tu amigo”.
REFLEXIÓN
La liturgia de este último Domingo de Cuaresma nos invita a contemplar a ese Dios que por amor bajó a nuestro encuentro, compartió nuestra humanidad, se hizo siervo de los hombres, se dejó matar para que el egoísmo y el pecado fuesen vencidos. La cruz (que la liturgia de este Domingo coloca en el horizonte próximo de Jesús) nos presenta la lección suprema, el último paso de ese camino de vida nueva que, en Jesús, Dios nos propone: la donación de la vida por amor.
La primera lectura nos presenta a un profeta anónimo, llamado por Dios a testimoniar en medio de las naciones la Palabra de salvación. A pesar del sufrimiento y de la persecución, el profeta confió en Dios e hizo realidad, con una gran fidelidad, los proyectos de Dios. Los primeros cristianos veían en este “siervo” la figura de Jesús.
La segunda lectura nos presenta el ejemplo de Cristo. Prescindió del orgullo y de la arrogancia, para escoger la obediencia al Padre y el servicio a los hombres, hasta la donación de la vida. Ese mismo camino de vida es el que nos propone la Palabra de Dios.
El Evangelio nos invita a contemplar la pasión y muerte de Jesús: es el momento supremo de una vida hecha don y servicio, con el fin de liberar a los hombres de todo aquello que genera egoísmo y esclavitud. En la cruz se nos manifiesta el amor de Dios, ese amor que no guarda nada para sí, sino que se hace donación total. La cruz no es parte del designio eterno de Dios, es parte de la posibilidad del riesgo que corre Dios al dar la libertad al ser humano. Son los hombres, no Dios, los que plantan la cruz en el mundo, los que provocaron y siguen provocando el dolor de los inocentes.
Dios no ama el sufrimiento, ni el sufrimiento es bueno en sí mismo, como tampoco la cruz, bárbaro castigo de suplicio, inhumano e infame. Dios quiere la felicidad de todos su hijos, también la de su Hijo, y viene al mundo a traer un programa de amor y de paz, que los hombres rechazan y seguimos rechazando. Porque ese plan pide renuncia al egoísmo, la injusticia, la ambición y la acumulación desmedida. Cristo no muere en la cruz, lo matamos en la cruz, lo seguimos matando en cada ser humano que muere en nuestro mundo, víctima de tanta injusticia y violencia humanas.
PARA LA VIDA
Había una vez un hombre que no quería cargar con su cruz. Se quejaba continuamente a Dios porque creía que su cruz era muy pesada y muy difícil de llevar. Entonces Dios le llevó a un monte lleno de cruces de madera de todos los tamaños y formas: con nudos, lisas, grandes, astilladas, pulidas... de todo tipo. El Señor le dijo: -¿Ves todas estas cruces? Son las cruces de los hombres. Ya que no quieres cargar con la tuya, escoge la que quieras para cargarla sobre tus hombros. El hombre fue caminando entre las cruces. Había muchísimas y no sabía cuál escoger. Probó una cruz ligera, pesaba poco, pero larga y molesta de llevar. Se colocó al cuello una cruz de obispo, un pectoral, pero era tremendamente pesada de responsabilidad y de sacrificio.
Otra era lisa y simpática en apariencia, pero en cuanto se la echó encima empezó a clavársele sobre los hombros, como si estuviera cubierta de clavos. Tomó entonces una cruz de plata que brillaba resplandeciente, pero al tenerla consigo sintió que empezaba a invadirle una sensación de congoja y soledad. Probó una y otra vez, pero cada cruz tenía algún defecto y ofrecía su propia dificultad. Y después de pasear entre todas las cruces vio una de tamaño medio, muy bien pulida y desgastada por el uso. No resultaba demasiado pesada ni dificultosa de llevar. Parecía hecha a propósito para él. El hombre la cargó sobre sus hombros, con aire de satisfacción. Y le dijo al Señor que quería llevarse esa cruz. -¿Seguro que quieres llevarte esa y no otra? - le preguntó Dios, y el hombre respondió afirmativamente. Entonces el Señor le explicó que la cruz que acababa de escoger era precisamente su vieja cruz, aquella que había arrojado con desgana, la misma que había llevado durante toda su vida.
Acompañemos hoy, con nuestra propia cruz, no pretendamos vivir un cristianismo sin cruz, o con otra cruz más importante o distinta como le ocurrió al hombre del cuento de hoy. Es fácil acompañar o creer en Jesús cuando todo es gloria y alegría; es más difícil cuando nos visita el dolor, la enfermedad y la muerte. Pero ese es el sentido de estos días. También en la cruz, asumida con fe y amor, puede haber resurrección, vida y esperanza. Aprovechemos estos días, aparte de para descansar y estar en familia, para rezar, meditar, reflexionar, participar en las celebraciones de la fe cristiana.
¡FELIZ Y SANTA SEMANA!
Homilía 5° Domingo Cuaresma, 26 Marzo 2023 Ciclo A
“Yo soy la resurrección y la vida”
1. La Vida: es en la Pascua de Cristo donde se abre el acceso a la verdadera vida y los hombres entran en comunión con Dios definitivamente. Creer en la resurrección es creer en la vida, siempre y en todo momento. Es apostar por la vida. Es defender la vida. Es ser un enamorado de la vida y un sembrador de vida, de la vida de verdad, de la auténtica: de la que nos hace a nosotros y a los demás más personas. De la vida de todos: de los niños que tienen derecho a nacer y de los moribundos que tienen derecho a morir dignamente; de los jóvenes que ansían beber la vida, para que puedan conseguirlo sin adulteraciones ni engaños que entrañan muerte, y de los ancianos que se ven arrinconados y necesitan consideración y cariño.
2. La Muerte: para los “amigos” de Jesús, es decir, para toda persona que acepta y vive según los criterios de Dios, no hay muerte. Podremos morir físicamente, pero esa muerte no es desaparición o destrucción: es el paso hacia la vida definitiva. Por lo tanto ya no vivimos para la muerte, sino para la vida y si vivimos para la vida hemos de ir renunciando a las obras de la muerte: egoísmo, codicia, violencia, mentira, injusticias, esclavitud, y hemos de dedicarnos a las obras de la verdadera vida: generosidad, afecto, amistad, así podremos ir experimentando ya desde ahora la realidad de la resurrección, de nuestra futura vida en Dios.
3. La Resurrección: Jesús es la resurrección y la vida, y ha venido para darnos la vida. Se trata ciertamente de la resurrección final, pero se trata de esta continua, cotidiana resurrección que el Señor nos va dando en el deseo y en la realización de una vida nueva, salir del sepulcro es salir de nuestras tinieblas; salir del sepulcro es salir de nosotros mismos, de nuestro encierro, de nuestra soledad egoísta. Salir de nuestros sepulcros es salir de nuestro miedo, de nuestra poca apertura a los demás, se sale del sepulcro para seguir infundiendo luz, vida. Hoy se nos habla de esta vida. A veces pareciéramos que constantemente viviéramos en el sepulcro, hombres y mujeres callados, no callados por contemplación, callados por egoísmo, callados por el miedo, encerrados por falta de generosidad, romper los sepulcros, dejar que el Espíritu entre y que nos dé nueva vida, con deseos más grandes de vivir para el Señor y para los demás, con deseos más grandes de caminar seguros y firmes en el camino de la esperanza, y con la sonrisa siempre firme, transparente, aún en la serenidad y seriedad de nuestro rostro y aún a través de nuestras lágrimas. Salid de vuestros sepulcros.
REFLEXIÓN
En este 5º Domingo de Cuaresma, la liturgia nos garantiza que el designio de Dios es la comunicación de una vida que sobrepasa definitivamente la vida biológica: es la vida definitiva que supera la muerte.
En la primera lectura, Yahvé ofrece a su Pueblo exiliado, desesperado y sin futuro (condenado a la muerte) una vida nueva. Esa vida viene por el Espíritu, que recreará el corazón del Pueblo y lo insertará en una dinámica de obediencia a Dios y de amor a los hermanos.
La segunda lectura recuerda a los cristianos que, en el día de su bautismo, optaron por Cristo y por la vida nueva que Él vino a ofrecer. Les invita, por tanto, a ser coherentes con esa elección, a realizar las obras de Dios y a vivir “según el Espíritu”.
El Evangelio nos garantiza que Jesús vino a realizar el designio de Dios y dar a los hombres la vida definitiva. Ser “amigo” de Jesús y adherirse a su propuesta (haciendo de la vida una entrega obediente al Padre y una donación a los hermanos) es entrar en la vida definitiva. Los creyentes que viven de esa manera experimentan la muerte física; pero no están muertos: viven para siempre en Dios.
Creer que Cristo es la resurrección y la vida no es mirar tan solo al momento final de la muerte. Creer en la resurrección es creer que nuestro Dios es un Dios de vivos y no de muertos. Creer en la resurrección es creer en la vida, siempre y en todo momento. Es apostar por la vida. Es defender la vida. Es ser un enamorado de la vida y un sembrador de vida, de la vida de verdad, de la auténtica: de la que nos hace a nosotros y a los demás más personas. De la vida de todos: de los niños que tienen derecho a nacer y de los moribundos que tienen derecho a morir dignamente; de los jóvenes que ansían beber la vida, para que puedan conseguirlo sin adulteraciones ni engaños que entrañan muerte, y de los ancianos que se ven arrinconados y necesitan consideración y cariño. Creer en la resurrección es trabajar por construir el mundo nuevo de concordia y de paz conquistado ya por la resurrección de Cristo, pero que nosotros debemos ir haciendo renacer poco a poco en medio de este nuestro viejo mundo calamitoso. El que cree de este modo está trabajando ya, día a día, por el cumplimiento de la promesa del Señor: “El que cree en mí vivirá para siempre”.
PARA LA VIDA
¿Por qué esperar al final de la vida para demostrar nuestro afecto? - Prefiero que compartas conmigo unos pocos minutos ahora que estoy vivo y no una noche entera cuando yo muera.
Prefiero que estreches suavemente mi mano ahora que estoy vivo y no apoyes tu cuerpo sobre mí cuando yo muera.
Prefiero que hagas una sola llamada ahora que estoy vivo y no emprendas un inesperado viaje cuando yo muera.- Prefiero que me regales una sola flor ahora que estoy vivo y no me envíes un hermoso ramo cuando yo muera.
Prefiero que elevemos al cielo una oración ahora que estoy vivo y no una misa cantada cuando yo muera.
Prefiero que me digas unas palabras de aliento ahora que estoy vivo y no un desgarrador poema cuando yo muera.
Prefiero escuchar un solo acorde de guitarra ahora que estoy vivo y no una conmovedora serenata cuando yo muera.- Prefiero que me dediques una frase ahora que estoy vivo y no un poético epitafio sobre mi tumba cuando yo muera.
Prefiero disfrutar de los más mínimos detalles ahora que estoy vivo y no de grandes manifestaciones cuando yo muera...
Aprovechemos toda ocasión para demostrar amor a nuestros seres queridos... ahora que están entre nosotros.
Quizá mucha gente quisiera vivir otra vida diferente. Sería mejor no esperar a eso y empezar por vivir a fondo la vida que se nos ha dado. Como sería mejor expresar y decir las cosas en vida y no lamentarnos después, como nos dice la reflexión de este domingo Empezar a vivir ya, no esperar a mañana, disfrutar de cada instante, amar todo lo que nos rodea, sobre todo a las personas que nos rodean. Porque eso es la resurrección de la que nos habla Jesús, la resurrección de creer en El y vivir los valores que El vivió, amar como El amó.
Una resurrección que empieza en esta vida y culmina en la vida eterna. Pero que comienza aquí, no allí. Una resurrección que es vivir la vida en plenitud, no a tontas ni a locas, en profundidad, no en la superficie de las cosas físicas o materiales. Pues dejemos que esta semana, Jesús se acerque a nosotros y grite con voz potente: ¡Sal afuera!. Deja tus pequeñas muertes, ámate a ti mismo, camina, no te hundas, levántate cuando te caigas, entrega vida, da vida, siembra vida. Sal de tus egoísmos, descubrirás que la vida es mucho más vida cuando se ama y se entrega lo mejor de uno mismo.
“Él Fue, Se Lavó, y Volvió Con Vista”
1.- La Mirada de Dios: es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón. Dios, mirando el corazón, eligió a David para que fuera el futuro rey de Israel. Todos juzgamos muchas veces a los demás por las apariencias, por los prejuicios, por las siglas que les identifican, o por lo que hemos oído decir de ellos. Es posible que muchas veces acertemos, pero es muy probable que algunas veces nos equivoquemos totalmente. Las apariencias engañan muchas veces, porque, en nuestras relaciones con los demás, a todos nos interesa aparentar no exactamente lo que somos, sino lo que queremos que los demás vean y piensen de nosotros. Nosotros no siempre podemos ver el corazón de las personas, por eso es preferible que nos abstengamos de hacer juicios precipitados cuando juzgamos a los demás. Dejemos que sea Dios el que nos juzgue a todos.
2.- El Pastor: Cristo es precisamente el Pastor Eterno de toda la humanidad, porque en El todos nosotros hemos sido elegidos por el Padre como sus hijos adoptivos. Y por medio de su obra redentora hemos sido unidos al Espíritu Santo, de manera que participamos así también de la misión de Cristo «Sacerdote, Profeta y Rey» (cf. Lumen gentium, 31).
3.- Jesús es la Luz: sólo podemos salir de la oscuridad si reconocemos nuestra ceguera y acudimos a Cristo, "luz del mundo". Jesús viene a iluminar nuestra ceguera espiritual. Este es el mensaje del evangelio del ciego de nacimiento. El autor sagrado parte del principio de que nuestra vida es un camino. Para caminar necesitamos en primer lugar ver por dónde queremos ir. Solo Jesús puede iluminar nuestro camino y quitar la ceguera de nuestro corazón. Para ver de verdad, hay que creer en EL.
4.- La Ceguera del Mundo: en el mundo hay muchos ciegos que, viendo con los ojos, no ven con el corazón. Sean los padres, los fariseos, los vecinos… Ciegos que se niegan a la aceptación de una cosa tan sencilla como que Dios quiera que aquel ciego se cure y vea. Esa resistencia, que podemos llamar el pecado del mundo, va más allá del pecado personal. Es esa especie de ceguera que hace que nadie entienda realmente nada en ciertas situaciones. Esa especie de ignorancia existencial que sistemáticamente borra a Dios de nuestro mundo, de nuestra sociedad.
REFLEXIÓN
El Cuarto Domingo de Cuaresma, es conocido con el nombre de Domingo Laetare, ya que las primeras palabras de la Antífona de Entrada en Latín son “Laetare Jerusalén” que quiere decir en Español, “Regocíjate, Jerusalén”. Y las lecturas de este Domingo nos proponen el segundo tema bautismal, el de la “luz”. La liturgia nos habla de cómo debemos vivir los cristianos como hijos de la luz.
La primera lectura no se refiere directamente al tema de la “luz” (el tema central de la liturgia de este Domingo). Sin embargo, cuenta la elección de David para ser rey de Israel y su unción; es un pretexto óptimo para que reflexionemos sobre la unción que recibimos el día de nuestro Bautismo y que nos constituyó como testigos de la “luz” de Dios en el mundo.
En la segunda lectura, Pablo propone a los cristianos de Éfeso que rehúsen vivir al margen de Dios (“tinieblas”) y que escojan la “luz”. En concreto, Pablo explica que vivir en la “luz” es practicar las obras de Dios (la bondad, la justicia y la verdad).
En el Evangelio, Jesús se presenta como “la luz del mundo”; su misión es liberar a los hombres de las tinieblas del egoísmo, del orgullo y de la autosuficiencia. El ciego de nacimiento es el hombre, todo hombre. Andamos muy ciegos por la vida. ¿De quién es la culpa? De nosotros y de nuestros padres. De nuestros padres que nos enseñaron a mirar solamente la materialidad de las cosas y no nos enseñaron a mirar más allá de su superficie. Y así no hemos aprendido a tratarnos con profundidad, porque sólo vemos las apariencias.
La culpa es también nuestra, porque nos encanta lo externo y nos quedamos ahí, deslumbrados ante el brillo pasajero de las personas y las cosas. Nosotros miramos las apariencias y no miramos el corazón. Vemos y valoramos a las personas por su tener, por su poder, por su saber, no por lo que verdaderamente son. Nuestra ceguera es grave. Tan grave que muchas veces sólo valoramos las cosas y sobre todo a las personas cuando las perdemos. Sin embargo, cuando nos llega una desgracia, cuando se nos muere alguien querido, empezamos a ver las cosas de otra manera y ¡cómo se vuelve todo de repente secundario y ya sólo cuenta la lucha por la vida y la felicidad de los seres que amas!
PARA LA VIDA
Mi amigo y yo vimos el otro día a un ciego que estaba sentado solo a la sombra de un templo. -Mira, ése es el hombre más sabio de nuestro país -, dijo mi amigo cuando decidí acercarme al ciego y saludarlo. Después de charlar un rato con él, le pregunté: - Perdona mi pregunta, ¿desde cuándo eres ciego? - De nacimiento -, me dijo - Y, ¿qué carrera has hecho? - Soy astrónomo -, respondió - ¿Astrónomo? ¿Un ciego astrónomo? ¿Y cómo observas el cielo? A renglón seguido, el ciego se llevó la mano al pecho, y dijo con toda serenidad: -Observo cada día y cada noche todos estos soles y lunas y estrellas que brillan en el cielo de mi corazón.
Jesús nos conoce y sobre todo nos ama. Quiere que vivamos felices en plenitud y que abramos nuestro corazón al amor, a la paz, a la solidaridad, a la alegría. Abramos esta semana nuestros ojos: veamos la belleza humana que nos rodea; veamos las personas que nos necesitan cada día y necesitan de una mirada limpia, amistosa, amable, sonriente; veamos a aquellos que sufren, que lo están pasando mal, que necesitan nuestra ayuda y consuelo; veamos a nuestra familia, nuestros amigos de siempre, nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo, de universidad o de colegio; veamos toda la realidad que nos rodea con ojos nuevos de amor.
Veamos la realidad cotidiana que vivimos con una mirada nueva, con la mirada de Dios. Recordemos lo que nos dice el cuento: que sólo se ve de verdad, no con los ojos, sino con el corazón, con el amor que todo lo ilumina. ¡Qué razón tenía Saint-Exupéry cuando decía: “Lo esencial es invisible a los ojos!. Y es que lo esencial, lo importante de la vida, sólo se ve desde el corazón. Lo peor no es ser ciego, sino fingirlo y no reconocerlo. La peor ceguera es no querer ver. Dile una vez más a Jesús todos los días de esta semana: “Señor, estoy ciego, necesite verte, haz que vea con tus ojos y que mis ojos reflejen el brillo de tu Amor, de tu Paz, de tu Alegría”. ¡FELIZ Y LUMINOSA SEMANA!
“Soy Paciente y Humilde de Corazón”
1. La Humildad: en realidad, todos los grandes santos han sido <gente sencilla>. Lo fue el mismo Jesús: “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya”, “en tus manos encomiendo mi espíritu”; lo fue el patriarca Abraham, que se fio de Dios para salir de su tierra y caminar hacia una tierra que no conocía; lo fue san Pablo que, en medio de sus debilidades, encontró en Dios la fuerza necesaria para predicar el evangelio de Jesús; lo fueron san Agustín, y san Francisco, y santa Teresa de Calcuta, y tantos santos y gente buena y sencilla que, en medio de sus muchas luchas y debilidades interiores y exteriores, supieron fiarse de Dios. No es fácil fiarse de Dios en la vida ordinaria, y menos en la sociedad laica en la que nosotros vivimos ahora.
2. La Confianza: el buen cristiano debe fiarse de Dios siempre. Fiarse de Dios no es abandonarse y creer que Dios va a venir a solucionar mis problemas; fiarse de Dios es hacer todo lo que pueda de mi parte y dejar que, al final, sea Dios el que decida. El que se fía de Dios trabaja todo lo que puede para cumplir la voluntad de Dios, sin ahorrar esfuerzos y trabajos interiores y exteriores propios. Yo, por mi parte, hago todo lo que puedo, pero sabiendo que, por mí mismo, no puedo conseguir todo lo que quiero, por eso me fío de Dios y creo que Dios no me va a abandonar nunca y que, al final, me dará lo que más me conviene. Esto, aplicado a la propia salvación, parece evidente en la teología cristiana: sólo Dios puede salvarme. Porque, con palabras del salmo responsorial, “El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan”.
3. La Esperanza: la carga del amor. El amor es el peso menos pesado. Es peso, porque te fuerza, porque echa sobre ti los pesos de los otros, porque te compromete, te responsabiliza y, a veces, te tritura. Pero es el peso menos pesado, porque te regala una energía inmensa, porque es más fuerte que la muerte, porque te sientes feliz y gratificado. El que ama se transciende.
«Cargad con mi yugo, cargad con mi amor. Nada tan pesado como el amor, pero nada tan ligero como el amor, «Amor meus, pondus meum». El amor es el peso de nuestro corazón. Mi amor es mi peso, pero es también mi estímulo, mi alimento, mi gozo, mi fiesta, mi perfume y mi fuerza». Luz, voz, fragancia, alimento y deleite de mi hombre interior» (San AGUSTIN, Confesiones, X,6,8).
Esta es la única carga indispensable. Por eso Jesús, en la despedida de sus discípulos, les habla de guardar su palabra y de vivir en el amor. «El que me ama guardará mi palabra, y vendremos a él y haremos morada en él». Fijaos qué carga, infinita y llevadera a la vez: el que ama carga con Dios. Dios, nuestro único peso y la fuerza para sobrellevar todos los pesos. Dichoso el que va siempre con esta carga divina.
REFLEXIÓN
La liturgia de este Domingo nos enseña dónde encontrar a Dios. Nos asegura que Dios no se revela en la arrogancia, en el orgullo, en la prepotencia, sino en la sencillez, en la humildad, en la pobreza, en la pequeñez.
La primera lectura nos presenta a un enviado de Dios que viene al encuentro de los hombres en la pobreza, en la humildad, en la sencillez; y es de esa forma como se eliminan los instrumentos de la guerra y de la muerte y se instaura la paz definitiva.
En la segunda lectura, Pablo invita a los creyentes, comprometidos con Jesús desde el día del bautismo, a que vivan “según el Espíritu” y no “según la carne”. La vida “según la carne” es la vida de aquellos que se instalan en el egoísmo, orgullo y autosuficiencia; la vida “según el Espíritu” es la vida de aquellos que aceptan acoger las propuestas de Dios
En el Evangelio Jesús alaba al Padre porque la propuesta de salvación que realiza a los hombres (y que fue rechazada por los “sabios e inteligentes”) encontró acogida en el corazón de los “pequeños”. Los “grandes”, instalados en su orgullo y autosuficiencia no tienen tiempo ni disponibilidad para acoger los desafíos de Dios; pero los “pequeños”, en su pobreza y sencillez, están siempre disponibles para acoger la novedad liberadora de Dios.
El mensaje del Evangelio choca a menudo con muchos postulados y valores de nuestra sociedad. Seguir a Cristo es duro, es un “yugo” y una “carga” como nos dice Él mismo en la lectura de este domingo. Pero sabemos que no es imposible, contamos con su amor, su fuerza, su cercanía. Es un yugo “llevadero” y una carga “ligera”. No estamos solos. Cristo nos acompaña en esta travesía del desierto que es la vivencia de nuestra fe en esta sociedad que nos ha tocado vivir y que de alguna manera está sedienta de una sencillez, de una alegría, de un sentido a la vida que Cristo ofrece a los que quieren acercarse a Él.
PARA LA VIDA
En una tienda de antigüedades, había una pequeña caja olvidada en lo alto de una estantería. Hasta que un día, haciendo limpieza, la caja cayó al suelo. El dueño de la tienda no recordaba haberla visto nunca. Le quitaron toda la suciedad que tenía y pudieron ver que en la tapa estaba escrita esta frase: “La caja de los deseos”. La pusieron en el mostrador como curiosidad, para que los clientes que fueran a comprar algo, pidieran algún deseo. Entró un hombre a comprar una mesa antigua. Cuando iba a pagar, vio la caja, la abrió y pidió un deseo: -Quiero un coche nuevo estacionado delante de esta tienda. Pero como es natural, no se cumplió el deseo. Otros clientes fueron entrando en la tienda y cada cual pedía un deseo: un collar de perlas, un reloj de oro, ser los más ricos del mundo, ser lo más jóvenes, o los más famosos. Y los deseos seguían sin cumplirse. Hasta que un día entró un mendigo pidiendo un vaso de agua. El dueño se lo dio amablemente. Cuando terminó de beber, el mendigo se quedó mirando la caja. Le dijo al dueño si podía pedir algún deseo antes de marcharse. Y éste contestó: -Claro que sí, buen hombre.
De todos los que han entrado aquí, tú eres el que más necesidad tienes. A ver si a ti te hace caso la caja. Entonces el mendigo la abrió y dijo: - Deseo un vaso de plata para el dueño de esta tienda. Cerró la caja y se marchó. El dueño quedó muy sorprendido por aquel deseo. No era corriente desear cosas para los demás.
Pero en fin, era un lindo detalle de agradecimiento por el vaso de agua ofrecido. Sin embargo, cuando abrió la caja de los deseos, vio asombrado que en su interior se encontraba un vaso de plata como nunca había visto. El deseo se había cumplido. Aquel mendigo le había dado las gracias de esa manera. Y se sintió feliz al ver que la caja cumplía los deseos de aquellos que, en su pobreza, son capaces de compartir y pensar en los demás.
Los verdaderos héroes, y lo sabemos y le damos la razón a Jesús, son las personas anónimas que entregan su vida a diario, que saben compartir como el mendigo del cuento de hoy, que sonríen en las adversidades, que luchan y construyen un mundo mejor en multitud de gestos diarios a favor de los más necesitados.